Pandemia y cambio climático: cómo podemos convertir lo malo en un aliado
La sociedad debe sacar partido de la crisis sanitaria para concienciarse del valor de la ciencia si queremos frenar el cambio climático. La COVID-19 y la emergencia climática están estrechamente relacionadas y ha llegado el momento de conocer cuáles son las herramientas para salvar nuestra salud y el planeta.
Paola Villavicencio Calzadilla, investigadora postdoctoral del Centro de Estudios de Derecho Ambiental de Tarragona (CEDAT) explicaba recientemente en su trabajo titulado 'La pandemia de COVID-19 y la crisis climáticas: dos emergencias convergentes' cómo la explosión de la crisis sanitaria por el coronavirus en 2020 y su impacto dejó en un segundo plano algunos acontecimientos medioambientales como que en Asia se registraran temperaturas de invierno inusuales o que en África Oriental, Asia y Oriente Medio se enfrentaban a una crisis sin precedentes por el brote de langostas del desierto.
“Eventos climáticos como lluvias inusualmente intensas y ciclones en la región habían favorecido el brote de langostas que destruyeron miles de hectáreas de tierras y amenazaron la seguridad alimentaria y los medios de vida de las poblaciones locales”, explica en su trabajo. ¿Quién, en este lado del planeta, iba a reparar en ello cuando miles de personas estaban muriendo a diario por coronavirus?
“La lógica prioridad mundial por controlar la pandemia y abordar sus consecuencias no puede olvidar la emergencia climática, pues la crisis sanitaria y la crisis climática son dos caras de una misma moneda. Ambas comparten mucho más que el mismo origen (la actuación humana y un sistema económico globalizado) por lo que requieren ser abordadas a partir de su convergencia”, urgía la investigadora.
Mientras tanto, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, decía al mundo: “Debemos actuar con decisión para proteger nuestro planeta tanto del coronavirus como de la amenaza existencial de las perturbaciones climáticas”.
La humanidad se siente vulnerable
Lo que está ocurriendo es muy revelador. Tal vez la humanidad se ha sentido vulnerable por primera vez en muchos años. No es indestructible, no está por encima del bien y del mal, de la naturaleza, de la medicina. No puede con todo.
Esta pandemia nos está haciendo reflexionar profundamente y enseñando muchas cosas sobre el comportamiento humano. Tal vez en este momento los habitantes de este planeta están empezando a concienciarse de aquello que decía el filósofo Herbert Marshall McLuhan: “No hay pasajeros en la nave espacial Tierra. Todos somos tripulantes”. Esta metáfora podría entenderse, en este contexto, como una invitación a la acción. Pero aún existen viajeros que deciden ignorar las evidencias, acomodarse en su butaca y disfrutar de un plácido viaje sin preocuparse de su efecto sobre el planeta.
También cabe la opción de tripular la nave, de implicarse en su rumbo y destino, su conducción y su funcionamiento óptimo. Una implicación que apela a la ciudadanía, a las instituciones y al multilateralismo en busca de una realidad más sostenible.
Confianza en la ciencia
El historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari Yuval Noah Harari, autor del best seller Sapiens. De animales a dioses, aseguraba en el mes de noviembre pasado en un encuentro en línea organizado en España que esperaba que una vez hayamos superado esta situación (refiriéndose a la pandemia) mantengamos la misma actitud con respecto a otros problemas como el cambio climático o el desastre ecológico y que, “de la misma forma que ahora respetamos a los médicos y los epidemiólogos a la hora de explicarnos qué sucede, hagamos lo mismo con los científicos especializados en el clima cuando salgamos de esta crisis”.
Para Harari, formamos parte del ecosistema como animales que somos. La naturaleza hasta el momento ha sido benévola con nosotros, “ya que solo nos ha lanzado un pequeño aviso”. Harari considera que la COVID-19, en lo que a las epidemias se refiere, es algo relativamente leve. “No tiene nada que ver con la peste negra, ni con el sida, que mató a casi todas las personas que lo contrajeron en los años 80. De alguna manera, la naturaleza nos está diciendo qué es lo que puede llegar a pasar con un virus relativamente leve procedente de un murciélago. Pero hay cosas muchísimo peores esperándonos si no tratamos el problema medioambiental”.
