¿Qué es el protocolo de Montreal? Un hito para el medioambiente
El protocolo de Montreal se aprobó hace 35 años para reducir y eliminar la producción de cerca de 100 sustancias químicas que dañan la capa de ozono. La Organización Meteorológica Mundial lo califica como el mayor éxito ambiental.
En algún momento de 2014, las primeras alarmas saltaron en las instalaciones de la NOAA en Colorado. Los instrumentos de la administración oceánica y atmosférica de EE. UU. habían detectado una fuente inesperada de emisiones de CFC-11, un producto prohibido. El seguimiento del contaminante se mantuvo durante dos años y los números no dejaban lugar a dudas: alguien se estaba saltando el protocolo de Montreal.
El primer documento confirmando el aumento de emisiones de este clorofluorocarburo, uno de los principales causantes de la destrucción de la capa de ozono, llegó en 2018. A partir de ahí, varias redes de monitorización del aire intentaron seguir el rastro de las emisiones. Gracias a los datos de dinámicas atmosféricas de todo el mundo y a la información detallada de los centros de vigilancia de Gosan, en Corea del Sur, y Hateruma, en Japón, se descubrió su origen: alguien estaba fabricando y usando CFC-11 en el este de China.
Tras el hallazgo, el Gobierno chino anunció que endurecería el control para mantener el protocolo de Montreal. Desde 2019, los datos parecen indicar que la presencia de CFC-11 en la atmósfera ha bajado a gran velocidad. El que hasta el momento ha sido el mayor logro del multilateralismo y de la protección global del medioambiente seguía vivo.
¿Por qué hay que proteger la capa de ozono?
A principios del siglo XX, la industria química se encontró con una familia de sustancias de esas que parecen milagrosas. Los clorofluorocarburos eran baratos, fáciles de utilizar, químicamente estables y muy versátiles. Servían, sobre todo, como aislantes térmicos y refrigerantes y en pocos años iban a reemplazar a otras sustancias como el amoniaco o el dióxido de azufre, muy utilizadas hasta entonces a pesar de su toxicidad.
El problema era que todo lo bueno de los CFC en el suelo lo perdían en cuanto se liberaban a la atmósfera. Y se liberaban en grandes cantidades (el CFC-11, por ejemplo, hierve a temperatura ambiente). Una vez en las capas altas de la atmósfera, los CFC se convertían en un potente gas de efecto invernadero y causaban la destrucción del ozono. Esta molécula se concentra en la estratosfera formando una capa que bloquea la mayor parte de la radiación ultravioleta que nos llega del sol y tiene el potencial de dañar el ADN de los seres vivos.
En la estratosfera, los CFC liberan cloro, que a su vez destruye las moléculas de ozono, formadas por tres átomos de oxígeno. Así, fueron reduciendo gradualmente el espesor de la capa de protección de la Tierra. La destrucción fue especialmente acusada sobre la Antártida y poco a poco se fue generando lo que se bautizó como el agujero de la capa de ozono, aunque más que un agujero era un adelgazamiento de la capa. Este alcanzó niveles preocupantes en los años ochenta del siglo pasado. La protección ultravioleta de la vida terrestre estaba en riesgo y había que hacer algo.
Del llamamiento de la ONU al protocolo de Montreal
Aunque los CFC se llevaron la fama, no eran las únicas sustancias químicas que destruían la capa de ozono. Algunos países habían empezado a prohibir la fabricación de algunas de ellas de forma unilateral. Pero en los ochenta, ante la gravedad del asunto, la ONU hizo un llamamiento para alcanzar un acuerdo global. El 22 de marzo de 1985, llegaba el primer gran paso: 28 países firmaban el Convenio de Viena para la protección de la capa de ozono.
La presión internacional siguió aumentando y en 1987 llegó la firma del protocolo de Montreal, en el que se acordó una hoja de ruta para reducir, primero, y eliminar, más a largo plazo, la producción de cerca de 100 sustancias químicas que dañaban el ozono, incluyendo los CFC. Este protocolo es, hoy en día, el único acuerdo global que han firmado y ratificado todos los países de las Naciones Unidas.
El protocolo ha sido ampliado y detallado varias veces desde entonces. En 1992 se aprobó el calendario de eliminación de estas sustancias, que será total (salvo excepciones muy concretas) a partir de 2030 en los países desarrollados y de 2040 en los países en vías de desarrollo. Y en 2016 se produjo una enmienda para incluir en el protocolo los hidrofluorocarburos, muy usados hasta entonces en aires acondicionados.
Desde el año 2000, la capa de ozono se ha ido recuperando entre un 1 % y un 3 % anual. Se estima que en la década de 2030 podría volver a sus niveles medios normales en el hemisferio norte y en 2050 estaría restaurada por completo. La Organización Meteorológica Mundial ha calificado el protocolo, que en este 2022 cumple 35 años, como el mayor éxito ambiental de nuestra historia. Y espera, también, que el mismo esfuerzo de cooperación global se extienda para luchar contra otros desafíos, como el cambio climático.