Las tres primeras especies extinguidas por el cambio climático
La ONU acaba de reconocer las tres primeras extinciones de animales por culpa del cambio climático. El ascenso del nivel del mar, una ola de calor y cambios en el ecosistema están detrás de su desaparición.
Un oso polar, visiblemente delgado, parece observar con preocupación el hielo que desaparece a su alrededor. A su lado, un titular no deja lugar a dudas: “Preocúpate. Preocúpate mucho”. Es abril de 2006 y la revista Time acaba de publicar una de sus portadas más llamativas sobre el cambio climático. En ella, conecta las advertencias científicas con un animal que en los años anteriores ya se había convertido en un icono de los riesgos del calentamiento global.
Al fin y al cabo, si la temperatura del globo subía, quién iba a sufrir las consecuencias sino una especie que depende del hielo para sobrevivir. Sin embargo, y aunque el oso polar está amenazado, aguanta por ahora el tirón del cambio climático. Otras especies menos generalistas han tenido menos suerte. El último informe del panel de expertos de Naciones Unidas en cambio climático (IPCC) acaba de reconocer, oficialmente, las tres primeras extinciones por culpa del cambio climático.
Una rata sobre los restos de un puente de tierra
El estrecho de Torres es un pasaje de agua entre la punta más septentrional de Australia y el sur de Nueva Guinea. Por encima de su superficie, sobresalen un puñado de islotes y cayos, depósitos de sedimentos acumulados alrededor de los arrecifes de coral. Son los restos del puente de tierra que una vez unió ambos territorios y que hoy aguantan a duras penas. El nivel del mar está subiendo y la erosión es cada vez más evidente.
En uno de estos cayos, en Bramble Cay, vivía hasta 2009 Melomys rubicola, un roedor de gran tamaño endémico del islote. Era considerado, hasta ese momento, el mamífero más aislado de Australia. Sin embargo, no pudo adaptarse al aumento de la destrucción de su hábitat, provocada por la intensa actividad ciclónica en la zona y el ascenso del nivel del mar. En 2015, tras varios años sin ser vista, esta especie de rata fue declarada extinta.
La zarigüeya que no soportaba el calor
No muy lejos de Bramble Cay, en los bosques lluviosos del norte de Queensland, también en Australia, una gran variedad de especies ha encontrado su hábitat perfecto en unos pocos kilómetros cuadrados. Allí, en las montañas, las condiciones climáticas varían mucho y cada especie se ha adaptado a vivir en un rango muy concreto de temperaturas y precipitaciones. Cualquier cambio brusco en el clima puede poner su supervivencia en peligro.
En el verano de 2005, una ola de calor sin precedentes hasta entonces disparó los termómetros en toda la isla. Para la subespecie blanca del falangero lemuroide, una zarigüeya endémica de los bosques de Queensland, fue demasiado. Durante 27 días, las temperaturas se mantuvieron por encima del límite de tolerancia del falangero. Apenas sobrevivieron unos pocos individuos. En 2009 se localizaron dos ejemplares, pero desde entonces no se ha vuelto a ver ninguno. La especie acaba de ser considerada otra de las bajas del cambio climático.
Un sapo de oro en las montañas lluviosas
Hay que remontarse todavía más atrás en el tiempo para encontrar la última referencia al sapo dorado. Esta especie, endémica de una pequeña región de gran altitud del bosque nuboso de Monteverde, en Costa Rica, fue vista por última vez en 1989. Su territorio, de apenas 10 kilómetros cuadrados a 1.500 metros de altitud, estaba limitado por unas condiciones de humedad y temperatura concretas. En 2004, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) declaró extinto al también llamado sapo de Monteverde.
Durante años, su desaparición se achacó a una epidemia de un hongo originario de Sudáfrica que está considerado como una de las especies invasoras más dañinas del planeta. No en vano, este hongo es uno de los grandes responsables del declive de la población de anfibios a nivel mundial. Sin embargo, los últimos estudios recogidos por el IPCC señalan que, sin el debilitamiento causado por los cambios en su ecosistema, el sapo dorado de Costa Rica no tendría por qué haber sucumbido a la epidemia.
Como sucede con las sociedades humanas, el cambio climático se ceba con aquellas especies más vulnerables, aquellas que están sometidas a más presión o tienen menos capacidad de adaptarse a los cambios. El informe del IPCC concluye que el ascenso de las temperaturas conllevará siempre un mayor riesgo de extinciones. Pero este se multiplicará por 10 si en lugar de subir 1,5 °C por encima de la media preindustrial, suben 3 °C a finales de siglo (como sucederá si no reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero).