Una educación financiera y económica global ayuda a reducir la desigualdad de un país
Desde la publicación del libro de Thomas Piketty “El Capital en el Siglo XXI”, la desigualdad de rentas se ha convertido en el eje de numerosos debates, como nunca antes había sucedido.
Mediante datos e información, Piketty nos enseña cómo a lo largo de la historia los factores productivos, trabajo y capital, se han disputado el conjunto de las rentas obtenidas en el proceso productivo. La noticia es que, esta disputa, parece recientemente decantarse a favor del capital, provocando un aumento de la desigualdad.
A pesar del consenso existente en la academia en reconocer tal evolución, las causas para este sesgo a favor del capital aún no están claras. Entre las principales razones señaladas, y que sí parecen van adquiriendo cierta relevancia, destacan el cambio tecnológico, la globalización, el debilitamiento de las instituciones laborales, la reducción de tipos marginales impositivos y, finalmente, la expansión y desregulación de los mercados financieros. Esta última, aunque quizás no es la más importante, sí es probablemente la de más fácil visualización por parte del ciudadano, dada la naturaleza financiera de la reciente crisis y por su efecto palpable sobre las diferencias en las rentas obtenidas por las diferentes familias.
Más aún, como consecuencia de la Gran Recesión, la bajísima retribución actual para productos financieros de bajo riesgo, las amenazas sobre la sostenibilidad de los sistemas de ahorro público (pensiones), unido todo ello al alto envejecimiento de la población, amenazan con segregar a la población entre aquellos con capacidad de ahorro, conocimiento de los mercados y aprovechamiento de los mismos, frente a aquellos que carecen de tal conocimiento.
Además, la cada vez mayor complejidad y gama de posibles productos de inversión que faciliten el ahorro de las generaciones actuales en busca de un bienestar futuro, exige una educación para la adquisición de ciertos conocimientos sobre estos mercados. La hipótesis, pues, es que aquellos que tengan la capacidad de entender y conocer las posibilidades de financiación, y que dominen los mercados financieros, obtendrán una mayor retribución del mismo. Todo ello provoca una clara reflexión sobre la importancia de la educación financiera, y su universalización, como instrumento para reducir la desigualdad, no sólo presente, sino además futura.
La relación de la desigualdad con el sistema financiero
En este sentido, existe una literatura económica que, aunque surgida hace ya algunos años, ha adquirido una gran importancia a raíz de la crisis económica y sus efectos en la desigualdad. Dicha literatura afronta la relación de la desigualdad con el sistema financiero desde dos puntos de vista.
En primer lugar, un sistema financiero más completo, más desarrollado y más avanzado y transparente, reduciría la desigualdad de rentas de las familias. En segundo lugar, el desarrollo del sistema financiero exige por otra parte un mayor y más complejo funcionamiento del mismo, por lo que esta menor desigualdad sólo es posible en el caso en el que la educación financiera de los ciudadanos sea mayor. Así, y como se traduce de la lectura de esta literatura, lo correcto es enfocar la mejora del sistema financiero a partir de la educación financiera, pues es esta la que facilita el desarrollo de estos mercados y, como explicaremos, el crecimiento económico y una menor desigualdad.
Así, y empezando por el final, Finance, inequality and the poor, encuentra que los mercados financieros más desarrollados reducen la desigualdad, en particular a través de dos vías complementarias: mediante el aumento directo de las rentas de los más pobres, así como por el incremento de la tasa de crecimiento del país, y que beneficiaría a todos los ciudadanos, especialmente, y de nuevo, a los más pobres. Concretamente, Beck et al. encuentran que el desarrollo del sistema financiero privado, medido por el número de intermediarios financieros que otorgan créditos y por el peso de los créditos al sector privado sobre el PIB, reduce el Índice de Gini, indicador que valora la dispersión de las rentas y que vale cero si no existe desigualdad y uno si ésta es total.
