¿Qué es la agricultura intensiva y cuál es su impacto en el planeta?
La agricultura intensiva busca conseguir la mayor cantidad de productos en el menor espacio posible. Para ello, se hace un uso intensivo de la energía, agua, productos fitosanitarios y semillas. Además, utiliza más capital y mano de obra. Ciencia y tecnología trabajan para que este tipo de agricultura saque el máximo partido con el mínimo impacto en el medioambiente.
A lo largo del siglo XX, agricultores de diferentes puntos del mundo vieron cómo su trabajo daba un giro de 180 grados. A medida que las ciudades crecían y se industrializaban, los cambios iban llegando también al campo. Máquinas como tractores, trilladoras, desmotadoras o cosechadoras permitieron cultivar más y más rápido. Y, junto a la maquinaria, llegaron también nuevos fertilizantes e innovadoras técnicas de cultivo que hicieron que la productividad agrícola creciese como no lo había hecho durante siglos.
Sin embargo, la capacidad de intensificar la agricultura fue dejando también una huella en el planeta. Algunos cultivos intensivos llevaron la explotación de la tierra y los recursos al máximo, dejando tierras yermas y acuíferos secos. Muchos agricultores vieron cómo la multiplicación de sus ganancias daba paso, en poco tiempo, a la desaparición de sus medios de vida.
Hoy, el afán por la intensificación ha dado paso a una mejora de la eficiencia. Gracias a los avances de la ciencia y de la tecnología, se busca sacar el máximo partido a los recursos y conseguir que el impacto medioambiental sea mínimo. Te contamos qué es la agricultura intensiva y cómo este concepto ha ido cambiando a lo largo de la historia.
Agricultura intensiva: De la cantidad a la eficiencia
El término agricultura intensiva hace referencia a un método de producción agrícola en el que se busca conseguir la mayor cantidad de productos en el menor espacio posible. Para conseguirlo, se hace un uso intensivo de los medios y de los recursos disponibles. ¿Y cuáles son estos recursos? Los más importantes son la energía, normalmente en forma de combustibles fósiles; el agua para el riego; los productos fitosanitarios para el control de plagas y enfermedades; y el material vegetal, es decir, las semillas, que suelen seleccionarse para garantizar la mayor productividad.
En este tipo de agricultura, son necesarios más capital y más mano de obra que en otros sistemas menos intensificados. Esto es así ya que se utilizan una gran cantidad de fertilizantes, insecticidas, fungicidas y herbicidas, así como maquinaria para plantar, cultivar, cosechar o regar, por ejemplo.
Como resultado, el rendimiento y el beneficio de estos cultivos es mayor que el de la agricultura extensiva, aquella en la que se utilizan grandes cantidades de terreno y apenas se utilizan recursos más allá de los que ofrecen los propios ecosistemas. Al mismo tiempo, el impacto sobre el medioambiente también suele ser mayor. Tal y como explican desde la FAO, en algunas zonas del planeta la agricultura intensiva ha empobrecido los suelos hasta el punto de poner en peligro la producción agrícola de las próximas décadas.
Sin embargo, esta definición de producción agrícola intensiva –y su contraposición a la extensiva– ha ido cambiando históricamente. Hoy, la realidad nos muestra métodos agrícolas en los que la barrera entre un sistema y otro se desdibuja y en los que se busca la optimización.
“Hace un siglo, entendíamos por agricultura intensiva aquella en la que se obtenían altos rendimientos, pero además se utilizaban altos niveles de insumos. Una cosa iba asociada necesariamente a la otra”, explica Francisco Villalobos, catedrático de Producción vegetal del Departamento de Agronomía de la Universidad de Córdoba e Investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
“Pero, hoy en día, con los avances tecnológicos que se han dado en el sector de la agricultura, obtener mayores niveles de rendimiento no implica necesariamente un uso desmesurado de los recursos. Lo que hoy en día entendemos por un sistema intensivo es aquel cuyo rendimiento se acerca al máximo que podemos obtener en una determinada circunstancia”, explica.
Una huella en el planeta
La intensificación de las actividades agrícolas ha tenido un importante impacto en el planeta durante las últimas décadas. En su transformación de actividad local a industria global, la agricultura ha generado presiones muy intensas sobre el medioambiente.
La Agencia Europea del Medioambiente (EEA) destaca la contaminación de las aguas por el exceso de nutrientes, la contaminación química, la pérdida de diversidad de paisajes, el empeoramiento de la fertilidad y la salud del suelo y la pérdida de biodiversidad (un problema que tiene su mejor ejemplo en la desaparición paulatina de los insectos polinizadores).
“La salud del suelo y la biodiversidad son particularmente críticas para la producción agrícola”, señalan desde la EEA, para añadir que cada año se pierde una media de 2,5 toneladas de suelo por hectárea en la Unión Europea, y que los altos niveles de erosión provocan tanto una pérdida importante de productividad agrícola como costes económicos significativos.
No obstante, recalca Villalobos, actualmente estos impactos pueden darse en sistemas con cualquier tipo de intensificación. “Hoy en día, con los avances que tenemos, problemas como la degradación del suelo o la contaminación de las aguas no van a ser necesariamente mayores en un sistema intensivo que en uno extensivo”, explica. “Podemos tener sistemas muy intensivos donde el uso de los recursos sea tan ajustado que no tengamos apenas impactos negativos sobre los ecosistemas cercanos. A su vez, hay muchos sistemas intensivos de alta productividad que se desarrollan con sistemas de agricultura de conservación. Es decir, utilizando los propios residuos de los cultivos para proteger el suelo”, añade.
La agricultura de conservación, una alternativa a la agricultura intensiva
Se espera que la población mundial alcance los 10.000 millones de personas en el año 2050. De acuerdo con la FAO, en un escenario de crecimiento económico modesto, esto hará que la demanda de agricultura aumente un 50% en relación con los niveles de 2013. Para reducir la presión que este crecimiento puede tener en los recursos naturales, es fundamental alcanzar sistemas agrícolas más eficientes y sostenibles.
Una solución está en la agricultura de conservación. Esta requiere entre un 20 y un 50% menos de mano de obra que los sistemas intensivos tradicionales, lo que contribuye a reducir el consumo de energía y el resto de los insumos y, con ello, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) del sector agrícola. Al mismo tiempo, señala la FAO, contribuye a estabilizar el suelo y a protegerlo de la descomposición, lo que a su vez mitiga la cantidad de carbono que se libera a la atmósfera.
“La agricultura de conservación no es en absoluto una agricultura de baja producción, sino que permite un rendimiento comparable al de la agricultura intensiva moderna, aunque de manera sostenible”, explican desde la FAO. “Ofrece un sistema de producción verdaderamente sostenible, no solo conservando los recursos naturales, sino también mejorándolos”.