Seis consejos para reducir el consumo de energía desde la dieta
La alimentación contribuye a disminuir o aumentar la huella de carbono y el consumo de energía. La dieta puede suponer un cuarto de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera. Apostar por productos frescos y de proximidad o decantarse por los vegetales son puntos claves para reducir el gasto energético que implica, a su vez, un impacto en el medioambiente.
Es sábado por la mañana y la nevera está vacía. Aprovechando que no tienes planes, te planteas quedarte en casa y cocinar algo sano: un arroz con verduras, unas legumbres con vegetales o una buena ensalada. Pero cuando te dispones a salir a comprar, te asaltan nuevas ideas: ¿y si en vez de verduras preparas una hamburguesa? Por qué no, es sábado.
Decisiones como estas tienen un impacto importante en el planeta y, cada vez más, en nuestro bolsillo. No solo porque el precio de la carne supere con diferencia al de las legumbres y las verduras, sino también porque su producción requiere un uso importante de recursos y de un bien que cada vez nos esforzamos más en ahorrar: la energía. Una de las formas más sencillas de reducir la energía es prestar atención a los alimentos que seleccionamos para nuestro consumo.
La vuelta al mundo de un plato
En ocasiones, la vida de los alimentos es corta y sencilla: se producen en granjas locales o familiares, se venden a pocos kilómetros de estas y se cocinan a los pocos días. Otras veces algunos alimentos crecen gracias a productos químicos creados en la otra punta del planeta, son elaborados en fábricas, dan la vuelta al mundo y terminan vendidos en forma de productos procesados en grandes superficies. Cada uno de estos pasos requiere el uso de recursos y energía.
“Para que muchos de los alimentos que consumimos estén disponibles en las estanterías de los supermercados se da un proceso muy largo y complejo”, explica Mario Burgui, investigador en la Cátedra de Ética Ambiental de la Universidad de Alcalá. “El estilo de vida y diferentes factores económicos y sociales hacen que se consuman alimentos procesados, envasados y procedentes de otras zonas del mundo, lo que aumenta enormemente nuestra huella de carbono”.
De acuerdo con el investigador, a la hora de calcular el impacto ambiental de los alimentos existen tres indicadores principales: la huella ecológica, la huella hídrica y la huella de carbono, que hace referencia a las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas, sobre todo, del uso de energía generada con combustibles fósiles.
Esta energía se utiliza en numerosos procesos de la producción de alimentos. Por ejemplo, en la creación de fertilizantes para los cultivos, en los combustibles de la maquinaria agrícola o en la preparación de plásticos para el envasado. Se calcula que, actualmente, la producción de comida hace un uso muy importante de la energía y es responsable de un cuarto de las emisiones de gases de efecto invernadero que llegan a la atmósfera y causan el cambio climático.
Recomendaciones para reducir el consumo de energía de los alimentos
A la hora de reducir la huella de carbono y el uso de energía de nuestra alimentación es interesante apostar por productos frescos, no envasados, de proximidad y de temporada. Además, es todavía más importante prestar atención a qué comemos.
“¿Quieres reducir la huella de carbono de tus alimentos? Concéntrate en lo que comes, no solo en si tu comida es de producción local”, señalan desde la Universidad de Oxford. Y es que no todas las formas de alimentación impactan de igual modo en el planeta: las dietas basadas en productos de origen animal consumen muchos más recursos y tienen mayor impacto ambiental que las basadas en vegetales.
En la lista de los alimentos que más uso de energía requieren para su producción está la ternera. “La producción de carne de ternera requiere de 20 veces más superficie de tierra y emite 20 veces más gases de efecto invernadero por unidad de proteína de comestible que las fuentes de origen vegetal como los frijoles, los guisantes o las lentejas”, explican desde el World Resources Institute.
Esto se debe a que la producción de esta carne es muy ineficiente: el ganado consume una gran cantidad de calorías y proteínas para producir, a su vez, una cantidad relativamente pequeña de calorías y proteínas para consumo humano. Además, para crecer y alimentarse, las terneras necesitan grandes superficies de terreno e importantes cantidades de agua.
De acuerdo con el Observatorio de la Huella de Carbono elaborado por la Cátedra de Ética Ambiental de la Universidad de Alcalá y esta misma universidad, producir un kilogramo de carne de ternera genera un promedio de casi 74 kilogramos de dióxido de carbono (CO2) equivalente (CO2e, la unidad estándar para expresar el impacto de los gases de efecto invernadero sobre el calentamiento global). En la lista le siguen otros alimentos como el cordero o el lenguado, con promedios de 27 y 21 kilos de CO2e, respectivamente.
Al otro lado de la balanza se sitúan aquellos alimentos cuya producción requiere de un uso muy reducido de energía. Son las hortalizas y las legumbres: producir un kilo de remolacha, por ejemplo, apenas genera un promedio de 0,18 kilogramos de CO2e. Frutas como la manzana, legumbres como los garbanzos o cereales como el centeno o el maíz también requieren un uso muy bajo de energía para su producción.
“Todo esto nos muestra que es posible reducir el gasto de energía a través de la dieta”, explica Burgui. “Hay estudios que señalan que la alimentación puede alcanzar o incluso superar el 25 % de la huella de carbono individual de cada persona. Pasar de una dieta más cárnica a otra con más vegetales y legumbres, además de ser más saludable para nuestro organismo, podría reducir esta huella del 25 % al 12 %, es decir, a la mitad. Hay margen para hacer un cambio a través de la dieta, y este margen es importante”.
De hecho, el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) señala en su último informe que para reducir la demanda energética de la alimentación es necesario mejorar la sostenibilidad de todos los elementos de la cadena, pero lo que tiene más potencial de impacto es apostar por dietas con mayor contenido vegetal y menos proteínas animales.
A nivel individual, estos son algunos de los consejos que se pueden seguir para hacer nuestras dietas más sostenibles y reducir el gasto energético de la producción de alimentos:
- Consumir más productos de origen vegetal y disminuir los de origen animal.
- Apostar por productos frescos y de temporada.
- Consultar el origen de los alimentos y priorizar la compra de aquellos de producción local.
- Adquirir productos a granel y/o con menos envasado.
- Evitar los alimentos procesados.
- Comprar solo aquello que se va a consumir para reducir el desperdicio alimentario.
Calcula la huella de carbono de tu dieta
Existen también recursos para conocer mejor el impacto medioambiental de nuestras dietas. Un ejemplo es la calculadora de emisiones del Observatorio de Huella de carbono. Según esta herramienta, un menú basado en una ensalada mixta, una lasaña vegetariana, una copa de yogur con frutas y un botellín de agua supone un gasto de 1,6 kilogramos de CO2e.
Si en este mismo menú cambiamos simplemente la lasaña por un filete de ternera a la plancha con patatas, la comida pasa a sumar 6,37 kilogramos de CO2e. Si, además, añadimos pollo, queso y salsa a la ensalada mixta para convertirla en una ensalada César y cambiamos el yogur por un gofre con sirope, el menú asciende a casi 7 kilos de CO2e. Es decir, cuatro veces más que los platos de la primera opción.