Las PFAS: químicos tóxicos e indestructibles que comemos y bebemos
Las sustancias PFAS son químicos prácticamente eternos por su largo tiempo de degradación. Estas se encuentran en los envases de alimentos, ropa, maquillaje y utensilios de cocina antiadherentes. La contaminación industrial y los procesos de descomposición hacen que lleguen al medioambiente y a nuestro sistema de agua y alimentos.
Las orcas son uno de los mamíferos del planeta que más sufren la contaminación. Al igual que el ser humano, estos cetáceos son superdepredadores, lo que significa que no tienen depredadores naturales y están en la cima de la pirámide alimentaria. Esta posición de aparente poder tiene, sin embargo, un gran punto débil: las sustancias contaminantes que se van bioacumulando a lo largo de toda la cadena trófica, de los seres más pequeños a los más grandes, acaban llegando en mayores cantidades a los grandes predadores.
Por eso en los tejidos de las orcas se ha encontrado de todo. Un estudio reciente publicado por investigadores canadienses halló, tras analizar 12 orcas varadas en la Columbia Británica, una fuerte presencia de 4-nonilfenol, utilizado en la producción del papel higiénico, y mucha cantidad (y variedad) de sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS, por sus siglas en inglés), también conocidas como químicos eternos. Pero ¿qué son exactamente las PFAS?
Riesgos de las PFAS y regulación
En los últimos meses, las PFAS han vuelto a ocupar titulares. Canadá ha dado los primeros pasos para abordar la regulación de su producción y su uso. Y en el seno de la Unión Europea, algunos países están también presionando para desarrollar una legislación que controle su utilización. Pero ¿por qué hay que regularlas? ¿Qué son y qué riesgos presentan para la salud y el medioambiente? Curiosamente, las características que las han hecho tan populares son las mismas que las hacen peligrosas.
Las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS) son en realidad un grupo de más de 9.000 agentes químicos sintéticos. “Resisten muy bien el agua y los aceites, por lo que se usan en varias aplicaciones para hacer productos que sean resistentes al agua o a las manchas”, explica Amira Aker, investigadora posdoctoral en epidemiología medioambiental de la Universidad Laval de Canadá. “Podemos encontrarlas en todos lados, desde envases de alimentos hasta ropa, maquillaje y utensilios de cocina antiadherentes”.
Desde el punto de vista químico, son muy resistentes. “Las PFAS se componen de una columna vertebral de carbono y flúor, enlaces extremadamente fuertes. Pero ese mismo vínculo las hace también muy resistentes a la degradación ambiental”, añade Aker. Así, las PFAS se acumulan a lo largo del tiempo en el medioambiente y en los seres vivos y tardan varios años, incluso décadas, en degradarse. Es por eso por lo que también se las conoce como químicos eternos.
Según la Agencia Europea de Medioambiente (EEA), pueden provocar problemas de salud como daños hepáticos, enfermedad tiroidea, obesidad, problemas de fertilidad y cáncer. Aunque, como señala Amira Aker, los impactos que mejor documentados están científicamente son los cambios en los niveles de colesterol y de las hormonas tiroideas, la supresión del sistema inmunitario y la toxicidad hepática y renal.
¿Dónde están las PFAS?
Cuando nieva en la Antártida o llueve sobre la meseta del Tíbet, el agua que cae del cielo no está limpia. Da igual lo alejados que estemos de la civilización, la lluvia contiene PFAS, tal como demostró un estudio publicado el año pasado. Los químicos eternos son una amplia familia de sustancias cuyo uso se popularizó hace casi un siglo y, desde entonces, no han dejado de producirse. No existen datos transparentes al respecto, pero un informe de la agencia química sueca (KEMI) estima que, sólo en Europa, cada año acaban en el medioambiente 75.000 toneladas de PFAS. Su gran persistencia hace el resto y así acaban llegando a todos los rincones del planeta.
“Existen varias formas en que las PFAS pueden llegar a nuestros sistemas de agua y alimentos: a través de la contaminación industrial directa o indirecta, a través del uso de espumas contra incendios con PFAS y a través de la descomposición de los envases de alimentos con PFAS”, señala Amira Aker. “Los procesos de descomposición hacen también que algunos PFAS se vuelvan volátiles, aumenten las concentraciones en el aire o acaben en el medioambiente”. Así, las vías de exposición más habituales a PFAS son a través del agua y los alimentos o mediante la manipulación directa en alguna de las muchas industrias que las utilizan.
¿Por qué se siguen usando?
La toxicidad de las PFAS es de sobra conocida. Al principio, eran considerados compuestos muy estables que no reaccionaban con su entorno. Sin embargo, ya en los años cincuenta del siglo XX se llevaron a cabo los primeros estudios rigurosos que probaron sus riesgos. “Pero fueron estudios hechos a nivel interno por la industria y sus resultados tardaron muchos años en hacerse públicos, hasta que los trabajadores y las personas que vivían cerca de los lugares contaminados presionaron”, explica la experta de la Universidad de Laval.
Poco a poco, la investigación científica fue acumulando evidencias alrededor de las implicaciones de las PFAS en el medioambiente y la salud humana y animal. Sin embargo, muchos estudios siguen sin tener un gran impacto. De acuerdo con un informe del Green Science Policy Institute, hoy en día la mayoría de los estudios que hallan vínculos entre la exposición a PFAS y los daños a la salud humana reciben poca o ninguna cobertura de los medios. En gran medida, porque los ‘papers’ no van acompañados de información para medios o notas de prensa.
Por otro lado, la mayor parte de estudios concluyentes se han llevado a cabo en los últimos años, pero la mayoría de los sistemas regulatorios requieren pruebas concluyentes antes de prohibir una sustancia. Es decir, es prácticamente imposible que una entidad reguladora tome la decisión de impedir la producción de algún compuesto antes de que existan pruebas sólidas sobre sus daños. Eso, unido a la utilidad de las PFAS a nivel industrial, hace que, hoy en día, la mayoría de ellas se sigan usando.
“La mayoría de la población mundial ha estado expuesta a PFAS, pero algunos grupos son más vulnerables que otros. Hay quien está expuesto a concentraciones más altas de químicos eternos, como los trabajadores de la industria o algunos grupos indígenas. Las PFAS son volátiles y son transportadas hacia los polos por las corrientes atmosféricas y marinas. Quienes viven allí, como los inuit, se ven más afectados”, concluye Amira Aker. “Y después hay grupos más vulnerables a los impactos de las PFAS, como las mujeres embarazadas, los fetos en crecimiento o los niños”.
En enero de 2023, autoridades de Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Noruega y Suecia presentaron a la Agencia Europea de Sustancias Químicas (ECHA) una propuesta para reducir las emisiones de PFAS al medioambiente y lograr que los productos y procesos con estos químicos sean más seguros.