¿Qué es la transición energética? Un camino inevitable lleno de retos
La transición energética es ya inevitable, tanto para mitigar el cambio climático como para buscar alternativas a unos combustibles finitos. El mundo mira a las fuentes alternativas de energía y, en particular, a las renovables para construir sociedades sostenibles.
Sin energía, la vida no existe. Todos los seres vivos han encontrado formas de extraerla de su entorno y utilizarla. Pero ninguno ha alcanzado los niveles de desarrollo del ser humano. Desde el control y el manejo del fuego hace alrededor de 1,5 millones de años, el consumo energético de la especie no ha dejado de aumentar. Primero, lentamente, a lo largo de cientos de siglos. Y, desde hace 200 años, cada vez más rápido, en una revolución energética sin precedentes, construida de la mano de la electricidad y, sobre todo, de los combustibles fósiles.
En el año 1800, todos los seres humanos del planeta (algo menos de 1.000 millones) consumían 5.600 teravatios hora (TWh) de energía. Esta provenía, en su mayoría, de la quema de madera. En 2019, con una población casi ocho veces mayor, el consumo de energía se había multiplicado por 30 hasta superar los 173.000 TWh. Al uso de madera, que prácticamente se había mantenido, se habían sumado casi 140.000 TWh de energías fósiles, repartidos entre petróleo, carbón y gas natural.
Esta explosión de producción y consumo de energía ha generado niveles de desarrollo sin precedentes. Pero también ha creado un doble problema. Por un lado, la quema de combustibles fósiles genera gases de efecto invernadero que están cambiando el clima y amenazan la estabilidad de la vida en la Tierra. Por otro lado, las sociedades humanas (sobre todo, las más ricas) son altamente dependientes de un recurso finito que, más temprano que tarde, se acabará. Una de las posibles soluciones sobre la mesa es la transición energética, un camino con claros y sombras para olvidarnos de los combustibles fósiles.
Objetivos de la transición energética
Frenar el cambio climático y construir sociedades sostenibles a largo plazo. Esos son los dos grandes objetivos para impulsar la transición energética. Según la Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA), la transición energética es un camino hacia la transformación del sector energético global desde uno basado en los combustibles fósiles hasta uno con cero emisiones de carbono, un camino que debe recorrerse antes de la segunda mitad de este siglo.
Para ello, el mundo mira a las fuentes alternativas de energía y, en particular, a las renovables. Por ejemplo, la Unión Europea, la región en la que la transición energética está más avanzada, se ha marcado el objetivo de lograr que en 2030 el 40 % de su mix energético provenga de fuentes renovables. Sin embargo, apostar por el viento, el sol y el agua para reemplazar por completo a los combustibles fósiles tiene sus retos.
“Las fuentes de energía son renovables, pero las instalaciones para extraer y repartir esas energías no lo son. Una turbina para convertir energía eólica en electricidad requiere enormes cantidades de materiales no renovables, incluyendo metales raros para los acumuladores”, señala Mario Quevedo de Anta, profesor de ecología de la Universidad de Oviedo. “Y las grandes plantas de producción de energía renovable suponen apertura de viales, pavimentación, desmontes, excavaciones… Todos ellos son impactos esencialmente permanentes”.
Para el ecólogo, los impactos de esta transición son múltiples y afectan desde la geología, la cultura o la sociedad hasta el resto de la vida en la Tierra. “Las grandes plantas eólicas implican mortalidades elevadas de aves, quirópteros e invertebrados. Las fotovoltaicas suponen la transformación y la industrialización de grandes superficies naturales, lo que implica a su vez desplazamiento de poblaciones de animales y plantas y, por tanto, mortalidad. Las centrales hidroeléctricas alteran por completo los ecosistemas de los ríos”.
