Un Superclásico light, de verano, como anticipo de un año recargado
En medio de un mercado de pases con incorporaciones y regresos rutilantes, que mantienen a los hinchas con las expectativas por las nubes, el primer Superclásico del año resultó tan espectacular -por suerte eso no cambia- desde el marco, como pobre y chato desde el contenido. Más allá de que a los de River les pueda durar la sonrisa un par de días porque es el partido que hay que ganar sin preguntar si es amistoso o la final del torneo más importante de la historia universal, el de Mar del Plata fue un duelito aburrido, con pocas llegadas y escasas emociones.
El ganador viene de romper la alcancía para sumar a su plantel a dos refuerzos importantísimos: Lucas Pratto y Franco Armani llegan con la promesa de aportarle jerarquía en ambos extremos de la cancha. El ex delantero del Sao Paulo se convirtió en la compra más cara de la historia de River (11,5 millones de euros) mientras que el arquero arriba con antecedentes de haber sido ídolo total en Nacional, de Medellín. De todos modos, ninguno de los dos participó del Superclásico marplatense. A ellos está a punto de sumarse el volante colombiano Juan Fernando Quintero, y Marcelo Gallardo todavía tiene la ilusión de que se pueda agregar el delantero Silvio Romero, quien está en México.
El que sí jugó frente a Boca fue Lucas Martínez Quarta, que si bien no es una incorporación, reapareció este verano luego de la suspensión por dóping, y tuvo una aceptable actuación en el clásico. En general, River fue parejo, sólido en defensa para controlar a los tres atacantes rivales; se plantó firme en el medio, y tuvo algunos chispazos arriba, a partir de la gambeta desequilibrante del Pity Martínez y de la movilidad de Nacho Scocco y del colombiano Santos Borré.
Así, con poquito, River justificó el triunfo por 1 a 0 (lindo gol de Borré con ayuda de la defensa y el arquero de Boca), en un partido que dejó poco para analizar desde el juego. Pudo marcar el segundo gol pero una buena recuperación de Rossi y la definición defectuosa de Scocco lo impidieron.
Desde el punto de vista táctico, quedó más para desgranar del lado de Boca. Con el regreso de Carlos Tevez, a Guillermo Barros Schelotto se le genera un inconveniente: o modifica el esquema que tan buenos resultados le dio en 2017 o le cambia la cabeza al número 32. Conociendo los antecedentes, seguramente hay otro dibujo táctico en 2018. Tevez no quiere jugar como centrodelantero y tampoco será un extremo. Le gusta llegar de frente al área y con un número 9 (Benedetto cuando vuelva de su lesión o Wanchope Abila, recién incorporado) que le abra espacios.
En la noche del domingo jugaron otras dos incorporaciones: los marcadores de punta Julio Buffarini y Emanuel Mas. Aunque el primero tuvo que actuar en una posición que claramente lo tuvo incómodo, repartiéndose el medio con Julián Chicco y Naithan Nández, y no solo jugó mal sino que además terminó expulsado, sobre el final del partido.
En definitiva, como suele suceder con los clásicos, más allá de que sean amistosos u oficiales, quedan secuelas, sobre todo para los que pierden. En pocos días, ambos equipos volverán a sus desafíos por la Superliga, en la que Boca es puntero y River flota por la mitad de la tabla. Además, en poco más de un mes debutarán en la Copa Libertadores.
Y el 14 de marzo se verán las caras otra vez. Será en Córdoba, y con otra copa en juego: la Supercopa Argentina que enfrenta al campeón del torneo local (Boca) con el ganador de la Copa Argentina (River). Ya estarán con rodaje, con los planteles completos y con los nervios de punta porque será la segunda vez en la historia que definirán un trofeo oficial con un partido. La anterior fue en campeonato Nacional de 1976, cuando Boca ganó 1 a 0 con gol de Rubén Suñé. Desde aquel día se viene esperando algo similar y ya tiene fecha y sede. Habrá que sentarse a disfrutar.
El primer clásico argentino del año entre Boca y River, ambos patrocinados por BBVA, lo ganó el equipo millonario.