¿Qué es la agricultura protegida y cómo contribuye a la sostenibilidad de la producción?
La agricultura protegida minimiza el impacto de las condiciones adversas del clima protegiendo los cultivos con túneles, mallas o invernaderos, lo que supone ahorro energético, de agua y fertilizantes. En Latinoamérica estas técnicas apuntalan la sostenibilidad y la seguridad alimentaria.
Bajo una casa malla de 600 m2 crecen tomates, cebollas de bulbo, lechugas y zanahorias. La instalación, ubicada en el municipio colombiano de Zona Bananera (en el departamento de Magdalena), no lejos de la ciénaga grande de Santa Marta, no es una explotación hortícola al uso. Se trata de uno de los experimentos que el país sudamericano lleva a cabo en agricultura protegida.
El proyecto, desarrollado por la Corporación colombiana de investigación agropecuaria, estudia el comportamiento de ocho especies de hortalizas locales bajo condiciones de altas temperaturas, prácticamente constantes en el litoral caribeño de Colombia. Quiere analizar la viabilidad del cultivo en dos estructuras de protección (invernaderos y casas malla) en una región que se caracteriza por una producción tradicional en campo abierto, expuesta a temperaturas altas, sequías prolongadas e inundaciones, y poco tecnificada.
Colombia es uno de los países de América Latina que parece querer avanzar hacia una mayor tecnificación del sector agrícola en los últimos tiempos. Y, al igual que Panamá, Argentina, Perú, Uruguay o Brasil, mira al norte. Es en México donde la agricultura protegida ha enraizado con mayor fuerza. Allí, la superficie de cultivos bajo estructuras de protección se acerca a los niveles de otros países tradicionalmente líderes de esta industria, como España.
“Ha habido un gran avance en América Latina, pero en el resto de la región la industria está bastante más rezagada que en México. De hecho, hasta el momento no existen datos sólidos oficiales al respecto de América Latina”, señala Joel Hernández, presidente de la Sociedad Mexicana de Especialistas en Agricultura Protegida (SMEAP). “En México, tenemos ahora mismo una superficie superior a las 48.000 hectáreas de agricultura protegida, diversificadas en varios cultivos. Cerca de 28.000 se destinan a la producción hortícola”.
A la búsqueda por parte de los agricultores de producir con un menor impacto en el planeta, hay que sumar la apuesta de las entidades financieras para impulsar la sostenibilidad en este sector. BBVA en México financia proyectos vinculados a la agricultura protegida con el acompañamiento de FIRA (Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura), institución dedicada a apoyar el desarrollo de los sectores rural, agropecuario, forestal y pesquero del país a través de intermediarios financieros y empresas especializadas. Las iniciativas financiadas a través de este acuerdo se caracterizan por el uso eficiente del agua, las buenas prácticas agrícolas dotadas con certificaciones internacionales, así como el bajo o nulo uso de pesticidas.
Las ventajas de la agricultura protegida
Bajo el término de agricultura protegida se engloban una serie de técnicas de cultivo que controlan total o parcialmente el microclima que rodea al cuerpo de la planta de acuerdo con las necesidades de la especie durante su período de crecimiento, tal como señala el Banco Interamericano de Desarrollo (IDB) en su informe Agricultura protegida en México. El objetivo es mejorar la productividad de los cultivos y reducir el gasto en agua y productos fitosanitarios mediante la gestión de las condiciones ambientales de la explotación.
“En México, la agricultura está protegida, principalmente, por diferentes estructuras: invernaderos, casas sombra o mallas y macrotúneles”, explica Joel Hernández. “Por ejemplo, los macrotúneles son estructuras en arco con una cubierta plástica, sin protección en las partes laterales. Solo están diseñados para proteger los cultivos de las condiciones climáticas externas”.
