Pedro Jordano: "El 60% de las enfermedades infecciosas en humanos proviene de nuestra relación con el medioambiente"
La crisis del coronavirus está suponiendo un punto de inflexión de la conducta humana en muchos sentidos. Uno de los aprendizajes que nos está dejando la pandemia es el imprescindible cambio en la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. “Abriremos la puerta a nuevas pandemias si seguimos manteniendo una relación tóxica con la naturaleza”, afirma el ecólogo Pedro Jordano. Para el secretario del jurado del Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación, la biodiversidad “funciona como un amortiguador” que, si se ve alterada, “desencadena en este tipo de problemas” como la expansión de COVID-19.
Pedro Jordano, profesor de Investigación del CSIC en el departamento de Ecología Integrativa de la Estación Biológica de Doñana, forma parte del Grupo de Trabajo Multidisciplinar que asesora al Ministerio de Ciencia e Innovación español en materias científicas relacionadas con la COVID-19. El ecólogo urge sobre la necesidad de revisar la “relación tóxica” de los humanos con el medio para protegernos de futuras epidemias: “Si se revisan todas las enfermedades infecciosas que afectan a humanos, el 60% provienen de zoonosis, es decir, de saltos de virus de especies animales a humanos, y cada una de ellas tiene que ver con problemas de nuestra relación con el medioambiente”. La deforestación, la sobrecaza, la caza ilegal de especies de vida silvestre, la sobreexplotación o los sistemas de agricultura y ganadería son algunos de esos problemas a los que se refiere. “Son situaciones en las que se produce un desajuste en la relación del ser humano con el medioambiente, es decir, en el uso que hacemos de los recursos naturales”, afirma.
Un ejemplo de ese desequilibrio puede ser la COVID-19, que todo indica a que tuvo su origen en los murciélagos. “Por lo que se conoce de la secuencia genética de este virus y de su relación evolutiva con otros coronavirus de su misma familia, los más próximos son virus de murciélagos y otros grupos de mamíferos como los pangolines. Al mismo tiempo, varios trabajos ya han comprobado que no tiene las características de virus fabricados artificialmente. Por tanto, no parece que un origen artificial sea una hipótesis plausible”, comenta. Desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta que el comercio mundial de pangolines es enorme y se realiza en mercados de fresco, la hipótesis se refuerza.
Cerrar las puertas de la pandemia
De confirmarse esta teoría, la respuesta inmediata podría ser demonizar a la especie de origen al considerarla una fuente de riesgo para la población. “Esto sería un grave error, basado en un diagnóstico equivocado. El problema no está en los murciélagos ‘per se’, sino en la actividad humana en relación con estas especies”, argumenta. Jordano insiste en “replantearnos nuestro propio comportamiento en la naturaleza y regular nuestras acciones, en vez de erradicar a una especie” que, por otro lado, resulta fundamental para la polinización de flores, la dispersión de plantas o por su aportación de efecto regulador en poblaciones de insectos.
Pedro Jordano - Fundación BBVA
El ecólogo es más partidario de cerrar las puertas de la pandemia: “Esas puertas se abren cuando nuestras acciones tienen efectos absolutamente devastadores en los ecosistemas, y por eso deberemos plantearnos cómo hacer un uso mucho más sostenible de los recursos naturales”. Jordano asocia la puerta de esta pandemia concreta al comercio de carne fresca en países donde no está regulado, y cuyo suministro proviene en muchos casos de la caza ilegal de animales salvajes. “Esa caza ilegal es extractiva; no me refiero a la caza de subsistencia de comunidades indígenas, sino de auténticas mafias de crimen organizado internacional que extraen millones de toneladas de vida silvestre, que luego pasan a mercados de carne fresca en ciudades en diferentes países”, comenta.
Actualmente, el comercio internacional no cuenta con instrumentos para regular su venta. “Tendríamos que expandir el convenio de CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) para que pudieran perseguirse estas situaciones de sobrecaza y mercados ilegales de carne fresca, que son auténticas puertas abiertas para pandemias. Probablemente ha sido una de esas puertas lo que explica el origen último de la actual pandemia, y sin duda podrán provocar más situaciones similares en el futuro si no las cerramos”, afirma.
Jordano entiende que los esfuerzos deben ir dirigidos en esa serie de acuerdos internacionales, para el comercio pero también para acciones contra el cambio climático, y a la investigación. “Desde el punto de vista de la ecología de la enfermedad, uno de los aspectos más prioritarios ahora mismo es avanzar en el conocimiento tan limitado que tenemos de la biodiversidad natural de virus y patógenos que potencialmente pueden ser dañinos para la humanidad”, explica. Desde la perspectiva de la ecología de la enfermedad, el experto habla de la necesidad de avanzar en “entender bien cuáles son los mecanismos de propagación de los virus” y “comprender las reacciones inmunológicas en respuesta a los procesos de infección”. Finalmente, reclama la ayuda de la comunidad matemática para analizar las dinámicas de propagación e identificar los puntos calientes de contagio en una red compleja de relaciones entre humanos.
“Necesitamos un apoyo decidido a la ciencia, y eso no se improvisa. Tiene que ser una acción pautada y sostenida en el tiempo”, subraya. Jordano cree que la ciencia está dando un ejemplo de colaboración global con el que “estamos aprendiendo cada vez más y generando conocimiento de forma muy rápida y muy eficiente” sobre un virus que hace unos pocos meses era completamente desconocido. “Con este trabajo colaborativo se están logrando avances espectaculares. Pero eso no parte de cero: solo es posible con grupos de investigación muy bien formados, equipados y bien apoyados”, concluye.