Una aproximación al arte sonoro
El arte sonoro no es música, tampoco es ruido o sonido. El arte sonoro es una práctica artística que comprende todo lo anterior junto con un amplio conocimiento sobre la teoría de lo auditivo. Sobre este tipo de arte, Fomento Cultural, de la Fundación BBVA Bancomer, está desarrollando un curso exclusivo para colaboradores del Grupo, en el Centro de Innovación de la Torre BBVA Bancomer.
A finales del siglo XIX, Thomas A. Edison (1847-1931) inventó el fonógrafo mientras realizaba ajustes para el telégrafo y el teléfono. Su nueva máquina revolucionó la manera en que percibimos el mundo y cambió nuestros sentidos al ser el primer artefacto que logró grabar sonidos e hizo posible que escucháramos nuestra propia voz.
Thomas Alva Edison junto al fonógrafo, 1878.
Cuando cambió el siglo, la sociedad ya pertenecía a la nueva era industrial, lo cual ocasionó que los ruidos de las metrópolis procedentes de los coches, las fábricas y las máquinas fueran parte de la vida cotidiana. Los artistas pronto asimilaron esta nueva atmósfera y la incorporaron a su visión sobre el mundo. Entre ellos, los futuristas italianos fueron pioneros en darle importancia al sonido citadino como elemento artístico.
El pintor y compositor futurista Luigi Russolo (1884-1947) escribió un manifiesto en 1913 titulado El arte de los ruidos y declaró que “el ruido triunfa y domina…sobre la sensibilidad de los hombres”. Para llevar a cabo su investigación, también creó el intonarumori, un artefacto “musical” para recrear el sonido de la ciudad y las máquinas a través de palancas, cuerdas y altavoces. Tiempo después, un grupo de escritores, músicos y pintores en México fundaron el Estridentismo, un movimiento en donde la ciudad “estridente” fue el centro de vida intelectual moderna. La electricidad, la radio, los poemas sonoros y la música del compositor mexicano Silvestre Revueltas (1899-1940) fueron algunos factores que influyeron para ser considerados como los precursores del arte de vanguardia en el país.
Luigi Russolo y Ugo Piatti con el intonarumori, 1913
Para finales de los años veinte, la idea de la tonalidad estaba en crisis en la música; los artistas se preocuparon por romper las reglas que habían sido establecidas en los siglos anteriores. La proliferación de la radio, el jazz y el swing se sumaron a los inventos que hicieron posible el sonido sincronizado en el cine con películas comerciales como The Jazz Singer, proyectada en la ciudad de Nueva York en 1927. También a los artefactos como el theremin que transmitieron la primera música electrónica o a la técnica dodecafónica fundada por el compositor vienés Arnold Schöenberg (1874-1951).
Durante los años treinta, el compositor Pierre Schaeffer (1910-1995), experimentó con distintos arreglos y grabaciones mientras trabajaba para una de las primeras radiodifusoras francesas (ORTF), y fundó la “música concreta”, basada en ruidos reales y grabados sin acudir a instrumentos musicales. Sin embargo, fue hasta mediados del siglo XX cuando comenzó la era más prolífica de la música experimental, encabezada por el célebre compositor John Cage (1912-1992), quien introdujo la noción del azar, la filosofía zen y el silencio a la música y afirmó que “el performance es la música”. Por ello, sus experimentos sonoros tuvieron una repercusión notable en los movimientos artísticos después de 1960 y en la definición del arte sonoro que después incorporó escultura, poesía, ecología acústica, paisajes sonoros, instalaciones y la cultura auditiva en general.
En la actualidad, algunas vertientes del arte sonoro consideran el espacio en donde son reproducidos, así como la historia del sitio específico. Un ejemplo de ello es la artista escocesa Susan Philipsz (1965-), ganadora del premio Turner, para quien el sonido es igual de importante que el lugar en donde instala sus obras con la intención de evocar la memoria histórica a través del acto de escuchar.
Pierre Schaeffer en su estudio, 1951