¿Qué es la pobreza energética? Sin tregua ante el calor y el frío
Tiene muchas caras y algunas no se ven. En el mundo hay 700 millones de personas sin electricidad. Y en Europa hay familias que no pueden encender la calefacción. Pagar con retraso las facturas, no poder mantener la temperatura adecuada o gastar por debajo de lo necesario también es pobreza energética.
El año 2021 marcó récords en España. Apenas unos días después de que comenzasen a contarse los días en el calendario, la tormenta Filomena cubrió de nieve gran parte del país. Esta dejó temperaturas de hasta –16 °C en algunos puntos. Tan solo ocho meses más tarde, una intensa ola de calor provocó que los termómetros de prácticamente todas las provincias superasen los 40 °C.
Para muchas personas, sus hogares fueron un refugio durante estos días de temperaturas extremas. Otras, sin embargo, no pudieron aprovechar el calor de la calefacción o el fresco del aire acondicionado: millones de personas en España viven en una situación de pobreza energética y no pueden hacer frente a los gastos relacionados con el suministro de energía.
A nivel global, la pobreza energética tiene diferentes caras. Se calcula que unos 700 millones de personas de todo el mundo no tienen todavía electricidad en sus viviendas, lo que determina su capacidad para cocinar, para estudiar, para trabajar o para informarse, entre otros aspectos. Para ellos, la pobreza energética es otra losa de la desigualdad y un problema que los mantiene desconectados del resto del mundo.
Ingresos, temperatura o humedades: los indicadores de la pobreza energética
La pobreza energética es un concepto complejo, que tiene múltiples caras, causas y consecuencias. Para algunas personas se traduce en no poder encender la calefacción en invierno, y para otras en dejar de hacer frente a otros gastos para poder encenderla. Por ello, existen diferentes definiciones para describirla y varias estrategias para medirla.
“Por pobreza energética se puede entender la situación de un hogar en el que no se consiguen satisfacer las necesidades asociadas a la energía (como la climatización o el uso del agua caliente o de la cocina) a un nivel suficiente para garantizar un nivel de vida digno para sus habitantes”, explica Efraim Centeno Hernáez, director de la Cátedra de Energía y Pobreza de la Universidad Pontificia de Comillas.
De acuerdo con el director de la cátedra, tradicionalmente se han usado dos estrategias para medir el nivel de pobreza energética. El primero se basa en evaluaciones subjetivas de las condiciones de la vivienda, como la existencia de humedades o la incapacidad de mantener una temperatura adecuada en invierno.
La segunda se basa en la relación entre los ingresos y los gastos de las personas o las familias. “En este grupo destaca el indicador conocido como el 10 %, según el cual un hogar es pobre energéticamente cuando dedica más del 10% de sus ingresos a sufragar sus gastos relacionados con la energía”, explica Centeno.
¿Cómo se mide la pobreza energética?
El Observatorio Europeo de la Pobreza Energética (EPOV), por ejemplo, plantea cuatro indicadores principales para medir la pobreza energética:
- Presentar retrasos en los pagos de las facturas.
- No tener capacidad para mantener una temperatura adecuada en invierno.
- Realizar gastos desproporcionados en energía.
- Gastar por debajo de lo necesario.
Las consecuencias de una pobreza que no se ve
A menudo escuchamos que la pobreza energética es una pobreza oculta, porque no siempre se ve y se percibe. Esta es, por ejemplo, la situación de las familias que no cuentan con dinero suficiente para hacer frente a todos sus gastos y, antes de dejar de pagar el alquiler o de endeudarse, recortan en otros ámbitos, como en energía o en alimentación.
“El término ‘pobreza energética oculta’ corresponde a la que afecta a aquellas personas que reducen su consumo energético por debajo del requerido por no disponer de recursos para cubrirlo. Esto lleva a consumos y gastos económicos bajos, que hacen más difícil detectar y cuantificar estas situaciones”, explica Centeno. “En ese sentido, se dice que la pobreza energética está, en parte, oculta”.
En otros casos, las familias se ven obligadas a destinar un porcentaje muy alto de sus ingresos a pagar sus gastos energéticos, algo que aumenta la privación en otros ámbitos y desencadena diferentes problemas. De una forma u otra, la pobreza energética lleva a las familias a pasar frío en invierno y calor en verano o a no poder cocinar, por ejemplo.
Todo esto tiene consecuencias graves en la salud y en las relaciones sociales. “Puede provocar problemas de salud relacionados con el sistema cardiovascular, respiratorio e inmune, agravar las enfermedades osteoarticulares y reumatológicas y aumentar la utilización de servicios médicos. Además, afecta a la salud mental, provocando ansiedad, depresión y aislamiento social. La pobreza energética también tiene consecuencias sobre el empleo, la educación, las relaciones sociales y el ocio”, añade Centeno.
En España, y de acuerdo con el Informe de Indicadores de Pobreza Energética en España 2021, de la Cátedra de Energía y Pobreza de la Universidad Pontificia de Comillas, 4,5 millones de personas (el 9,5 % de la población) se retrasó en los pagos de las facturas en 2021. 6, 6 millones (el 14,27 %) mantuvo una temperatura inadecuada en su vivienda por motivos económicos.
Para muchas familias, además, el porcentaje de los ingresos que tienen que dedicar a gastos energéticos es muy elevado. Se calcula que casi tres millones de hogares gastaron proporcionalmente más del doble que los hogares medios en energía (teniendo en cuenta sus ingresos netos) a lo largo de 2021. Es significativo también que el 11,3 % de hogares sufre pobreza energética oculta severa, es decir, gasta menos de la cuarta parte de lo que realmente necesita para cubrir sus necesidades energéticas.
En otras regiones del mundo, la pobreza energética presenta otras cifras. En América Latina, por ejemplo, el 12 % de la población se ve obligada a cocinar con biocombustibles como leña, carbón o desechos. Según datos de CEPAL, el porcentaje aumenta hasta el 25 % en países como Perú y hasta el 40,5 % en Centroamérica. Esto acarrea importantes problemas de desigualdad y de salud, que son claramente visibles en regiones como Loreto (en Perú), en donde la mayoría de los hogares viven sin conexión a la red eléctrica.
Soluciones a la pobreza energética
Acabar con la pobreza energética se presenta como un reto en un mundo en el que el cambio climático está aumentando la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos como las olas de calor. “No disponemos de cifras al respecto, pero está claro que la pobreza energética debida al calor extremo es un fenómeno con el que nos vamos a encontrar cada vez más”, explica el director de la Cátedra de Energía y Pobreza.
La solución, añade, requiere de una sabia combinación de medidas paliativas y medidas estructurales. Entre las primeras, Centeno destaca el Bono Social de Electricidad y el Bono Social Térmico, que proporcionan una ayuda a los hogares vulnerables para afrontar sus gastos energéticos en países como España. Entre las segundas, señala las rehabilitaciones y las actuaciones estructurales sobre los edificios para mejorar la eficiencia energética.
A nivel global, existen retos que van más allá, como garantizar el acceso a energías limpias y seguras a millones de personas que todavía no tienen luz eléctrica en sus casas, colegios o incluso en sus hospitales.