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¿Qué es la desigualdad social y cuáles son sus consecuencias?

La desigualdad no solo trata de riqueza, patrimonio o ingresos. También de esperanza de vida, acceso a educación y sanidad, oportunidades para expresarse libremente. Sin olvidar el color de la piel, el género o la edad. Hasta el cambio climático provoca brechas. Pobreza, discriminación o rechazo son algunas de sus consecuencias.

La desigualdad nos habla de una falta de equilibrio que tiene muchas facetas, al igual que muchas causas y consecuencias. Este término hace referencia a una circunstancia socioeconómica que favorece que unas personas tengan más oportunidades que otras. Tal y como señalan desde la ONU, este concepto no nos habla sólo de riqueza, patrimonio o ingresos, sino también de esperanza de vida, de las opciones de acceder a una educación de calidad o de las oportunidades para expresarse libremente. 

Según la ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, la desigualdad social se produce cuando una persona recibe un trato diferente debido a su situación económica, la religión que profesa, su género, la cultura de la que proviene, entre otros aspectos.

“La desigualdad social es transversal. Se mueve y expresa a lo largo de diversos ejes de discriminación”, explica Carlos Susías, presidente de la European Anti Poverty Network España (EAPN-ES). “Los tipos de desigualdad se refieren a la clase de particularidad o rasgo que se premia o castiga”. “Por lo general, el rasgo más beneficiado es contar con una posición social elevada. Sin embargo, también se castigan cuestiones como el sexo, la pertenencia étnica o el color de piel, la edad, el lugar de origen, las opciones sexuales, la religión o la escasez de recursos, entre otras”. Así lo señala, haciendo referencia a realidades como la desigualdad de género, el racismo, el edadismo o la xenofobia.

Causas de la desigualdad social

La gran mayoría de las desigualdades tienen su origen en procesos sociales con base histórica que se vuelven estructurales. Un buen ejemplo es la situación de las mujeres con respecto a la de los hombres, una desigualdad que se ha mantenido y reforzado a lo largo de los siglos.

“Invertir en las mujeres en igual medida que en los hombres es imprescindible para construir sociedades más inclusivas y prósperas para todos y erradicar la pobreza: el Banco Mundial calcula que cerrar las brechas económicas de género inyectaría 172 billones de dólares en la economía mundial y supondría un aumento de un 20% del PIB” explica Laura Fernández Lord, directora de Sostenibilidad, Equidad e Inclusión de la Fundación Microfinanzas BBVA.

“Las desigualdades que las mujeres soportan con respecto a los hombres en las condiciones laborales, en la seguridad, en el acceso a puestos directivos o en el reconocimiento social están muy estudiadas”, señala Susías. “Se ve claramente el carácter histórico y estructural de su discriminación que, desde los feminismos, se ha nombrado patriarcado”.

“Otro ejemplo importante es el de la población gitana, que sufre poderosas y férreas desigualdades en el acceso al empleo, a la vivienda, a la educación, a la sanidad, a la cultura, al ocio activo o a la participación social y política. Aunque gracias a un lento y largo trabajo de las entidades sociales comienza a reducirse, el odio y la discriminación hacia las personas gitanas está, todavía, profundamente arraigado en la sociedad española”, añade.

Consecuencias de la desigualdad social

Las consecuencias de estas desigualdades son muchas y muy variadas. Destacan la pobreza, la discriminación, las situaciones de rechazo o la imposibilidad de acceder a puestos de trabajo bien remunerados. Todas tienen un rasgo común: la incapacidad de salir de una situación de inferioridad con respecto al resto de la población.

“En el ámbito personal, las desigualdades son acumulativas. Nacer en un hogar pobre produce una cascada de consecuencias que se potencian unas a otras y se incrementan en el tiempo”, explica el presidente de EAPN-ES. “Por ejemplo, el 45,4 % de las personas que en su periodo adolescente vivían en un hogar con situación económica mala o muy mala están en la actualidad en riesgo de pobreza y/o exclusión social, según datos de elaboración propia a partir de la Encuesta de Condiciones de Vida de 2019 del Instituto Nacional de Estadística”.

Así, añade Susías, la desigualdad genera un proceso de círculo vicioso, en el que la pobreza y la exclusión social se transmiten de generación en generación. Además, las consecuencias se dan también a nivel de comunidad: la desigualdad favorece la ruptura de la cohesión social, limita las capacidades de consumo de una gran parte de la población y aumenta la necesidad de realizar un gasto social para mejorar su situación.

“También hay consecuencias sanitarias, con el incremento de la incidencia de enfermedades derivadas de la pobreza; en la seguridad, en la participación social y política y muchas otras”, enumera el presidente de la EAPN-ES.

Las personas, en el centro de la desigualdad

Acabar con la desigualdad ha sido un objetivo prioritario para numerosos organismos y entidades sociales, así como para algunos gobiernos, a lo largo de la historia reciente. Sin embargo, las cifras nos siguen hablando de brechas. Por ejemplo, y de acuerdo con el World Inequality Report, las desigualdades de género siguen siendo considerables a nivel mundial.

La participación de las mujeres en los ingresos totales generados por el trabajo en todo el mundo se acercaba al 30 % en 1990. Más de tres décadas después, se sitúa en menos del 35 %. En un mundo con igualdad de género, las mujeres deberían ganar el 50 % de todos los ingresos laborales.

Otra de las grandes brechas la muestra el cambio climático. Las personas que más sufren sus consecuencias, en forma de huracanes, riadas, sequías o el aumento del nivel del mar, son las que menos han contribuido al mismo: se calcula que el 10 % de las personas que más emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) lanzan a la atmósfera es responsable de cerca del 50 % del total. Mientras, el 50 % que menos emite produce solamente el 12 %.

La desigualdad estructural está también muy ligada a los ingresos. A nivel internacional, estos niveles de desigualdad varían de unos países a otros. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) sitúa a Costa Rica, Chile, México y Turquía entre los países con más desigualdad en términos de ingresos por hogar. Al otro lado de la balanza están los países más igualitarios. Lideran la lista Eslovaquia, Eslovenia, la República Checa, Bélgica, Polonia y algunos países nórdicos, como Dinamarca y Finlandia.

La solución para terminar con desigualdades estructurales como la de género o la climática, señala Susías, está en reemplazar los modelos actuales por otros más igualitarios. “El principal agente generador de equidad es el Estado. En este sentido, su principal función es asegurar una distribución equitativa y justa de los recursos disponibles, así como el acceso efectivo de la totalidad de la población a los derechos que permiten llevar una vida digna, como la educación, el trabajo, la vivienda y la sanidad, entre otros”.

“Sin embargo, esto implica una acción positiva y orientada de su papel legislativo que, a causa de cuestiones ideológicas o de reparto de poder, no siempre se produce o no se hace con intensidad suficiente”, añade, para aclarar que los parches son insuficientes y que es necesario construir un sistema que realmente ponga a las personas en el centro.

“Un sistema basado en un paradigma de sostenibilidad que no puede ser solamente social, sino también medioambiental. Cuidar al planeta es cuidar a las personas”, señala. Lo que nos lleva, de nuevo, a reflexionar sobre el gran porcentaje de la población mundial que nunca ha volado en avión, pero que sufre especialmente las consecuencias de que una minoría sí pueda hacerlo.