Por ejemplo, sus resultados muestran que un aumento del 1% del peso en el PIB del crédito privado reduce el índice de Gini entre 0,5 y 1 punto. Así, las diferencias en desigualdad entre dos países que poseen, por ejemplo, un peso del crédito privado del 15% o el 25% sería de entre 5 y 10 puntos en el índice de Gini sobre 100 posibles. Este resultado, como muestran en su trabajo, es enormemente estable ante diferentes escenarios y ejercicios de robustez.
La tesis que explicaría tal evidencia es que los mercados más desarrollados con productos más complejos pero más accesibles (y transparentes) permiten acceder a un mayor porcentaje de la población, reduciendo de este modo la desigualdad. Sin embargo, esta relación causal encontrada por Beck et al. es en parte contraria a la percepción que muchos suponen entre sistema financiero e igualdad de las rentas. Sin embargo, y como Zingales (2015) muestra, esta dicotomía entre resultados empíricos y percepción social de la bondad o malicia del sistema financiero viene determinado por la sobredimensión mediática que la “parte negativa” del mismo tiene. Es pues necesario, en palabras de Zingales, no sólo fomentar el desarrollo del mismo, sino además reducir las externalidades negativas y la, a menudo, degeneración del sistema en meros detractores de rentas.
Por otro lado, se observa que los países con una mayor educación no sólo financiera o económica, sino más general, facilita la comprensión y el acceso a los muy variados y complejos productos financieros. Así, por ejemplo, Van Rooij, Lusardi y Alessie en un trabajo de (2011) encuentran, para los Países Bajos, que muy pocas de las personas encuestadas en la Encuesta Financiera que elabora el De Nederlandsche Bank (DNB), tienen nociones básicas sobre variables macroeconómicas (tipos de interés, inflación, entre otras) y sobre las diferencias entre diversos activos financieros. Además, apuntan que el desconocimiento de estas cuestiones reduce considerablemente la probabilidad de participación de los individuos en los mercados financieros.
Lusardi (2008) encuentra de nuevo la baja capacidad de la mayoría de los ciudadanos en distinguir nociones básicas sobre macroeconomía y variables fundamentales para la toma de decisiones financieras, como además de las habituales (de nuevo inflación, crecimiento o tipos de interés), así como otras de no menor importancia, como valoración de riesgos. Jappelli (2010) muestra, comparando datos de al menos 55 países, que la educación, en especial matemática, es crucial para elevar la destreza en el mercado financiero a partir de un mayor conocimiento de los determinantes del entorno económico.
Así pues, un mayor desarrollo del sistema financiero facilita no sólo el crecimiento de la economía y por lo tanto el desarrollo económico, sino que además facilita la reducción de la desigualdad. Por otro lado, una mayor educación, especialmente en economía y en disciplinas paralelas, como son las matemáticas, eleva el conocimiento de los mercados financieros. Así pues, ambos resultados nos llevan a pensar que un mayor desarrollo de los conocimientos, no sólo matemáticos sino especialmente económicos y financieros de la población, probablemente reduciría la desigualdad de rentas.
En Lo Prete (2013) se estudia un vínculo claro entre ambas dimensiones (educación y desarrollo financiero), demostrando que efectivamente una mayor educación económico-financiera de la población fomenta el desarrollo del sistema financiero, de tal modo que termina generando un beneficio vía reducción de la desigualdad.
En otras palabras, una mayor educación económica y financiera explican un mayor desarrollo financiero del país, y que por último, determinan una menor desigualdad. Así pues, una política fundamental que ayudaría a reducir la desigualdad es promover una educación financiera y económica global y universal.
En conclusión, políticas favorecedoras en elevar la educación financiera no sólo pueden permitir que amplios grupos de la población de un país puedan acceder a los mercados financieros para rentabilizar sus ahorros, sino que además puede favorecer una mejora y desarrollo de su mercado financiero y en consecuencia favorecer un el crecimiento económico, así como una reducción en la desigualdad en renta. Es responsabilidad por lo tanto no sólo de los gobiernos, sino de los agentes sociales en su conjunto, incentivar dicha educación.