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Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Las mujeres científicas han dejado una marca indeleble en la historia de la ciencia. Desde Merit Ptah en el antiguo Egipto hasta Nettie Stevens, estas pioneras de la ciencia superaron enormes barreras y contribuyeron significativamente a sus campos, fomentando la igualdad de género en el ámbito científico.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia
Javier Yanes (Materia)

La participación femenina en la investigación científica global es notablemente baja, representando solo el 28% del total según datos de la Unesco. A pesar de que la ciencia promueve el avance y la innovación, persiste una marcada disparidad de género en este campo. Esta desigualdad se refleja incluso en países con altos índices de desarrollo social, como Suecia. Aunque las mujeres constituyen el 61% de los estudiantes universitarios, su presencia disminuye al 49% en programas de doctorado y al 37% en la investigación. En regiones científicamente prominentes como Norteamérica y Europa Occidental, solo el 32% de los investigadores son mujeres, cifra que no mejora significativamente en comparación con regiones emergentes como América Latina y el Caribe, donde representan el 44% de la fuerza laboral científica.

El reconocimiento a las mujeres científicas también es escaso. Solo 24 mujeres han recibido el Premio Nobel de ciencias desde 1901 hasta 2023. Aunque figuras como Marie Curie, la primera persona en recibir dos premios Nobel, son conocidas, existen numerosas pioneras de la ciencia cuyos logros aún permanecen en la sombra. Es crucial recordar y celebrar el legado de estas brillantes científicas que desafiaron las barreras de género y contribuyeron significativamente al avance del conocimiento.

Merit Ptah: la primera médica conocida

Varias referencias históricas destacan a la médica egipcia Merit Ptah como una de las primeras mujeres científicas de la historia registrada. Se estima que vivió alrededor del año 2.700 a. C., durante la Dinastía II del Antiguo Egipto. Sin embargo, la precisión de estos registros es cuestionable debido a la falta de evidencia concreta. Algunas fuentes mencionan una posible inscripción en una tumba del Valle de los Reyes, lo cual contradice los datos cronológicos conocidos, ya que este lugar no se utilizó como necrópolis hasta aproximadamente el siglo XVI a. C., mucho después de la época en que se cree que vivió Merit Ptah. Otra teoría la sitúa en la necrópolis de Saqqara, cerca de la antigua Menfis, un lugar que se usó para entierros desde la Dinastía I y que parece ser una ubicación más plausible.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

En su época, Merit Ptah no era una rareza, ya que muchas mujeres practicaban la medicina en el antiguo Egipto, particularmente en la obstetricia. La posible razón por la que su nombre ha perdurado en la historia podría ser debido a su asociación con su hijo, quien se desempeñó como sumo sacerdote y dejó registros que la mencionan como "jefa de médicos". Merit Ptah, por su antigüedad, rivaliza con figuras como Imhotep, el renombrado polímata que se atribuye el diseño de la pirámide escalonada de Saqqara y que comúnmente se considera el primer científico reconocido. Sin embargo, el título de "primer científico con nombre conocido" también podría aplicarse simbólicamente a Merit Ptah, cuyo legado ha sido honrado con el nombre de un cráter de impacto en Venus.

Émilie Du Châtelet: la traductora de Newton

La marquesa de Châtelet, nacida Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil, estaba predestinada a una vida cortesana por la posición de su padre, jefe de protocolo del Rey Sol, Luis XIV de Francia. Dentro de ese destino entraba el matrimonio de conveniencia con un militar, que le consiguió el título de marquesa. Pero desde pequeña ya había mostrado sus cartas: cuentan que a sus tres años un criado le hizo una muñeca vistiendo un gran compás de madera. Émilie aceptó el regalo, pero desnudó el compás y comenzó a trazar círculos con él.

