¿Qué es la agricultura extensiva y por qué se caracteriza?
Desde siempre, la agricultura extensiva ha utilizado muchas hectáreas con poca mano de obra y un reducido uso de productos químicos y maquinaria. Para sacar partido a estos cultivos –la mayoría de secano– se aprovechan todos los recursos naturales. A pesar de su menor huella ambiental, implica cambios en el uso del suelo y limita la biodiversidad.
Argentina, EE. UU., China o Kazajistán. En muchos países del mundo existen extensos campos que se alargan hasta más allá de donde alcanza la vista. A lo largo de la historia, estos campos –a menudo de trigo, cebada o legumbres– han sido la base de la agricultura extensiva. Un sistema que utiliza un gran número de hectáreas pero que, a su vez, apenas requiere de otros recursos.
Hoy, las fronteras de la agricultura extensiva no están claras como antes. La optimización del uso de los recursos ha hecho posible ajustar la cantidad de terreno, medios y esfuerzos necesarios para sacar el máximo partido a las producciones agrícolas de cualquier rincón del planeta. Y, de este modo, reducir la cantidad de terreno que necesitamos para producir nuestros alimentos.
Aprovechar los recursos de la naturaleza
Tradicionalmente, la agricultura extensiva se ha definido como aquella en la que se utiliza poca mano de obra y poco capital en relación con el área de tierra que se trabaja. Así, este tipo de agricultura se realiza en parcelas con un gran número de hectáreas, en las que se hace un uso reducido de productos químicos, de riego o de maquinaria industrial.
¿Y cómo se saca partido a estos suelos? La agricultura extensiva apuesta por utilizar los recursos que ofrece la naturaleza. La productividad del cultivo depende en gran medida de la fertilidad de la tierra, del clima y de la disponibilidad del agua de la lluvia o del propio suelo.
“En España tenemos un ejemplo en las dehesas”, asegura Francisco Villalobos, catedrático de Producción vegetal del Departamento de Agronomía de la Universidad de Córdoba e investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC. “Las dehesas son sistemas en los que tenemos árboles, y en los que a veces se introducen algunos cultivos en los que prácticamente no se utilizan fertilizantes ni otro tipo de insumos externos a la explotación”.
Otro ejemplo serían los enormes campos de cereales como el trigo o la cebada, o de legumbres como las lentejas o los garbanzos. Por lo general, la agricultura extensiva ha estado siempre ligada a los cultivos de secano y a lugares en donde hay amplias superficies de tierra disponibles para la agricultura.
La agricultura extensiva ha tenido históricamente una baja producción por hectárea. “Se contrapone así a la agricultura típicamente intensiva, aquella en la que se obtienen altos rendimientos, pero también se utilizan altos niveles de insumos”, señala Villalobos.
“Sin embargo, hoy resulta complicado hablar de sistemas que son típicamente extensivos y típicamente intensivos. La mayor parte no son ni lo uno ni lo otro, sino que están en un grado intermedio. La mayoría de las calorías que nos llegan a los humanos procede de una serie de cultivos que no son completamente extensivos ni completamente intensivos”, añade.
El impacto medioambiental de la agricultura extensiva
A lo largo de las últimas décadas, la agricultura extensiva ha sido considerada más respetuosa con el medioambiente que la agricultura intensiva, ya que genera menos presión sobre los suelos y hace menos uso de recursos como el agua o los fertilizantes. Sin embargo, del mismo modo que la barrera entre la agricultura extensiva y la intensiva es actualmente borrosa, lo son también sus implicaciones ambientales.
“Los impactos de la agricultura que más nos preocupan, la contaminación de las aguas y la pérdida del suelo por erosión, pueden darse en sistemas con cualquier nivel de intensificación”, señala Villalobos. “Las consecuencias no son necesariamente peores en un sistema que en otro”.
Además, el uso de largas extensiones de terreno implica cambios en los usos del suelo (lo que ha llevado, en muchos casos, a la deforestación) y deja menos espacio para la biodiversidad, entre otros aspectos. “Extender la agricultura a grandes superficies acaba generando alteraciones en todos los ecosistemas”, señala Villalobos.
¿Cuál es el futuro de la agricultura extensiva?
El objetivo actual de la agricultura es escapar de la diferencia entre agricultura extensiva e intensiva y apostar por la optimización de los recursos. Pasa por dejar de ampliar los terrenos y mejorar la eficiencia de los que ya existen.
“Se ha demostrado que la mejora en las tecnologías y las técnicas agrícolas contribuye a que seamos más eficientes. Y eso ha permitido y está permitiendo que la productividad vaya aumentando sin que apenas haya crecido la superficie agrícola en los últimos 20 años”, señala Villalobos.
De acuerdo con el catedrático de la Universidad de Córdoba, hoy el reto está en mejorar la productividad de aquellos sistemas agrícolas que han quedado atrás y en los que se siguen trabajando grandes superficies de tierra para obtener, a cambio, poco rendimiento. La propia FAO señala el aumento del empleo, de la productividad y del valor añadido de los productos como un principio fundamental de la mejora de la agricultura.
“Mejorar las tecnologías y la disponibilidad de insumos es clave para mejorar la productividad agrícola. Necesitamos tecnologías que sean fácilmente implementables y conseguir que el agricultor vea su aspecto positivo. No se trata simplemente de decirle al agricultor que debe mejorar en la sostenibilidad de sus cultivos, sino demostrarle cómo hacerlo. Al final esto redunda en su propio beneficio y en el del resto del planeta”, concluye Villalobos.