¿Qué es un embalse y cómo ayuda a combatir la sequía?
Los embalses son estructuras artificiales que acumulan y gestionan el agua de ríos, crucial para el consumo humano, la agricultura y la producción energética, especialmente en tiempos de sequía. Los embalses pueden ayudarnos a enfrentar la escasez de agua.
Durante siglos, muchos países se disputaron la memoria de la reina de Saba. Todos querían ser el hogar de la mítica monarca que gobernó e hizo prosperar uno de los reinos más poderosos del mundo antiguo, alrededor del año 800 antes de Cristo. Con el tiempo, las investigaciones arqueológicas han ido acotando las fronteras del país de los sabeos a lo que hoy es Yemen, al sur de la península Arábiga, y han situado su capital en la ciudad de Marib. Su éxito y su poder se cimentaron no solo en la figura de su monarca, sino también en las rutas comerciales entre el Mediterráneo y Oriente y en un embalse que convirtió la zona en un vergel agrícola y una potencia en el cultivo de especias y perfumes.
La gran presa de Marib, construida sobre el río Adhanah, se considera una de las maravillas de la ingeniería del mundo antiguo, con cerca de 600 metros de longitud y una decena de alto. Acabó derrumbándose (sus ruinas todavía son hoy visibles), pero la población local siguió aprovechando el agua del Adhanah durante milenios. Desde 1986, unos tres kilómetros más arriba de la antigua presa, se levanta una construcción de 38 metros de altura y 763 metros de largo que embalsa 398 millones de metros cúbicos de agua del río. Y es que, desde la antigüedad hasta nuestros días, los embalses han sido clave en la gestión del agua y la resistencia a las sequías.
La utilidad de los embalses
Los embalses no sólo se producen por construcciones artificiales como la del reino de Saba. En realidad un embalse entendido de forma general, hace referencia a cualquier cuerpo de agua formado por algún tipo de obstáculo situado en el cauce de un río o arroyo, desde un dique hecho por castores o un derrumbe, hasta una presa construida por el ser humano. La definición de la Real Academia Española (RAE), sin embargo, es más concreta y menciona la construcción de una presa o un dique como elemento indispensable.
Según la RAE, un embalse es “un gran depósito que se forma artificialmente, por lo común cerrando la boca de un valle mediante un dique o presa, y en el que se almacenan las aguas de un río o arroyo”. Esta agua puede usarse con cualquier finalidad, desde abastecimiento a las poblaciones de los alrededores y regadío hasta producción de electricidad. Los embalses artificiales están formados, normalmente, por tres elementos: la presa o dique, los aliviaderos, que permiten descargar agua si el embalse está al máximo, y las tomas que conectan el agua embalsada con sus usos finales.
Los embalses son hoy habituales en muchos países. En España, según el Inventario de Presas y Embalses, existen más de 1.200 grandes presas, la mayoría construidas durante el siglo XX. En América Latina, su distribución es muy desigual, ya que muchos países gozan de buenas reservas naturales de agua. Argentina es el que más embalses tiene en esta zona –con más de 60–, seguido de Venezuela, Chile y Ecuador. En todos ellos, las presas compaginan el almacenamiento de agua con la producción de energía hidroeléctrica.
Los embalses frente a la sequía
En muchos países, los embalses tienen un papel central. El caso de España, el país de la Unión Europea con mayor número de presas y embalses según datos de la FAO, es paradigmático. “En España, las aguas superficiales suponen el 80% del agua disponible para satisfacer la demanda, frente al 19% de las aguas subterráneas y el 0,5% de las aguas de desalación”, explica Javier Lillo, científico del Grupo de Investigación sobre Cambio Global Terrestre y Geología Ambiental de la Universidad Rey Juan Carlos. De hecho, el nivel de los embalses se usa como indicador de referencia para medir la situación de sequía hidrológica.
“No podemos evaluar las pérdidas de agua en un periodo dado con las reservas de aguas subterráneas porque, en realidad, no las conocemos con exactitud. Sin embargo, las reservas de aguas superficiales son medibles en tiempo real y su evaluación no requiere una modelización compleja. Además, a diferencia de los acuíferos, los embalses no tienen un retardo en el tiempo de llenado. En resumen, las reservas superficiales constituyen la mejor aproximación que podemos tener de las reservas disponibles en un momento dado”, añade el experto. Por lo tanto, proporcionan datos sólidos para la toma de decisiones y las políticas de gestión del agua.
Los embalses almacenan agua que, después, se destina para abastecimiento humano, tanto para consumo doméstico como para agricultura y ganadería y usos industriales. Su principal fortaleza es que permiten gestionar la disponibilidad de agua en función de la demanda y no depender siempre de la meteorología. Además, en muchos casos, las presas también tienen un objetivo energético. A esto hay que añadirle la importancia de mantener la salud ambiental de los ríos y los humedales, que forman parte esencial del ciclo del agua en el planeta y son clave para miles de especies animales y vegetales, lo que también revierte en las personas.
“La gestión del agua es crítica en periodos de escasez y por eso ha de hacerse desde una perspectiva integral. En este sentido, las autoridades y entes de gestión no solo han de tener capacidad de respuesta sino que, además, deben de prepararse para situaciones de escasez”, añade Lillo. “De cara al futuro, será necesario buscar fuentes alternativas de agua dulce, con especial atención a la regeneración y a la reutilización de aguas residuales, así como a la desalación. Además, es necesario incidir en el ahorro del recurso, también en sus usos agrícolas: los cultivos han de adecuarse a la disponibilidad hídrica de la región y no al contrario”.
¿Quitar presas para restaurar los ríos?
En España existen más de 1.200 grandes presas en uso. Sin embargo, en los ríos hay cerca de 50.000 obstáculos construidos por el ser humano, la mayoría, barreras y diques en desuso o directamente abandonadas, según cálculos de la asociación Dam Removal. La situación es similar en toda Europa, donde estiman que existen más de 1,2 millones de obstáculos fluviales. Con el objetivo de renaturalizar los ríos, restaurar los flujos de nutrientes a lo largo del cauce y hacia el mar o facilitar la recuperación de las especies fluviales, algunos de estos diques y azudes se han estado retirando en los últimos años.
En España, por ejemplo, el año pasado se eliminaron 95 barreras (487 en toda Europa). Estas decisiones no han estado exentas de polémica, ya que se asocian los embalses con las reservas de agua. Sin embargo, las infraestructuras derribadas no estaban en uso, por lo que su destrucción no altera la disponibilidad del recurso para las personas. Además, un río más sano mejora la salud de los acuíferos, la disponibilidad de nutrientes y sedimentos a lo largo del cauce y en la desembocadura (lo que influye en la agricultura, en la pesca y en las playas) y la biodiversidad (que tiene efectos también sobre la agricultura y en la salud humana).
“La renaturalización es, en general, necesaria y beneficiosa, ya que con ella se devuelven a los ríos sus funciones ecosistémicas, lo que conlleva recuperar los ecosistemas asociados que se han degradado como consecuencia de la construcción de las presas”, concluye Javier Lillo. “Sin embargo, no hay que pensar que basta con la retirada de presas y otras infraestructuras en desuso para devolver a los ríos a su estado natural. Existen otros problemas que afectan a su salud ambiental que aún no están resueltos, como es el vertido de aguas residuales no tratadas”.