Parece que está naciendo una conciencia de colectividad social tras el ataque más duro de la pandemia que estaría predisponiendo a la sociedad a encarar muchos de los desafíos de los próximos años. La puesta en valor de los servicios públicos esenciales como la sanidad, la educación y la investigación son signos del cambio.
Un dato que tendría que hacer mella en la sociedad es el hecho de que las elevadas tasas de contaminación en grandes ciudades como Madrid o algunas de Italia podrían estar relacionadas con una mayor incidencia del virus y de las enfermedades respiratorias. Tal vez la población por fin ha conectado ambos acontecimientos.
Jesús Rey Rocha es biólogo, dirige el Grupo de Investigación en Evaluación y Transferencia Científica (ETC) del CSIC y vocal de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC). A través de sus diferentes investigaciones ha concluido que la exposición social actual de la ciencia y de los resultados de la investigación científica han alcanzado niveles nunca antes experimentados. “La pandemia ha entreabierto a la ciudadanía la puerta hacia los entresijos de la ciencia, permitiéndonos vislumbrar su funcionamiento en tiempo cuasi real, sus fortalezas y también toda la incertidumbre, confusión y discrepancia que entraña”
El problema de esta exposición mediática es que corremos el riesgo de que la ciudadanía frivolice la ciencia, en el sentido de que se la tome con ligereza. La pandemia puede haber creado la sensación de que no es la ciencia, sino una serie de empresas privadas, laboratorios farmacéuticos, los que nos van a sacar de la crisis sanitaria con las vacunas, cuando la realidad es que las vacunas se han podido desarrollar gracias a una gran inversión pública y a la colaboración público-privado. “Tenemos la sensación de que las vacunas se han desarrollado en tiempo récord, cuando no es así. Es un esfuerzo que conlleva mucho trabajo, mucha inversión y sobre todo mucha colaboración”, dice.
El peligro de que la sorpresa se desvanezca
A esto, Armando Menéndez Viso, profesor de Filosofía de la Universidad de Oviedo, añade en un artículo que “el problema es que la sorpresa o el susto se desvanecen en instantes. Si se quiere mantenerlos, hay que ir incrementando el nivel de estímulo, porque el umbral de sensibilidad va subiendo. De ahí que, para hacer frente a la fatigosa tarea de retener la atención, se haya desarrollado una disciplina novedosa y lucrativa, la captología”, dice refiriéndose a lo que las grandes alarmas sociales como el cambio climático provocan en la sociedad.
“El SARS-CoV-2 ha saltado de los animales al hombre y mantiene la capacidad de infectar otras especies animales, acumular mutaciones y volver a infectar a personas que están en contacto estrecho. El virus y la crisis medioambiental están relacionadas a través de la desaparición de los hábitats de especies salvajes, del deshielo. Pero no solo con eso. No nos olvidemos también de las consecuencias de fenómenos climáticos extremos (inundaciones, incendios, sequías, corrimientos de tierras, ciclones o huracanes), que afectan a poblaciones humanas, provocando migraciones climáticas, de personas que ven afectados sus hábitats y medios de subsistencia. Un fenómeno que afecta a millones de personas y del que se habla poco. Según el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos, en 2018 se registraron 17 millones de nuevos desplazamientos relacionados con desastres naturales y con los efectos del cambio climático, mientras que otro informe elaborado por el Banco Mundial asegura que el cambio climático expulsará de sus hogares a 140 millones de personas en los próximos 30 años”, explica Jesús Rey.
No solo la deforestación está considerada como una de las posibles causas de la pandemia. Aunque solo en la Amazonia brasileña se devastaron 8.500 kilómetros cuadrados de selva, el deshielo ha provocado también un descenso del nivel de los hielos en el Ártico y en la Antártida y un retroceso de los glaciares. La Tierra perdió 28 billones de toneladas de hielo entre 1994 y 2017. La caída de la masa de hielo en todo el mundo aumenta el nivel del mar, incrementa el riesgo de inundaciones en las comunidades costeras y amenaza con acabar con los hábitats naturales de los que depende la vida silvestre. El cambio climático está fundiendo el permafrost –la capa de suelo permanentemente helado de las regiones más frías– que llevaba miles de años helado, y a medida que los suelos se funden, liberan antiguos virus, los cuales, tras haber permanecido latentes, están resurgiendo a la vida. La descongelación del permafrost puede activar microorganismos que degradan la materia orgánica congelada en él, produciendo CO2. Y, además, es la misma materia orgánica al descongelarse produce también gases de efecto invernadero.