Du Châtelet cumplió con su rol como esposa dando a luz a tres hijos, pero a partir de entonces se entregó a la ciencia en cuerpo y alma. En cuerpo, porque en ese empeño tuvo un peso relevante su relación amorosa con Voltaire, quien se instaló en su casa con el consentimiento de su marido, que solía estar siempre en campaña. Los dos amantes cultivaron juntos su pasión por el conocimiento, e incluso compitieron un premio de la Academia de París con sendos ensayos sobre la naturaleza del fuego. El trabajo de Du Châtelet fue el primero de una mujer publicado por la Academia francesa.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Autor: Maurice Quentin de La Tour

Las contribuciones de Du Châtelet fueron numerosas, pero sobre todo se la recuerda por su traducción al francés de los Principia Mathematica de Isaac Newton, a los que añadió comentarios como un concepto innovador de la conservación de la energía. De ella escribió Voltaire que fue “un gran hombre cuya única culpa fue ser una mujer”. Y por culpa de esta condición murió, a causa de las complicaciones tras el parto de su cuarto embarazo.

Caroline Herschel: la astrónoma olvidada

El de Herschel es un apellido históricamente ligado a la astronomía. William Herschel es mundialmente conocido como el científico que descubrió el planeta Urano. Su hijo John continuó su trabajo astronómico y cultivó otras ciencias. Pero hubo un tercer miembro de la familia, a menudo injustamente olvidado: Caroline, hermana de William.

Como otras mujeres científicas, Caroline Herschel tuvo que hacer frente a circunstancias muy adversas y a un destino ya escrito. En su caso, el de Cenicienta: debido a una enfermedad que sufrió de niña, su estatura se quedó en un metro treinta. Asumiendo que nunca se casaría, sus padres la criaron para el servicio doméstico. Cuando su padre murió, su hermano William, emigrado desde su Alemania natal a Inglaterra, la invitó a instalarse con él para ocuparse de su casa. Así lo hizo, y de paso aprendió la profesión de su hermano, que por entonces no era la astronomía, sino el canto.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Crédito: Popular Science Monthly

William dedicaba su tiempo libre a fabricar telescopios y observar el firmamento, y con el tiempo Caroline se sumó. Fue la primera mujer en recibir una pensión de la Corona británica como científica, la primera en ver su trabajo publicado por la Royal Society y en descubrir un cometa, además de numerosos grupos de estrellas y nebulosas. Nunca aprendió a multiplicar: llevaba siempre en el bolsillo una chuleta con las tablas.

Mary Somerville: la reina de la ciencia

La historia de la escocesa Mary Fairfax comienza como la de tantas otras mujeres de la sociedad acomodada de su tiempo: bailes y reuniones sociales, un padre que se oponía a sus estudios y un matrimonio con un primo lejano, Samuel Greig, que también se oponía a sus estudios. Pero fue clave en su vida que su marido solo viviera tres años más, lo que le permitió por fin dedicarse a sus estudios.

Mary Somerville, apellido tomado de su segundo marido, fue polímata: cultivó las matemáticas, la física y la astronomía. Tradujo al inglés la mecánica celeste de Laplace, quien en una ocasión le dijo que sólo había tres mujeres que entendieran su trabajo: ella, Caroline Herschel y una tal señora Greig; el francés ignoraba que la tercera también era ella. Somerville se relacionó con algunos de los principales científicos de su tiempo. Influyó en James Clerk Maxwell y sugirió la existencia de Neptuno, que después John Couch Adams demostraría matemáticamente. Fue tutora de Ada Lovelace, la hija de Lord Byron que trabajó con Charles Babbage en sus primeras máquinas de computación.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Autor: Thomas Phillips

Somerville fue una de las dos primeras mujeres, junto con Caroline Herschel, en ser admitida en la Royal Astronomical Society. Hoy se la recuerda como una de las científicas más grandes de la historia; tal vez la más importante, ya que su trabajo además motivó el término por el que todos sus colegas han sido conocidos desde entonces: fue en una revisión de su obra On the Connexion of the Physical Sciences donde en 1834 William Whewell acuñó el término scientist, científico, para referirse a los que hasta entonces eran “hombres de ciencia” o “filósofos naturales”.

