Una banca europea sin fronteras
Los ciudadanos de la Unión Europea contamos desde 2012 con un proyecto de unión bancaria. En estos años, hemos dado pasos de gigante hacia una banca europea sin fronteras. Sin embargo, todavía quedan algunos flecos relevantes por resolver.
La unión bancaria persigue romper el círculo vicioso entre la deuda soberana -la deuda del gobierno de un país- y el riesgo bancario. Este vínculo se incrementó significativamente durante la crisis y se tradujo en una mayor fragmentación de los mercados financieros en la eurozona, especialmente entre 2008 y el verano de 2012. Una de las consecuencias más visibles es que los bancos tenían condiciones diferentes para financiarse, en función de su país de origen. Aquellas entidades de países periféricos, como España, tenían que pagar mucho más por emitir deuda en los mercados mayoristas que los países del centro de Europa.
El progreso desde la puesta en marcha de la unión bancaria en junio de 2012 es considerable. En solo cuatro años, tenemos en Europa un mecanismo único de supervisión, un mecanismo único de resolución y una regulación común. Queda todavía pendiente el tercer pilar de la unión bancaria: el Fondo Europeo de Garantía de Depósitos, todavía en un estadio de debate.
Una verdadera unión bancaria debería conllevar también un mercado único donde los consumidores puedan contratar -y los proveedores comercializar- productos y servicios financieros, ya sean hipotecas, tarjetas de crédito o cuentas corrientes, desde cualquier punto de la UE. Sin embargo, la realidad todavía está lejos de esta meta.
Un reciente artículo firmado por José Manuel González-Páramo, consejero ejecutivo de BBVA, en la revista de Eurofi, apunta que “la tecnología tiene el potencial de cambiar significativamente esta situación, ya que los bancos son capaces ahora de llegar de una manera eficiente a consumidores dispersos en otras geografías a través de canales digitales, sin tener que expandir físicamente su presencia internacional”. Sin embargo, apunta que las diferencias regulatorias y administrativas entre los estados miembros generan todavía costes de cumplimiento considerables, que desincentivan a los bancos a usar todo su potencial digital para ofrecer servicios a lo largo de la UE. Además, la legislación de protección del consumidor y del inversor varía en cada país, lo que obliga a las entidades a cumplir requerimientos en cada geografía en la que operan.
Un obstáculo adicional es la complejidad para cumplir con la normativa de prevención del blanqueo de capitales. Las transposiciones nacionales de la directiva europea y los criterios de los supervisores nacionales también se traducen en diferentes medidas que los bancos deben aplicar para verificar la identidad de sus nuevos clientes. “No todos los estados miembros permiten las herramientas sencillas y en tiempo real como las soluciones de biometría o las vídeo-llamadas. Esto complica a los bancos la identificación a distancia de la identidad de clientes ubicados en otras geografías”, recuerda el consejero ejecutivo de BBVA. Ni siquiera los sistemas de DNI electrónico pueden ser utilizados por el sector privado en el conjunto de la UE.
Consciente de esta problemática, la Comisión Europea lanzó a finales del año pasado una consulta (Green Paper) sobre los servicios financieros minoristas, para identificar las dificultades del mercado único y lanzar un plan de acción este otoño. “Este plan debería promover una mayor armonización regulatoria para simplificar la oferta de servicios entre países a través de canales digitales y asegurar un nivel similar de protección al consumidor en toda la UE”, sostiene José Manuel González-Páramo.
En definitiva, “un verdadero mercado único es necesario para materializar el fin de la unión bancaria. Está claro que las tecnologías digitales pueden ayudar, pero es necesario crear un marco regulatorio que lo permita”, concluye el autor del artículo, publicado con motivo de su participación en el Eurofi Financial Forum 2016, la semana pasada, en Bratislava (Eslovaquia).