¿Qué es y cómo se gestiona una cadena de valor sostenible en una empresa?
La cadena de valor de una empresa es la secuencia de actividades de una firma que opera en una industria específica que se puede dividir en cinco fases distintas. El objetivo es que cada una de ellas aporte valor sobre el producto. Para que esta sea sostenible, tiene que tener en cuenta el impacto social y medioambiental de estas actividades y los protocolos para mitigarlos. En este caso, los contratos vinculantes y auditorías son puntos esenciales.
El economista estadounidense Michael Porter acuñó el término ‘cadena de valor’ y lo definió así: “La secuencia de actividades de una firma que opera en una industria específica”, dividida en cinco actividades principales: logística de salida, operaciones, logística de entrada, marketing y ventas. El objetivo es gestionar esas fases para que cada una aporte valor sobre el producto, superando el coste de su fabricación. Es decir, que cada eslabón sume a la hora de generar beneficios.
No obstante, con la globalización y la deslocalización económica, en parte se ha perdido el control de los efectos medioambientales y sociales de los proveedores. Principalmente en terceros países. Es lo que Orencio Vázquez, coordinador del Observatorio de Responsabilidad Corporativa español, describe como “efecto bumerán”.
Normativa sobre la cadena de valor sostenible
En el lado positivo de la balanza cada vez pesa más la creciente presión de las autoridades locales e internacionales para acelerar la transformación del modelo económico. De acuerdo con Vázquez, también avanza “la aprobación por parte de las compañías de códigos de conducta para mitigar sus impactos”. Por ejemplo, la Mesa Redonda de Negocios de EE UU reivindica un mayor compromiso corporativo ampliado a toda la cadena de valor. Esto quiere decir que hay que aplicarla a los actores implicados en su actividad. Entre ellos se encuentran los empleados y proveedores a accionistas, clientes y comunidades.
Además de la contribución medioambiental y social —descarbonización, gestión de recursos, energía limpia, fomento del empleo de calidad, igualdad, etc.—, las cadenas de valor enfocadas a la sostenibilidad también “aportan beneficios intangibles, éticos y de reputación, hoy mucho más importantes que por ejemplo en los años setenta u ochenta”, añade el experto.
Esta tendencia se refleja en el respaldo de la inversión pública y privada a los proyectos sostenibles. Deloitte predice que para 2025 la mitad de las inversiones gestionadas en EE. UU. elegirán proyectos con criterios ESG: ambientales, sociales y de buen gobierno. Ejemplos de iniciativas empresariales que expone la IAE Business School: desvincular la cadena de suministro de las actividades que impliquen deforestación o los programas de desarrollo social y de agricultura ecológica para proveedores cafeteros.
Cómo desarrollar una cadena de valor sostenible
El primer paso para gestionar una cadena de valor sostenible es, según el Observatorio, analizar exhaustivamente el impacto en todas sus fases y eslabones, especialmente en la cadena de suministro por su peso en el balance general. “A partir de ahí, contemplar dónde está realizando sus operaciones comerciales y de suministro. Obtendrá una matriz de riesgos y, una vez identificados, la empresa debería diseñar una política específica en medioambiente, derechos humanos y anticorrupción. Para ello, necesita aprobar códigos de conducta con normas de obligado cumplimento tanto interno, en su producción y sus empleados, como por parte de terceros con los que tenga relaciones comerciales”. El aspecto vinculante, consignado en un contrato, es crucial.
Pero de nada sirve firmar unos protocolos si después no se ponen en práctica. “A continuación, debe establecer procedimientos para verificar que esas normas se cumplen mediante auditorías en los
centros de producción, que también escruten la aplicación de derechos laborales. De cara a los proveedores, existen certificaciones que la empresa puede exigir a sus centros de suministro”.
La secuencia continúa con la rendición de cuentas en balances no financieros de las políticas ESG, que en algunas regiones del planeta ya son obligatorios para empresas grandes, a partir de 500 trabajadores. En estos casos, “homogeneizar los estándares en medioambiente, derechos humanos, consumidores o corrupción y elevarlos a la categoría de la información financiera es un hito importante”, afirma Vázquez.
Ventajas de tener una cadena de valor sostenible
Los beneficios intangibles pueden traducirse en económicos en parte gracias a un tipo de clientes cada vez más exigente con la sostenibilidad empresarial. Por ejemplo, una encuesta en EE. UU. y Reino Unido concluyó que al 88% de los consumidores les gustaría que las marcas les ayudaran a ser más respetuosos con el medioambiente en su día a día, que no se limiten a lanzar mensajes sino que proporcionen productos reciclables, sin bolsas de plástico o fabricados en condiciones justas.
La IAE Business School considera que la fabricación con criterios sostenibles no es necesariamente más cara y cada vez se dan más casos de costes por debajo de los procesos tradicionales. Conviene que la empresa explore esos avances en su sector. En todo caso, incluso si un producto sostenible cuesta más que su equivalente, la compañía que lo fabrica puede difundir los valores éticos y prácticos que justifican con creces esa diferencia de precio. Y además hacer estudios de mercado y de sus consumidores para asegurarse de que efectivamente es así.
“El aumento de ingresos y el ahorro de costes operativos son dos consecuencias destacadas de la aplicación de criterios ESG (ambientales, sociales y de gobierno corporativo). Se observan mayores tasas de crecimiento en las ventas de productos y alternativas verdes, mientras que se espera que otros vean un auge de tecnologías similares en los próximos años”, expone la consultoría especializada Boston Consulting Group.