Mary Anning: la gran fosilista

Al contrario que otros científicos de su época, hombres o mujeres, Mary Anning no tenía la vida resuelta. Para ella el coleccionismo de fósiles no era un pasatiempo, sino una actividad con la que su padre complementaba sus exiguos ingresos como carpintero, vendiendo las piezas halladas a los turistas. Cuando el padre murió, la familia tuvo que sobrevivir de la caridad. Mary y su hermano Joseph, los únicos supervivientes de diez hermanos, continuaron arriesgando sus vidas en la búsqueda de fósiles en los peligrosos acantilados de Dorset. En una ocasión, Mary estuvo a punto de morir por un deslizamiento de tierra que se llevó a su perro Tray.

Un día, Mary y Joseph descubrieron un extraño espécimen que parecía el fósil de un cocodrilo. Resultó ser un ictiosaurio, el primero que sería reconocido como tal. Ya en solitario, Mary Anning descubriría los primeros plesiosaurios y el primer pterosaurio fuera de Alemania, entre otros importantes hallazgos que la llevaron a ser definida como “la mayor fosilista que el mundo ha conocido”. Cuando el geólogo Henry De la Beche pintó Duria Antiquior, la primera representación realista de la vida prehistórica, se basó sobre todo en los fósiles descubiertos por Anning.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Autor: B. J. Donne

Mary Anning nunca tuvo acceso a una formación científica. Solía vender sus piezas a reputados expertos, por lo que ella apenas recibía crédito por sus hallazgos. Poco importó que los científicos viajaran desde América para consultarla; nunca fue admitida en la Geological Society of London, y su único trabajo publicado en vida fue una carta al director del Magazine of Natural History. En su tiempo era difícil para una mujer abrirse camino en el mundo de la ciencia. Pero ser como Anning, pobre además de mujer, fue una condena que limitó su reconocimiento general hasta tiempo después de su muerte.

María Gaetana Agnesi: la bruja de las matemáticas

En épocas pasadas, quienes dedicaban su vida a las ciencias solían partir de un entorno familiar acomodado. Pero a la italiana Maria Gaetana Agnesi le cayeron todos los regalos de la vida: nació en una familia acaudalada de Milán, fue muy bella a decir de sus contemporáneos, y tenía un cerebro sin parangón: a los 11 años hablaba siete idiomas, y con pocos más discutía enrevesados problemas de filosofía con los invitados que congregaba su padre, profesor de matemáticas de la Universidad de Bolonia.

Agnesi cultivó también esta disciplina, al tiempo que educaba a sus 20 hermanos y hermanastros que los tres matrimonios de su padre llegaron a reunir bajo un mismo techo. Su obra más sobresaliente fue Instituzioni analitiche ad uso della gioventù italiana (Instituciones analíticas para el uso de la juventud italiana), un volumen publicado en 1748 en el que trataba el cálculo diferencial e integral. El libro contiene su contribución más conocida, la curva llamada Bruja de Agnesi. El nombre es producto de un error de traducción: el matemático Guido Grandi había llamado a esta curva versoria, nombre en latín de la escota, un cabo empleado en las embarcaciones. Su versión en italiano era versiera, palabra que se empleaba también como apócope de avversiera, diablesa o bruja. En la edición inglesa del libro se tradujo como witch, bruja, y así ha perdurado.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Retrato de Maria Gaetana Agnesi, en 1836/ Crédito: Bianca Milesi Mojon

Pero a pesar de sus muchos dones, triunfos y títulos, incluido el de primera mujer catedrática de matemáticas de la historia, Agnesi no se conformó con una vida regalada. Profundamente católica, trocó su éxito por una pobreza voluntaria y una vida entregada al servicio de los pobres y los enfermos, al tiempo que estudiaba teología. Sus últimos años los pasó enclaustrada y sirviendo a los ancianos en un hospicio milanés, donde murió como una monja más, o una indigente más.

