Que las ideas funcionen: de eso trata la innovación
Innovar no es solo tener una gran idea, es convertir esa invención en un producto o servicio que funcione. Tras la crisis global que empezó en 2008, gran parte de la innovación se vincula con la tecnología, pero hoy el impacto social y medioambiental es el eje principal de la innovación transformadora.
Definir ‘innovación’ no debería ser complicado. Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Primera acepción: “Acción y efecto de innovar”. Segunda: “Creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado”. La realidad es que sobre innovación se ha escrito y hablado tanto que a medida que más familiar resulta, más difícil se comprende.
En un mundo donde la innovación se ha erigido como el estandarte de progreso y competitividad, la esencia misma es un enigma en constante evolución. Más que una mera palabra, se ha convertido en un faro que guía a empresas, emprendedores y gobiernos por igual, alimentando una sed insaciable de nuevas ideas en una sociedad hiperconectada. Por lo tanto, aunque el concepto parece fácil de abordar, pero, a medida que nos adentramos en su comprensión, su simplicidad aparente se desvanece.
¿Qué es la innovación?
El Manual de Oslo, editado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y considerada una de las publicaciones de referencia, la define en su última edición (2018) como “un producto o proceso (o la combinación de estos) nuevo o mejorado que se diferencia de forma significativa de los anteriores”. Para ello, señala, es importante que se haya puesto a disposición de sus potenciales usuarios.
En un artículo publicado en el número 157 de la revista IESE Business School Innovation, los profesores Diego Zunino, Stine Grodal y Fernando F. Suárez, destacan además la importancia de lograr el punto óptimo entre “novedad y familiaridad”. Ahí es donde se encuentra la zona de adopción y los usuarios aceptan la mejora. La idea, continúan, es que “el producto resulte familiar pero diferente, novedoso pero compresible”. ¿Un ejemplo? La impresora 3D.
La innovación se separa de la invención; lo innovador del invento. El consenso dicta que algo realmente innovador debe aportar valor. En productos y servicios esto significa que los consumidores lo aceptan y desean. También es una de sus grandes dificultades: la gestión. No tener una gran idea, sino lograr que funcione.
Ese sería el mínimo común denominador, pero el rizo se puede rizar mucho más. La clasificación más extendida divide la innovación en tres grandes categorías: Producto o servicio, proceso y gestión. También hay quien apunta a cómo se busca la innovación, y diferencia entre innovación cerrada, dentro de una organización; e innovación abierta, en colaboración con otras compañías. No son las únicas posibilidades, pero en todas se mantienen dos constantes: responder a un problema y aportar una solución.
¿Qué es el modelo de innovación disruptiva?
Formulada por primera vez en la revista Harvard Business Review por Clayton M. Christensen y Joseph L. Bower en 1995, la hipótesis central es aprovechar una innovación tecnológica para atender a un nicho de mercado por lo general desatendido y de menor valor que el dominante. Esa innovación no parece una amenaza para las empresas establecidas, pero termina por entrar en nuevos segmentos y dominar el mercado completo. Como en los mejores relatos, el pez chico, por innovador, se come al grande; se convierte en el grande.
Innovar se convertía en la forma de entrar y mantenerse en el mercado. ‘O disrumpías o te disrumpían’. Era la respuesta. En las empresas y en los gobiernos. La innovación, siempre con la tecnología como protagonista y en especial tras la crisis económica global de 2008-2013, se convertía en un bálsamo.
La innovación frente al espejo
Pero los tiempos cambian. El propio Christensen puso en cuarentena el éxito de su teoría al alertar de “un uso demasiado amplio” de la misma. Hoy, una visión más amplia de la sostenibilidad —climática y social— y cierto agotamiento frente a un modelo de innovación acelerada e infinita, explican los nuevos epítetos de ‘innovación’ como ‘social’, ‘sostenible’ y ‘transformadora’. También una visión más crítica de la tecnología. Hay que seguir avanzando, pero con propósito.
Para la directora de Investigación, Innovación Social y Consultoría de Fundación CODESPA, Mónica Gil-Casares, “la tecnología tiene un potencial muy importante para lograr un impacto social y medioambiental positivo, pero no es la única forma de innovación”. Según apunta, en los diferentes trabajos de investigación en los que participan a través del Observatorio Empresarial para el Crecimiento Inclusivo han comprobado cómo “las empresas cada vez están más centradas en potenciar el impacto social con su actividad desde diferentes estrategias como la adaptación de sus productos, la relación con proveedores y la inserción de colectivos en riesgo de exclusión”. Ahí, insiste, “la innovación debe ser un medio, no un fin en sí mismo”.
De forma similar opina la directora de Data for Hope y CMO de la consultora de producto digital Cloud District, Carmen Boronat. “Hablar de innovación es hablar de tecnología, pero también de personas. Y en los próximos años de naturaleza”.
Boronat, que ha formado parte de diferentes comunidades de innovación en varios países, explica que con Data for Hope, un proyecto nacido durante la peor parte de la pandemia, “buscaban soluciones optimistas a la crisis del COVID a partir de dos pilares clave: los datos y una comunidad experta interdisciplinar”. Sistemas de autodiagnóstico y herramientas para valorar la idoneidad de los desplazamientos fueron algunos de los pilotos lanzados. “Ahora buscamos llevarlo al siguiente nivel y que sea una organización útil como herramienta de escucha a la vez que un lugar en el que dedicar toda esa inteligencia colectiva a crear soluciones emergentes”.
Lo más probable es que las ideas sobre qué es y no es innovación vuelvan a cambiar dentro de un tiempo y puede que entonces lo más importante siga siendo lograr lo esencial: que funcione. Porque, como se suele decir, una buena idea la tiene cualquiera, solo unos pocos consiguen una buena ejecución.