Reforestar ayuda pero no es la única solución para absorber CO2
Los árboles absorben un tercio del dióxido de carbono (CO2) que los humanos generamos y al mismo tiempo son emisores. La reforestación es positiva, pero hacerla sin control puede tener un impacto indeseado sobre la biodiversidad.
Un árbol necesita un año para almacenar 22 kilos de dióxido de carbono. Una vez alcanza la madurez, se convierte en una máquina perfecta para extraer carbono de la atmósfera y convertirlo en vida. De hecho, los bosques absorben un tercio del CO2 que los humanos generamos cada año mediante la quema de combustibles fósiles. Así que, si queremos compensar todos los gases de efecto invernadero que emitimos, no tendríamos más que multiplicar por tres o por cuatro la superficie forestal del planeta.
Las cuentas parecen claras, pero la ecuación no es tan sencilla. Los bosques son un sumidero de carbono y, al mismo tiempo, un emisor de CO2. Cuando arden, son talados o se descomponen de forma natural, los árboles vuelven a liberar el carbono absorbido durante su vida. El ciclo es tan complejo que es difícil establecer qué parte de las emisiones y las absorciones es natural y qué parte se debe a acciones humanas. Además, apostar por una reforestación sin control puede acabar teniendo impactos indeseados en la biodiversidad y en las personas.
La fiebre de la reforestación
Mitigar el cambio climático, a largo plazo, pasa por reducir la concentración de CO2 en la atmósfera. Si hoy dejásemos de emitirlo por completo, sus niveles tardarían todavía varios siglos en volver a la normalidad. Por eso es necesario encontrar formas de eliminar rápidamente el exceso de CO2 si queremos que la Tierra recupere el equilibrio energético, tal como ha señalado el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) en sus últimos informes. Para ello, la mejor herramienta disponible hoy en día es la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono. O, dicho de otra forma, los bosques.
En su especial sobre cambio climático y gestión de la tierra, publicado en 2019, el IPCC señalaba ya que las acciones de reforestación (recuperación de bosques degradados) y aforestación (plantación de bosques donde antes no había) podrían retirar de la atmósfera hasta 10,1 gigatoneladas de gases de efecto invernadero al año.
Estos números han impulsado una especie de fiebre de los bosques en los últimos años. Iniciativas como Trillion Trees (un billón de árboles), auspiciada por el Foro Económico Mundial, profundizan en la idea de que, si llenamos el planeta de árboles, quizá podamos compensar los desmanes fósiles de los últimos dos siglos y esquivar las peores consecuencias del cambio climático. Pero siempre hay un pero.
Los riesgos de la maladaptación en la reforestación
Pongamos dos escenarios. En uno, la temperatura media de Europa ha subido 4 °C por encima de los niveles preindustriales. En otro, ha subido solo 2 °C, gracias en parte a que el continente se ha llenado de plantaciones comerciales de árboles que actúan como sumidero de carbono. ¿En cuál de los dos mundos la biodiversidad se vería más afectada? Esta es la pregunta que se hicieron un equipo de investigadores de las universidades de Helsinki y Joseph Fourier en 2015.
La respuesta que encontraron fue que, en líneas generales, los ecosistemas sobrevivirían mejor en el escenario de 2 °C. Sin embargo, en algunas zonas de elevada biodiversidad, esta sufriría más por las acciones intensivas de reforestación y aforestación que por la subida de las temperaturas. Y es que los riesgos de centrarse en soluciones cortoplacistas, y aparentemente milagrosas, sin tener en cuenta todos sus impactos son reales. Es lo que desde el IPCC han denominado la maladaptación.
En la segunda parte del sexto informe del panel de expertos recogen multitud de ejemplos forestales de los riesgos de la maladaptación. De cómo el remedio puede ser peor que la enfermedad.
- Plantar un bosque donde antes había praderas y pastizales puede alterar el ciclo del agua y la disponibilidad de agua dulce, aumentar el riesgo de incendios o afectar a la biodiversidad.
- Drenar turberas o humedales para construir bosques acabará liberando las grandes cantidades de carbono que estos ecosistemas almacenan de forma natural (y muy eficiente).
- Reforestar bosques degradados es una buena idea, pero puede incrementar la vulnerabilidad de las comunidades que dependen de ellos si no se tienen en cuenta sus derechos.
“La biodiversidad y la resiliencia de los ecosistemas al cambio climático se ven disminuidas por la maladaptación”, concluye el informe. “Además, esta afecta especialmente a los grupos marginados y vulnerables (como los pueblos indígenas, las minorías étnicas o los asentamientos informales), reforzando las desigualdades existentes”.
Para evitar la maladaptación, los expertos del IPCC recalcan la importancia de planificar en detalle, tener en cuenta todos los impactos a corto, medio y largo plazo y valorar siempre que las acciones propuestas no disminuyan las opciones de adaptación de la sociedad. Es decir, que por centrarnos en reducir la concentración de CO2 en la atmósfera o compensar las emisiones de las actividades económicas no nos olvidemos de todo lo demás.