Según la Norma Mexicana para el Diseño y Construcción de Invernaderos, las casas sombra son estructuras metálicas cubiertas con una malla plástica que permite la entrada de la lluvia, pero no de insectos y granizo, al tiempo que optimiza la transmisión de radiación solar y mitiga el exceso de calor en el interior. Los invernaderos, por otro lado, son estructuras metálicas cubiertas de plástico traslúcido que no permiten la entrada de agua y que buscan simular las condiciones climáticas más adecuadas para el desarrollo de ciertas plantas.
Además de las estructuras de protección, este tipo de agricultura puede ser desarrollada sobre el suelo o en hidroponía, un sistema en el que las raíces de las plantas son irrigadas con una solución de elementos nutritivos esenciales y el suelo es sustituido por un sustrato inerte. En función de los métodos elegidos y de los cultivos, las ventajas de la agricultura protegida serán más o menos evidentes. Según el informe del IBD, estas son las principales:
- Productividad más elevada y constante.
- Mayor eficiencia en el uso de la tierra, el agua, los fertilizantes, los pesticidas, la mano de obra y la energía.
- Capacidad para satisfacer la demanda de manera rentable durante los meses más fríos en los que la producción en campo abierto se paraliza en algunos países.
- Mejor control de las condiciones sanitarias y fitosanitarias para cumplir con los requisitos del mercado y reducir los daños a los cultivos.
- Reducción de la vulnerabilidad y del riesgo asociado a condiciones meteorológicas adversas que afectan negativamente a los cultivos y la calidad del producto.
- Mayor capacidad para responder a los requisitos cada vez más exigentes de los consumidores con respecto al uso de pesticidas, condiciones sanitarias y protección de los trabajadores.
“En función del cultivo, podemos tener hasta un 60 % de ahorro de agua y una reducción en el uso de fertilizantes de hasta el 70 %”, detalla el presidente de la SMEAP. “Y si nos vamos a la parte productiva, tomando el ejemplo del tomate, podemos llegar a alcanzar un rendimiento de hasta 35 veces superior en agricultura protegida que en campo abierto”.
La sostenibilidad y el futuro de la agricultura protegida en América Latina
Tras la explosión de población del último siglo, el crecimiento del número de personas en el planeta se ha ralentizado. Aun así, seguirá aumentando: la ONU estima que en 2050 habrá 9.700 millones de seres humanos en la Tierra. Más gente significa más demanda de comida, sobre todo, si queremos terminar con el hambre y la inseguridad alimentaria que afecta, en mayor o menor grado, a un cuarto de la población global.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la producción de alimentos deberá incrementarse en un 60 % de aquí a mediados de siglo para que toda la población mundial esté bien alimentada. Esta seguridad alimentaria depende de la disponibilidad de los alimentos, de la posibilidad económica y física de las personas para acceder a ellos y de su utilización nutricional. “Además, debemos hacerlo al tiempo que disminuye el impacto ambiental. Debemos tener en cuenta los objetivos de reducción de emisiones para no exceder un calentamiento global de 1,5 °C”, señala Joel Hernández.
“La agricultura protegida es una de las soluciones para los retos a los que nos enfrentamos y el sector va a seguir creciendo en México y va a despegar en América Latina a corto plazo”, añade. De hecho, el propio informe de la FAO recoge que América Latina y el Caribe están bastante bien preparadas para atender el aumento de la demanda. Ambas regiones podrían alcanzar un sistema alimentario autosuficiente y sostenible en 2050 atendiendo al desarrollo de la industria agrícola local.
El crecimiento de la agricultura protegida en la región no está exento de retos. Según el presidente de SMEAP, estos van desde la investigación y el desarrollo de variedades genéticas bien adaptadas a cada lugar (América Latina presenta gran variedad de climas y ecosistemas), la baja demanda de productos alimentarios de calidad, con ciertos valores de consistencia y tamaño, y la inversión.
“El escaso desarrollo del mercado es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la industria. Las empresas agrícolas y de importación se preguntan para qué van a trabajar en productos que no se están requiriendo en el mercado”, concluye Joel Hernández. “Es decir, hace falta crear mayor demanda de estos productos y, al mismo tiempo, aumentar la inversión y los recursos disponibles”.
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