Nettie Stevens: la descubridora del cromosoma sexual

Para definir lo esencial de la bióloga Nettie Maria Stevens (7 de julio de 1861 – 4 de mayo de 1912) bastan dos ideas: descubrió que el sexo viene determinado por los cromosomas; y a pesar de la inmensa relevancia de su hallazgo, hoy apenas se la recuerda. El caso de Stevens es el de una carrera fulgurante e intensa, pero efímera. Nacida en Vermont (EEUU), en su biografía solo destaca su empeño de dedicarse a la investigación citogenética, para lo que tuvo que abrirse en  un mundo dominado por científicos varones. Esto retrasó su ingreso en la Universidad de Stanford (California) hasta los 35 años y su doctorado hasta los 42.  Por desgracia, la vida no le concedió mucho más tiempo: a los 50 años su carrera quedó truncada por un cáncer de mama.

Su inteligencia sobresaliente fue reconocida, pero no tanto sus logros. Buscando la clave de la determinación del sexo, que el pensamiento de entonces atribuía a factores ambientales, Stevens descubrió que los machos del escarabajo de la harina llevaban un cromosoma “accesorio” más corto; hoy lo conocemos como Y. En 1905 Stevens escribía que esta diferencia era la responsable de la determinación del sexo. El mismo año, Edmund Beecher Wilson publicaba una idea similar, aunque sus insectos carecían de cromosoma Y.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

Crédito: Bryn Mawr College

Sin embargo, tanto Wilson como Thomas Hunt Morgan, supervisor de Stevens, no estaban convencidos de que los factores ambientales no tuvieran cierta influencia. Para demostrar que el sexo dependía sólo de los cromosomas, Stevens estudió las células de 50 especies de escarabajos y nueve de moscas. Pero cuando el cáncer se la llevó, aún no había conseguido que su visión se impusiera, y la mayor parte del reconocimiento fue para Wilson. Hoy se reivindica el trabajo de Stevens, al cual hay que añadir una curiosidad: a Morgan, premio Nobel en 1933, se le considera el fundador de los estudios genéticos con la mosca de la fruta Drosophila melanogaster, utilizada hoy por miles de investigadores. Pero quien llevó por primera vez esta especie al laboratorio de Morgan fue una estudiante suya llamada Nettie Stevens.

Maria Mitchell: la pionera de la astronomía estadounidense

El caso de Maria Mitchell (1 de agosto de 1818 – 28 de junio de 1889) es uno de esos que nos recuerdan las muchas mentes brillantes que la ciencia habrá perdido, por el solo hecho de haber pertenecido a mujeres que carecieron de oportunidades. Mitchell es el contraejemplo: ella sí tuvo la oportunidad y la aprovechó sobradamente. Aunque fue criada en la tradicionalista Nueva Inglaterra, la igualdad entre sexos defendida por su familia le abrió la puerta a los estudios que le depararían una fulgurante carrera en astronomía.

Ya de niña, Mitchell colaboraba con su padre, profesor y aficionado a la observación del cielo. A los 14 años, la precoz científica ayudaba con sus cálculos a la navegación de los balleneros de su isla natal de Nantucket (Massachusetts). El 1 de octubre de 1847, aun como astrónoma amateur, se convirtió en la tercera mujer en descubrir un cometa. Su hallazgo, hoy llamado C/1847 T1, le valió una medalla de oro del rey de Dinamarca, le brindó una fama insospechada y la convirtió en la primera mujer astrónoma profesional de EEUU, al frente del Observatorio del Vassar College de Nueva York.

Mujeres científicas: pioneras en la historia de la ciencia

La astrónoma y pionera de los derechos humanos, Maria Mitchell, en un retrato de 1851. Crédito y autor: H. Dassell

Mitchell fue una mujer de ideas adelantadas a su tiempo. Un ejemplo curioso: renunció a vestir prendas de algodón como protesta contra la esclavitud. Pero sobre todo, fue una activa defensora de los derechos de las mujeres, impulsando el movimiento sufragista y la participación de las mujeres en la ciencia. Con ocasión de un viaje a Europa, dejó escrita su admiración por la matemática y astrónoma escocesa Mary Somerville, para quien “las horas de devoción al estudio intenso no han sido incompatibles con los deberes de esposa y madre”. Quizás esa fue la espina que se le quedó clavada, ya que Mitchell nunca se casó ni tuvo pareja, un precio que muchas mujeres científicas han debido pagar a cambio de carrera y prestigio.