Una copa, millones de emociones
Belgrano le ganó el clásico a Talleres por penales con un marco de público impresionante. Casi 50.000 personas colmaron las tribunas. Clima de enfrentamiento oficial. Color, calor (pese al clima), tensión, delirio… Talleres y Belgrano, los dos equipos más populares de la ciudad de Córdoba, se jugaron la Copa BBVA como si se tratara de la final de la Copa del Mundo. Porque entre clásicos rivales no hay amistosos. Y el trofeo quedó para el Celeste, porque fue preciso en la definición por penales, luego de que el partido terminara empatado, 1 a 1, en un final cargado de suspenso.
Lo de los simpatizantes de ambos clubes debe ser destacado teniendo en cuenta que hace varios años que la mayoría de los encuentros del fútbol argentino se disputan sin presencia de público visitante. En realidad, Córdoba ya dio pruebas de la posibilidad de armar superfiestas futboleras con las tres ediciones de la Copa BBVA que disputaron Boca y River en los últimos años. Y el clásico, que dividió equilibradamente las tribunas del estadio Mario Kempes, mantuvo la tónica. Así, la pasión por los colores enmarcó a un espectáculo único.
La cita, pensada como parte de las celebraciones por el esperado regreso de Talleres a Primera División después de doce años de recorridos errantes por torneos del ascenso y campeonatos federales, comenzó con un ruego hecho bandera por los jugadores de ambos planteles: ingresaron al campo de juego portando un enorme cartel que exclamaba “Somos rivales, no enemigos. El fútbol de Córdoba contra la violencia”.
Un momento del partido con los jugadores de Talleres de Córdoba. - Talleres de Córdoba
El partido, como se esperaba, se jugó con toda la seriedad con que se encara un compromiso oficial. La tensión se percibía, el típico humor cordobés bajaba en forma de cantitos desde las tribunas y jugadores tallarines y piratas disputaban cada pelota como si lea fuera la vida en ella. Probablemente, toda esa energía haya conspirado contra el brillo de un espectáculo más emotivo que elegante. Y recién en los minutos finales del clásico aparecieron los gritos sagrados.
Quedaban menos de diez para el final cuando Farré se metió en el área de Talleres y entre dos defensores le hicieron un sandwich para voltearlo. Punto alto de la tarde: Matías Suárez, repatriado del fútbol belga para volver a calzarse la camiseta celeste transformó al estadio en medio grito de gol desaforado, del lado de Belgrano, y medio grito de fuerza angustiante, en la porción de la T. Y allá fue Talleres, a buscar un pelotazo salvador. Quedaba casi nada de tiempo cuando una pelota desordenada en el área celeste tocó la mano de un defensor y el árbitro cobró penal. Ya se jugaban minutos adicionados. Nico Giménez se encargó de empatar el clásico y la Copa BBVA debería definirse con tiros desde el punto penal. Y quedó para Belgrano, que acertó cuatro mientras que del lado de Talleres fallaba la puntería de los responsables de patear.
Se festejó como un clásico oficial, se sufrió como un clásico oficial. Y en las redes sociales ya explotaban las cargadas, los recuerdos de paternidades y el color del clásico cordobés siguió brillando… porque nunca estuvo apagado.
*Juan Manuel Durruty es periodista deportivo y consultor