Providencia y el huracán Iota, un claro ejemplo del valor del capital natural
El valor del capital natural ha sido ignorado durante décadas. Sin embargo, es un elemento clave frente a dos de las crisis medioambientales más importantes de nuestra era: el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. El monográfico gratuito de BBVA ‘Capital natural, freno para el cambio climático’ aborda la temática en profundidad haciendo un repaso por diferentes iniciativas y ejemplos que ponen en valor del capital natural y fórmulas para su medición.
El día amaneció en calma, pero en la Flor del Océano nadie estaba tranquilo. Sin electricidad, sin agua potable y con el hospital inoperativo, los habitantes de Providencia todavía no se habían sacudido el susto del cuerpo. Apenas unas horas antes, el 16 de noviembre de 2020, el ojo del huracán Iota pasó a pocos kilómetros al norte de la isla de Providencia, dejando vientos de más de 240 kilómetros por hora y lluvias intensas. Iota había borrado la isla de Providencia del mapa.
Este territorio colombiano en el Caribe, conocido por la biodiversidad de sus bosques y sus aguas, sus playas y sus arrecifes de coral, amaneció desnudo tras el paso de la tormenta. Todas sus infraestructuras fueron destruidas, 6.000 personas se quedaron sin hogar y cuatro fallecieron en una noche fatídica. Los primeros vuelos de reconocimiento dejaban imágenes impactantes: apenas quedaban árboles en pie en la isla y el 90 % de los manglares y los arrecifes de coral estaban dañados.
El paso del huracán Iota no solo dejó a los habitantes de Providencia sin luz ni comunicaciones. La pérdida de vegetación en los bosques de la isla afectó a la regulación hídrica y a la disponibilidad de agua y aumentó la erosión de los campos. Los suelos, de origen volcánico, empezaron a absorber más calor ante la ausencia de sombra y la destrucción de los hábitats tuvo un impacto importante en los polinizadores, al tiempo que favoreció el desarrollo de determinadas plagas para la agricultura, poniendo en riesgo la producción alimentaria en el territorio.
La lista de servicios ecosistémicos afectados por Iota, elaborada por el Instituto Humboldt, es larga. Al fin y al cabo, los servicios ecosistémicos son la base de todo. De acuerdo con la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, son los que hacen posible la vida humana, ya que proporcionan alimentos y agua limpia, regulan las enfermedades y el clima, sustentan la agricultura y la salud de los suelos y ofrecen beneficios recreativos, culturales y espirituales. A nivel global, la organización estima que los servicios que nos proveen los ecosistemas generan un valor superior a los 125 billones de dólares anuales, un capital natural que a menudo no recibe la atención ni el cuidado adecuados.
Dos días después del paso de Iota, el Gobierno de Colombia declaró la situación de desastre en la isla. Y a partir de ahí empezó la reconstrucción. Mientras Iota seguía su camino hacia Centroamérica, los habitantes de Providencia se pusieron manos a la obra para recuperar su isla y hacerlo de la mano de su mayor aliada: la naturaleza.
En los últimos dos años, una de las prioridades ha sido restaurar más de 200 hectáreas de arrecifes en el Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon, en el norte de la isla. A través del proyecto ‘Un millón de corales para Colombia’, se están criando más de 55.000 pequeños corales en guarderías en la propia isla, de los cuales 6.000 ya han sido trasplantados en el parque. De acuerdo con una investigación de la Universidad Nacional de Colombia, un arrecife saludable en la región reduce la altura media de las olas y la erosión costera en un 80 %.
Otro de los focos de atención ha estado en los manglares. Desde un vivero establecido también en el Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon, se trabaja para recuperar las 60 hectáreas de manglares de la isla. El progreso, eso sí, será lento. Estiman que se tardará una década en restaurar la estructura y las funcionalidades de los manglares previos al paso de Iota. Según la UNEP, el Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, los manglares sustentan una rica biodiversidad, proporcionan hábitat y refugio para todo tipo de peces, moluscos y aves, y son uno de los mayores sumideros de carbono del planeta. Además, claro, son capaces de construir una barrera casi impenetrable frente al oleaje y la erosión.
Más allá del impacto de un único evento meteorológico como el huracán Iota, la adaptación y la capacidad de resiliencia al nuevo contexto climático pasa, cada vez más, por soluciones basadas en la naturaleza como las que están poniendo en práctica en Providencia. Y este es solo uno de los muchos servicios que prestan los ecosistemas que nos rodean. ¿Podremos llegar algún día a entender el valor real del medioambiente? ¿Podremos llegar a entender de verdad la magnitud del capital natural?
El capital natural engloba todos los bienes y servicios que nos dan los ecosistemas y que son la base de la economía y del bienestar social. Por eso, incluir la naturaleza en los sistemas de contabilidad nacional puede hacernos avanzar hacia indicadores de riqueza y desarrollo que dejen atrás el PIB, contribuyan a valorar mejor la riqueza de nuestro entorno y nos ayuden a encontrar una salida a los desafíos climáticos y ambientales.