Recomendaciones para impulsar la transición energética
La meta la tenemos clara, pero el debate sobre el camino a recorrer está más abierto que nunca. Un informe reciente del programa medioambiental de la ONU (UNEP, por sus siglas en inglés) e IRENA señala las complejidades de descarbonizar la producción energética al tiempo que no se renuncia a un nivel de desarrollo mínimo (bajo el que se encuentra todavía buena parte de la población mundial). Aun así, el documento avanza una serie de recomendaciones para acelerar esta transición que podrían resumirse así:
- Acelerar el despliegue de las renovables para alcanzar una capacidad de producción de 8.000 GW en 2030. En 2020, la capacidad instalada era de 2.800 GW.
- Reforzar la eficiencia energética en todos los sectores y, en particular, en los edificios, el transporte, la industria y los sistemas de calefacción y frío.
- Abandonar el carbón de forma urgente. Los países desarrollados deben hacerlo en 2030 a más tardar.
- Establecer estrategias de transición detalladas y priorizar los objetivos energéticos en cualquier tipo de política.
- Invertir en mejorar la infraestructura, la interconexión y la gestión de las redes y la integración de los mercados energéticos.
- Adecuar las políticas laborales y de protección social a los desafíos que la transición energética genere en cada territorio para que esta no cause tensiones.
Problemas e inconvenientes para impulsar la transición verde
Aunque ninguno de estos pasos parece sencillo por sí mismo, ninguno aguanta la comparación con el gran desafío de fondo: ¿cómo mantenemos el nivel de consumo energético actual, o incluso lo incrementamos para avanzar en el desarrollo, sin los grandes combustibles que han alimentado la revolución de los últimos 200 años? “Desde el punto de vista de la ecología, seguramente el mayor reto sea reducir la huella ecológica individual”, explica Mario Quevedo de Anta. “En pocas palabras: reducir el consumo. Aunque al simplificar caigamos en generalizaciones poco precisas”.
Algunos estudios, como los efectuados por el Grupo de Investigación en Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid bajo el proyecto MEDEAS-Locomotion de la Unión Europea, sostienen que lograr una transición completa a un sistema energético 100 % renovable no es posible con los niveles de consumo actuales. Los límites de espacio para instalar las tecnologías renovables o las dificultades para almacenar la energía y poder consumirla cuando haya baja producción (cuando no sople el viento o no haya sol) son algunos de los mayores obstáculos.
“Se escapa de mi profesión, pero mi punto de vista es que no sabemos qué hacer sin la intensidad de consumo actual y no será fácil desenganchar a las sociedades occidentales de la misma”, concluye el ecólogo de la Universidad de Oviedo. “Una de las alternativas es la producción de energía en cercanía y a pequeña escala. Otra que manejan quienes investigan las grandes preguntas de la sostenibilidad es la desaceleración planeada, que de no llegar puede implicar colapsos locales y regionales. Pero no hay una única solución”.
Las grandes preguntas siguen sobre la mesa. En las últimas dos décadas nos hemos dado cuenta de que la transición energética es inevitable, tanto para mitigar el cambio climático como para buscar alternativas a unos combustibles finitos de los que somos muy dependientes. El camino para completar esta transición transcurre, sin embargo, por un terreno lleno de obstáculos que todavía no sabemos bien cómo superar.
Beneficios de completar la transición energética
Impulsar la transición energética ofrece una gran cantidad de ventajas, tanto a nivel local como global. En primer lugar, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero derivada de la adopción de fuentes renovables contribuye significativamente a mitigar el cambio climático, preservando así el medioambiente y limitando sus impactos. Además, esta transición verde promueve la independencia energética de los países y reduce la volatilidad en los precios de la energía.
Por otra parte, a nivel económico, la expansión de las energías renovables genera empleo en sectores como la fabricación, instalación y mantenimiento de infraestructuras relacionadas, impulsando así el crecimiento económico y la innovación tecnológica. En resumen, se puede decir que completar la transición energética no solo ese esencial para abordar los desafíos del cambio climático, sino que también presenta una oportunidad única para construir un futuro más sostenible, próspero y equitativo.