¿Los microplásticos que viajan por el aire afectan al clima?
A la preocupación por los microplásticos que acaban en la superficie terrestre y en los océanos hay que sumar la inquietud generada por aquellos que se mueven a través del aire y que afectan al medioambiente. La contaminación de estas partículas ha llegado ya a la atmósfera, y los científicos empiezan a preguntarse cómo puede afectar al clima el viaje aéreo de estos residuos minúsculos.
Tras el verano de 2021, un equipo de oceanógrafos japoneses terminó de procesar todos los datos existentes en los últimos 20 años sobre la presencia en los océanos de microplásticos de menos de 5 milímetros de diámetro. Sus estimaciones eran abrumadoras, todavía más que ver las fotografías de esas islas gigantes compuestas por restos de envases plásticos que flotan a la deriva. Según los cálculos de los expertos de la Universidad de Kyushyu, ya hay 24,4 billones de piezas de microplásticos en los océanos y mares del mundo con un peso equivalente a 30.000 millones de botellas de agua de medio litro. Hasta en el océano Ártico se han encontrado residuos plásticos. En 2017, investigadores españoles plantearon la hipótesis de que “el fondo marino debajo de este sector ártico es un sumidero importante de desechos plásticos”.
No hay duda de que la tierra y el mar no se salvan de esta contaminación provocada por el plástico que aparece en las playas y los bosques en forma de tapones, botellas, bolsas o pellets. Los pellets de plástico son unas pequeñas bolitas que se utilizan para la producción de productos plásticos a través de su fundición o moldeado. Estas partículas tienen un impacto directo en la contaminación del mar, ya que pueden ser ingeridos por las especies marina afectando a la biodiversidad e, incluso, a la salud de las personas.
Pero ahora le llega el turno al aire. Los científicos han constatado que las partículas plásticas y nanofibras viajan por la atmósfera varios días hasta volver a caer sobre el suelo terrestre, e incluso que este transporte atmosférico podría explicar la distribución de fibras encontradas en el Ártico. En 2019 se llegó a documentar que en los Pirineos franceses, una región montañosa prístina y remota, se precipitaban al día 365 partículas de microplásticos por metro cuadrado. Lo que no se había planteado hasta ahora es que estos microplásticos que pululan por el aire pueden llegar a influir en el clima del planeta.
Estudios científicos sobre los microplásticos
La revista Nature publicó un estudio neozelandés que reclamaba un mejor conocimiento de la cantidad y composición de los microplásticos y nanofibras que están suspendidos en el aire para poder precisar si alteran las condiciones climatológicas.
Hay especialistas como Deonie Allen, de la Universidad de Strathclyde (Escocia), que afirman que estos microdesechos “repercuten en el clima”. ¿Cómo? Los microplásticos se desmenuzan en fragmentos cada vez más pequeños al exponerse a fenómenos como la lluvia, el viento o la luz solar. Al tener poco peso y densidad, el viento los levanta y transporta durante horas o días. Esa masa de microplásticos intercepta la luz solar y podría influir en la temperatura de la superficie terrestre. Dependiendo de su tamaño y composición, la hipótesis es que podrían causar un enfriamiento de la atmósfera. El mismo efecto que ocurre con los aerosoles de sulfato, y el efecto contrario de lo que pasa cuando el carbono negro –fruto de la combustión del diésel y algunos biocombustibles– absorbe la radiación solar, ya que en este caso calentaría la atmósfera.
“Que los microplásticos están en el aire que respiramos es una verdad corroborada, pero que tengan un efecto significativo sobre el clima global, hoy día, es insignificante”. Así opina Andrés Cózar, catedrático de Biología de la Universidad de Cádiz y uno de los más reconocidos expertos españoles en este tipo de contaminación. “La escasez de datos y sobre todo la falta de comparabilidad de los métodos de medición dejan abierto un amplio y peligroso rango de incertidumbre, el cual estás siendo frecuentemente usado para especular con modelos”, asegura Cózar, quien critica que últimamente las revistas científicas “primen los estudios más catastrofistas. No es necesario inflar los males ocasionados por la contaminación por plásticos, son suficientemente preocupantes por sí solos”.
Los neumáticos, en el punto de mira
A pesar de las discrepancias, el ciclo de vida de los fragmentos de plástico que circulan empujados por el viento comienza a ser preocupante. En el verano de 2020, el Instituto de Investigación del Aire (INIA) de Noruega comprobó que la atmósfera está llena de trocitos de neumático que se expulsan al aire en cada frenazo o acelerón. El tráfico rodado provoca que las partículas más grandes de las gomas de los neumáticos se depositen cerca de la fuente de producción, mientras que las más pequeñas pueden llegar muy lejos por el viento. Calculan que más de 140.000 toneladas al año de microplásticos de carreteras acaban en los océanos.
Tal y como estimaron los científicos del INIA, cerca de 48.000 toneladas de esas partículas acaban en zonas remotas cubiertas de nieve y hielo, como Groenlandia o el Ártico, “lo que puede hacer oscurecer la superficie terrestre”. Los microplásticos pueden disminuir la cantidad de luz que incide en esa superficie y la reflectividad de los rayos del sol, de modo que el hielo absorbe más calor y puede conducir a que se derrita más hielo.
El catedrático de la Universidad de Cádiz Andrés Cózar es partidario de desarrollar mecanismos que ayuden a la degradación del plástico desde el inicio de su fabricación, una solución para reducir el viaje de los residuos.