¿Qué es un refugio climático? Espacios para protegerse de situaciones extremas
Los refugios climáticos, espacios naturales o urbanos para protegerse de contextos desfavorables, se han convertido en zonas de protección para los colectivos más vulnerables: mayores, mujeres embarazadas, bebés, migrantes y población con bajos ingresos. En ciudades surgen iniciativas para acondicionar lugares frente a las olas de calor como los jardines o las bibliotecas.
Muchas cosas han cambiado desde que El Botánico abrió sus puertas en Buenos Aires en 1898. La ciudad estaba por convertirse en una urbe cosmopolita, que iba a acoger a emigrantes llegados de todos los rincones del mundo. El país, Argentina, todavía tenía que atravesar la denominada ‘década infame’ y vivir el peronismo antes de la consolidación de la democracia. Y el planeta aún no se había enganchado sin remedio al calor de los combustibles fósiles.
El año de la inauguración del Jardín Botánico Carlos Thays (conocido en la ciudad como El Botánico), la atmósfera de la Tierra tenía 294,9 partes por millón (ppm) de dióxido de carbono (CO2) y hacía apenas dos años que el científico sueco Svante August Arrhenius había afirmado que la quema de combustibles fósiles podía calentar el planeta. Hoy, el CO2 atmosférico ha aumentado más de un 50 % (hasta 417,2 ppm en 2022) y la influencia humana en el calentamiento global está más que probada. Y El Botánico se ha convertido en un refugio climático, el primero declarado en la ciudad de Buenos Aires.
¿Cómo son los refugios climáticos?
Entre noviembre de 2022 y marzo de 2023, durante el verano austral, Argentina atravesó 10 olas de calor extremo. La mitad se hicieron sentir con fuerza en la capital, que vivió el verano más cálido desde que se tienen registros. El Botánico, con sus siete hectáreas de vegetación, en las que conviven unas 6.000 especies de árboles y plantas autóctonas, se convirtió en un refugio frente al calor. En su interior la temperatura es, de media, 4,8 °C inferior a la de sus alrededores, de acuerdo con la Agencia de Protección Ambiental de la ciudad.
En los últimos años, en muchas ciudades de todo el planeta han prosperado iniciativas como la de Buenos Aires. Un refugio climático no es otra cosa que un espacio natural o urbano que ofrece unas condiciones ambientales benignas o de confort climático para protegerse de un contexto desfavorable. Normalmente están pensados para hacer frente al exceso de calor, pero también existen para protegerse del frío extremo o la escasez de agua, entre otras circunstancias. Además de parques y jardines, las bibliotecas, los museos, las escuelas y otros edificios públicos suelen actuar como refugio climático.
“Un refugio climático, como mínimo, tendría que ofrecer condiciones adecuadas de temperatura o suficiente sombra, si es un espacio abierto, espacios donde la gente pueda sentarse cómodamente sean como sean sus capacidades y con agua gratuita para quien la necesite”, explica Ana Terra Amorim-Maia, investigadora especializada en justicia en la planificación e implementación de la adaptación al cambio climático de la Universitat Autònoma de Barcelona. “Además, el personal debe estar preparado para lidiar con una situación de emergencia y los refugios deben ser accesibles y estar bien señalizados. Esto como mínimo”, detalla.
Como parte de su tesis, la investigadora ha pasado tres años trabajando sobre los refugios climáticos en Barcelona, ciudad pionera en España a la hora de crear una red de refugios climáticos. “Son muy necesarios en ciudades que sufren calor extremo y, en particular, en barrios con poblaciones de bajos ingresos, con personas en situación de pobreza energética o que no pueden permitirse el lujo de usar aire acondicionado”, añade. “También en aquellas zonas con menos verde, que pueden ser varios grados más cálidas que las zonas con arbolado”.
Refugios y salud para la población más vulnerable
Entre junio y septiembre de 2022 murieron en Europa más de 61.000 personas por causas atribuibles al calor extremo, según un estudio recién publicado y liderado desde el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Italia, con más de 18.000 muertes; España, con 11.324; y Alemania, con 8.173 fueron los países más afectados. Pero si bien la relación entre calor extremo y aumento de mortalidad es evidente, este no es el único impacto de las altas temperaturas en la salud.
Las olas de calor pueden causar desde mareos y desmayos hasta deshidratación, agotamiento y el empeoramiento general de muchas enfermedades crónicas respiratorias y cardiovasculares. De acuerdo con ISGlobal, el calor afecta más a las personas más vulnerables, como los mayores, las personas que trabajan en exteriores, los bebés y las mujeres embarazadas. Con datos de Barcelona, por ejemplo, se ha observado un adelanto medio del parto de hasta cinco días cuando se produce un episodio de calor extremo.
“Desde un punto de vista sanitario, los más vulnerables son los mayores, los niños y las personas con enfermedades preexistentes. Pero también se ha demostrado que hay otros colectivos que sufren excepcionalmente el calor extremo, como las mujeres, las personas migrantes y los residentes de bajos ingresos”, asevera Ana Terra Amorim-Maia. “En general, los residentes de bajos ingresos y los migrantes tienden a vivir en las áreas más pobres de la ciudad que suelen tener menos vegetación y son más calientes que áreas más ricas. Sus edificios son más antiguos y están mal aislados y rara vez tienen o pueden permitirse aire acondicionado”.
Para la experta, cuando se diseñan las redes de refugios climáticos, es necesario ir más allá de la perspectiva de salud pública y adoptar también un enfoque socioeconómico para entender quién los necesita con mayor urgencia. Además, señala que los refugios no se bastan por sí solos como medida de adaptación de las ciudades al nuevo contexto climático.
“Son necesarios e importantes, pero no deben ser la única acción. Hay otras iniciativas necesarias como aumentar la cobertura de árboles, reducir el tráfico de automóviles, reducir las superficies impermeables, mejorar el aislamiento térmico de edificios y casas o invertir en estrategias basadas en la arquitectura pasiva, que permitan que las viviendas se enfríen de forma natural”, concluye.