¿Qué es el carbono incorporado? Una pieza clave de la construcción sostenible
El carbono incorporado de un edificio no se aprecia a simple vista. Hablamos de todo el dióxido de carbono (CO2) que se emite durante la fabricación, el transporte, la instalación, el mantenimiento y la eliminación de los materiales de construcción. Esta huella de carbono supone el 11% de las emisiones generadas por los edificios a nivel mundial.
Se calcula que más de la mitad de los edificios que estarán en pie en el año 2050 todavía no existen. Y que, para construirlos, será necesario levantar una urbe del tamaño de Nueva York cada mes hasta entonces. Muchos de estos nuevos edificios contarán con sistemas que los harán más eficientes y que reducirán la huella de carbono de su uso, pero, ¿qué sucede con el impacto medioambiental de su construcción?
Lo cierto es que la huella de carbono de un edificio comienza mucho antes de que sus inquilinos empiecen a vivir en ellos. Antes de que estrenen su cocina, programen la calefacción con la llegada de los primeros días fríos o enciendan la luz para leer por la noche. La huella de carbono de un edificio empieza con la extracción de sus materiales e incluye las emisiones derivadas de su construcción, su mantenimiento y su futuro desmantelamiento.
Te contamos qué es el carbono incorporado y por qué es tan importante tenerlo en cuenta para hacer el futuro de la construcción más sostenible.
De la naturaleza a la obra: la huella de los edificios
El carbono incorporado de un edificio hace referencia a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que surgen de la fabricación, el transporte, la instalación, el mantenimiento y la eliminación de los materiales de construcción. Se diferencia así del carbono operativo, aquel que deriva del uso directo de energía que hacemos para cocinar o para aclimatar las viviendas, por ejemplo.
“El carbono incorporado es esa parte que está más oculta, la mochila que lleva el edificio por el hecho de haberse construido. Es todo el carbono que se ha emitido en todos los procesos que han hecho posible construirlo, y también en todos los procesos que se necesitarán para desmantelarlo”, explica Raquel Díez, directora de Proyectos de Green Building Council España (GBC), asociación que promueve la transformación del sector de la edificación hacia un modelo más eficiente y sostenible.
La mayor parte del carbono incorporado total de un edificio se libera antes del comienzo de su vida útil, durante la producción y el transporte de sus materiales. Pensemos, por ejemplo, en el impacto de uno de los materiales más utilizados en la construcción: el cemento. Su huella de carbono comienza con las actividades necesarias para extraer las materias primas de la naturaleza y transportarlas hasta la fábrica para dar paso a su transformación.
“El cemento se fabrica a través de procesos industriales que requieren un aporte energético muy alto y que, por lo tanto, conllevan un consumo importante. A esto deben sumarse las emisiones de proceso, es decir, las derivadas de la reacción química necesaria para producir este material”, explica Diez.
El impacto del carbono incorporado
En total, y de acuerdo con el ‘Informe sobre la situación mundial de los edificios y la construcción’, los edificios estuvieron detrás del 37% de las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2).
En este porcentaje se incluyen 3,6 gigatoneladas de CO2 derivadas de la fabricación de materiales como hormigón, acero, aluminio, vidrio y ladrillos. Una cifra que contribuye a dar forma a unos números que se alejan al sector de la construcción de sus objetivos de descarbonización.
Pero, ¿qué porcentaje del total supone el carbono incorporado? De acuerdo con Díez, en torno al 11 % de las emisiones generadas por los edificios a nivel mundial se consideran carbono incorporado, mientras que cerca del 29 % son carbono operativo. Esta proporción, no obstante, ha ido cambiando en los últimos años.
“Las normativas orientadas a reducir el consumo de energía han contribuido a reducir las emisiones de carbono operativo, pero apenas han mitigado las de carbono incorporado. Esto hace que, hoy, el carbono incorporado tenga proporcionalmente cada vez más peso en la huella de los edificios”, explica Díez.
Pasos para reducir el carbono incorporado
De acuerdo con Díez, a la hora de plantear vías para reducir el carbono incorporado de los edificios, lo ideal es partir de un principio que se aplica a prácticamente cualquier protocolo de sostenibilidad. “Lo primero es plantearnos una cuestión fundamental: ¿hasta qué punto es necesario construir todo lo que construimos?”, señala la directora de GBC. “Tenemos muchos edificios que todavía son muy válidos y que merece la pena rehabilitar. Si rehabilitamos y fomentamos la economía circular, reducimos la necesidad de nuevos procesos y de nuevas materias primas”, señala.
En aquellos casos en los que sea más interesante realizar obra nueva, continúa la directora de Proyectos de GBC, lo ideal es optimizar los procesos y el uso de materiales, para reducir al máximo la huella de carbono. Estas son algunas de las claves para reducir el carbono incorporado de los edificios:
- Priorizar la rehabilitación frente a la obra nueva.
- Realizar análisis del ciclo de vida de los materiales para seleccionar los más apropiados. Tal y como explican desde Carbon Leadership Forum, estas herramientas permiten rastrear el total de las emisiones producidas por un producto o un proceso.
- Reducir la cantidad de materiales que se utilizan en cada obra.
- Utilizar materiales bajos en carbono.
- Apostar por materiales reutilizados o reciclados.
- Optimizar los procesos de creación de materiales (especialmente de los de aquellos con mayor huella de carbono, como el cemento o el acero).
- Buscar la máxima eficiencia estructural.
- Minimizar el desperdicio.
Actualmente, hay numerosas iniciativas para facilitar e impulsar la reducción de la huella de carbono de los edificios. Un buen ejemplo es ‘La Hoja de Ruta para la Descarbonización Total de la Edificación en España’ del proyecto Building Life de GBC. En algunos países, el estudio e incluso la limitación de la huella de carbono en todo el ciclo de vida (y no solo en la fase de uso) es ya una realidad. Entre los estados que pisan el acelerador en este sentido están los Países Bajos, Francia y Dinamarca.
Si vamos a levantar una ciudad del tamaño de Nueva York cada mes, necesitaremos inmensas cantidades de recursos y emitiremos grandes volúmenes de gases de efecto invernadero a nuestra atmósfera. Implementar medidas para que este impacto sea lo más bajo posible es fundamental para garantizar un futuro más sostenible y eficiente.
Cómo reducir el carbono operativo
A nivel individual, es poco lo que se puede hacer para reducir la huella de carbono incorporado de una vivienda. La única opción se presenta si tenemos la oportunidad de elegir los métodos y los materiales de la construcción. Una vez el edificio ya está construido, el único modo de contribuir a reducir esta huella de carbono es cuidar los materiales para que duren lo máximo posible.
Sin embargo, sí se puede contribuir a limitar la huella de carbono operativa. Es decir, aquella que deriva del uso que hagamos del edificio. Estos son algunos consejos para contribuir, como usuarios, a reducir la huella medioambiental de los edificios:
- Mejorar el aislamiento de las ventanas, las fachadas o las cubiertas.
- Instalar sistemas de climatización más eficientes.
- Optar por iluminación led.
- Contratar suministros energéticos basados en energías limpias.
- Instalar sistemas de autoconsumo, como paneles solares.
- Mantener las estancias a una temperatura adecuada, sin abusar de la climatización ni en verano ni en invierno.
- Elegir electrodomésticos con mayor eficiencia energética.