¿Qué es la desertificación y por qué se produce?
La desertificación afecta ya a una cuarta parte de la superficie terrestre y engloba la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Este proceso, provocado por factores humanos y naturales, marca el día a día de una sexta parte de la población mundial. El ritmo de la desertificación aumenta en Asia, África Subsahariana y en varios países del Mediterráneo.
El Yaque del Norte es el río más importante de la República Dominicana. Su cuenca cubre el 14,6 % del territorio del país caribeño, da de beber directamente a 1,8 millones de personas. También riega más de 70.000 hectáreas de cultivos de arroz o banano. El Yaque del Norte es, además, un refugio de biodiversidad y uno de los grandes atractivos del turismo ecológico del país caribeño. Sin embargo, no hace mucho, la degradación de la parte alta de su cuenca y el avance de la desertificación llevaron el río al límite.
De acuerdo con el organismo público Fondo Agua Yaque del Norte, la deforestación, las prácticas agrícolas y ganaderas inadecuadas y la expansión urbanística redujeron la cobertura forestal y aumentaron la erosión, lo que afectó directamente al ciclo del agua y a la recarga de los acuíferos de los que bebe el río. Además, la demanda de agua no dejó de crecer en las últimas décadas –el organismo estima que la presión hídrica del río es cercana al 100%–. Afortunadamente, la situación ha ido mejorando en los últimos años.
Desde 2015, el Fondo Agua Yaque del Norte tiene en marcha un plan de conservación y restauración de la cuenca que implica intervenir para frenar la desertificación y recuperar las zonas más degradadas. Y está funcionando. “El resultado son tierras más fértiles, mayor disponibilidad de agua, mejoras en salud de las comunidades. Y todo esto, en un contexto de crecimiento económico y desarrollo social. Se mire por donde se mire, lo más rentable es tener unos paisajes sanos y aprovechar las soluciones que nos brinda la propia naturaleza”, señala Andrea Meza, secretaria ejecutiva adjunta de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD).
El caso del Yaque del Norte es único. En la República Dominicana, la proporción de tierras degradadas ha disminuido de forma significativa, pasando del 49% al 31% entre 2015 y 2019. Y el país tiene acciones en marcha para recuperar otras 240.000 hectáreas, según los últimos datos disponibles.
El impacto de la desertificación en los ecosistemas
En la provincia de Almería, en el sur de España, una cuarta parte de la superficie son tierras áridas. Allí están el Cabo de Gata, donde caen menos de 120 litros por metro cuadrado al año, y el desierto de Tabernas, donde apenas llueve. A menudo, Almería sirve de ejemplo para ilustrar el avance del clima y el ecosistema desértico en algunas zonas del Mediterráneo. Es una provincia que sufre desertización, es decir, un proceso natural hacia unas condiciones morfológicas, climáticas y ambientales concretas, conocidas como desierto.
La desertificación es un concepto más amplio, que engloba la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas por causa de factores tanto climáticos como humanos. La desertificación afecta al 70% de todas las zonas secas del planeta y a una cuarta parte de la superficie terrestre, marcando el día a día y las actividades económicas de una sexta parte de la población mundial. “La desertificación no es la expansión natural de los desiertos existentes”, recalca Andrea Meza.
“De forma gradual, las tierras van perdiendo su fertilidad y su capacidad de sostener la vegetación y la vida, sean ecosistemas naturales, pastos o cultivos. Un solo centímetro de la capa superior del suelo tarda entre 200 y 400 años en formarse, pero cuando maltratamos la tierra, desaparece en unas pocas estaciones”, añade la experta de la ONU. “Más del 90% de los alimentos que consumimos, y con los que alimentamos a nuestro ganado, proceden de la tierra. Las tierras fértiles están en la base de la economía global y de la propia existencia humana”.
La sequía, los humanos y la desertificación
En la última década, el mundo ha perdido 100 millones de hectáreas de tierras sanas y productivas cada año. Según los últimos datos de la CNULD (Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación), el 22 % de las tierras de América Latina y el Caribe están degradadas, lo que equivale a 379 millones de hectáreas, una superficie mayor que la de la India. La desertificación también avanza a un ritmo alto en la mayor parte de Asia y en el África Subsahariana, así como en los países del área mediterránea. En todos estos lugares, las causas humanas y naturales de la desertificación caminan de la mano.
La sequía, que afecta a 98 países en todo el planeta, acelera la degradación de las tierras, pero la relación también funciona en el sentido opuesto. Y es que la sequía no es solo la ausencia de lluvia, sino que también se acentúa como resultado de una mala gestión de las tierras. A su vez, el cambio climático generado, en gran parte, por la quema de combustibles fósiles para las actividades humanas, acentúa las sequías, las lluvias torrenciales y las inundaciones, multiplicando la erosión de la tierra.
Ambos factores interactúan y se retroalimentan con la gran causa detrás del avance de la desertificación: el manejo insostenible de la tierra. “La destrucción indiscriminada de los ecosistemas terrestres, las prácticas insostenibles de cultivo y pastoreo que exprimen las tierras más allá de su capacidad de carga, la salinización de los suelos debido a malas prácticas de irrigación… Las tierras desnudas y agotadas son barridas rápidamente por el viento y el agua”, detalla Andrea Maza.
“Además, el rápido crecimiento demográfico, aparejado a la falta de planificación territorial y a la pobreza, acelera los procesos de sobreexplotación y de degradación de tierras. Así, combatir la pobreza es una forma de cuidar de nuestras tierras y viceversa”, añade la experta. “La resiliencia a la sequía y al cambio climático depende de la salud de nuestras tierras: cuanto más sana es una tierra, más carbono almacena y mejor infiltra y retiene el agua, lo que a su vez reduce el riesgo de estrés hídrico y de inundaciones”.
¿Es posible frenar el avance de la desertificación?
Tres de cada cuatro habitantes de América Latina y el Caribe están directamente expuestos a la sequía y a la degradación de la tierra. Las poblaciones rurales, que dependen de la agricultura y la ganadería y de los recursos hídricos naturales, son quienes más sufren las consecuencias. En zonas como el Corredor Seco centroamericano o Haití, que comparte isla con la República Dominicana, la situación es especialmente delicada. El colapso de las cosechas genera inseguridad alimentaria y alimenta el desempleo, la violencia y las migraciones. Pero, tal como demuestra la cuenca del Yaque del Norte, es posible frenar el avance de la desertificación.
“Remediar la degradación de tierras es posible y urgente. Para lograrlo, hace falta un compromiso político firme que se traduzca en inversiones, políticas adecuadas y en la participación de todos los sectores del gobierno y de la sociedad”, concluye Andrea Maza. “Las soluciones varían, pero hay acciones prioritarias comunes como el ordenamiento territorial, la seguridad y la igualdad en la tenencia de la tierra y la transformación de los sistemas alimentarios. Los gobiernos pueden diseñar incentivos para conservar y restaurar tierras o eliminar las subvenciones agrícolas perjudiciales para la salud de la tierra. Por último, es fundamental que las instituciones financieras pongan la conservación y la restauración de las tierras en el centro de sus carteras de inversiones”.