Por otro lado, los cambios en la diversidad global de murciélagos sugieren un posible papel del cambio climático en la aparición de SARS-CoV-1 y SARS-CoV-2, tal y como se desprende de un estudio realizado por varios investigadores de la Universidad de Cambridge. Los murciélagos son el origen zoonótico probable de varios coronavirus (CoV) que infectan a los humanos, incluidos el SARS-CoV-1 y el SARS-CoV-2, los cuales han causado epidemias a gran escala.
El número de coronavirus (CoV) presentes en un área está fuertemente correlacionado con la riqueza de especies de murciélagos locales, que a su vez se ve afectada por las condiciones climáticas que impulsan la distribución geográfica de las especies. En el estudio se muestra que la provincia de Yunnan, en el sur de China, y las regiones vecinas en Myanmar y Laos forman un punto de acceso global de aumento en la riqueza de murciélagos impulsado por el cambio climático. Esta región coincide con el probable origen espacial de los ancestros del SARS-CoV-1 y del SARS-CoV-2, transmitidos por murciélagos. Teniendo en cuenta un aumento estimado del orden de 100 CoV transmitidos por murciélagos en toda la región, el cambio climático puede haber jugado un papel clave en la evolución o transmisión de los dos CoV del SRAS.
La pandemia ambiental
“Junto con Emilio Muñoz y Víctor Ladero, también investigadores del CSIC, estamos inmersos en un trabajo de reflexión sobre los fenómenos que nos afectan, principalmente relacionados con la pandemia de la COVID-19. Se trata de un proyecto multidisciplinar que analiza los aspectos biológicos, filosóficos y sociales de la enfermedad. Pero no podemos estudiarlos sin tener en cuenta la historia y el contexto. En cuanto al contexto ambiental, estamos inmersos en lo que se viene denominando cambio climático, emergencia climática, calentamiento global”, explica Jesús Rey. Estos investigadores hablan de “pandemia ambiental”. “Se trata de una enfermedad epidémica que se extiende por todo el planeta, afectando al conjunto del sistema y que, como todas las pandemias, tiene rebrotes que se recrudecen periódicamente”.
Lo cierto es que la pandemia ha traído nuevas formas de comportamiento que a la larga podrán ayudar al menos a disminuir las emisiones de CO2. El miedo de la población a los transportes masivos trajo como consecuencia que en países como España, la demanda de bicicletas tuviera un incremento de 260 %. En ciudades como Barcelona, la autoridad municipal anunció que dará subvenciones directas para la compra de bicicletas o patinetes. Lo mismo ha ocurrido en EE. UU., donde el número de bicicletas vendidas ha quintuplicado al de 2019.
América Latina no escapa a este boom. En ciudades como Bogotá, las ciclovías que recorren la ciudad ya han aumentado en kilómetros, así como el uso del patinete eléctrico.
El mejor momento para despertar conciencias
Estamos en un momento óptimo para despertar conciencias, para tratar de sacar partido a lo que la pandemia nos ha traído para conseguir despertar interés sobre los problemas medioambientales y luchar contra ellos de la misma manera que lo estamos haciendo contra la pandemia.
Jesús Rey destaca el papel de la ciencia y su fuerza para, bajo la experimentación y la evidencia, convencer de que aún podemos salvar la Tierra.
Debemos tripular la nave de la que hablaba el filósofo Marshall McLuhan como sociedad y trabajar juntos. Las pandemias (ya sean sanitarias o ambientales) no dejan lugar para el egoísmo, y sí para la cooperación, uno de los mimbres fundamentales con los que se ha tejido la evolución de la especie humana.
“La cooperación internacional y su interpretación geoestratégica contemporánea y el multilateralismo democrático son herramientas sociales y políticas irrenunciables para luchar contra la pandemia ambiental, un fenómeno complejo que no puede circunscribir a las fronteras artificiales. Por otro lado, el multilateralismo y la cooperación internacional tienen una trascendencia adicional al trasladar sus avances al ámbito de las legislaciones nacionales y de sistemas de gobernanza y proyectos focalizados en el ámbito regional o local”.
Aunque se pueda pensar que la magnitud del deterioro ambiental es muy grande y avanza a mayor velocidad que los logros de la cooperación internacional, hay espacio potencial para el optimismo y el esfuerzo colectivo. Estamos en el momento adecuado para despertar conciencias.