La conexión entre hambre y biodiversidad: la sostenibilidad del sistema alimentario
Hoy más de 1.000 millones de personas sufren desnutrición y, al mismo tiempo, un tercio de la comida que se produce cada año en el mundo acaba en la basura. La seguridad alimentaria necesita de una transformación que acabe con el hambre, proteja la biodiversidad y reduzca el cambio climático.
El precio del trigo nunca había estado tan alto. Con él, sube el pan y millones de personas en todo el mundo tienen problemas para acceder a la base de su alimentación. Algo similar sucede con el arroz, otro de los alimentos básicos a nivel global, cuyos costes se han disparado (aunque todavía no han superado los máximos de 2020). La invasión de Ucrania ha puesto patas arriba el sistema global de comida, un sistema que no ha llegado a levantar cabeza desde la disrupción provocada por la pandemia de hace dos años.
De hecho, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) ya advertía a principios de año de que la situación de la disponibilidad de alimentos era especialmente delicada en los países del cuerno de África, el Sahel, Asia Central y algunos territorios centroamericanos y del Caribe. La escalada de precios potenciada por la guerra solo ha desequilibrado un poco más la balanza de un sistema que está muy lejos de ser sostenible.
Alimentación, cambio climático y biodiversidad
Un tercio de la comida que se produce cada año en el mundo acaba en la basura. Eso son 1.300 millones de toneladas en un mundo en el que casi 1.000 millones de personas sufren desnutrición, según datos del Programa Mundial de Alimentos. En los países en vías de desarrollo, el 40 % del desperdicio se genera durante la cosecha y el procesado de alimentos. En los países ricos, el mismo porcentaje se produce en la cadena de venta al por menor y en el consumo final.
Todo esto está también conectado con la crisis de biodiversidad y el cambio climático. El sistema alimentario, muy dependiente de los combustibles fósiles, genera casi una de cada tres toneladas de gases de efecto invernadero de origen humano, los gases que están recalentando el planeta. Y para el 86 % de las especies en peligro de extinción la mayor amenaza es el cambio del uso de la tierra y la deforestación impulsada, sobre todo, por la agricultura y la ganadería industriales.
En un mundo en el que todo está conectado, todas las decisiones importan. La solución al desequilibrio del sistema alimentario está en cada uno de nosotros, pero, sobre todo, está en una transformación global que acabe con el hambre, elimine la destrucción de la naturaleza y reduzca los impactos climáticos. La receta para semejante cambio es complicada. Aun así, la directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), Inger Andersen, ha puesto sobre la mesa algunas de las claves para lograr la sostenibilidad del sistema alimentario. Lo hizo durante el World Food Summit 2022 celebrado en Copenhague (Dinamarca).
1. Financiar cadenas de valor libres de deforestación
Para la directora de la UNEP, es fundamental demostrar que es viable financiar una cadena de valor alimentaria en la que no haya ni rastro de deforestación. A largo plazo, la destrucción de la naturaleza solo traerá perjuicios, también para aquellos que en el corto plazo están beneficiándose de la deforestación. Para lograrlo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el sector bancario y los países productores están asociándose para promover la financiación de la agricultura sostenible.
2. Estandarizar los indicadores de impacto ambiental y social
En la actualidad, existen multitud de sellos y mecanismos de mercado para certificar la sostenibilidad ambiental y social de productos y actividades. Esto socava la confianza tanto de los consumidores como de los inversores. Para Inger Andersen, es necesario trabajar por unos indicadores comunes, un mercado de carbono global sólido y transparente y taxonomías para aportar certidumbre a los inversores, como la taxonomía verde desarrollada este año en la Unión Europea.
3. Transformar la riqueza de la naturaleza en ingresos tangibles
Los servicios que aportan los ecosistemas sanos son muchos (limitan la erosión, almacenan más agua o mantienen a raya enfermedades emergentes y plagas). Sin embargo, estos no siempre se traducen en ingresos tangibles para aquellos que forman parte de la cadena de suministros del sistema alimentario. Iniciativas como la Taskforce on Climate-related Financial Disclosure, que cuantifica de forma objetiva y transparente los riesgos del cambio climático para el sistema financiero, podrían ayudar en este sentido.
4. Acabar con el desperdicio de alimentos
Si el desperdicio alimentario fuese un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero, solo por detrás de EE. UU. y China. Además, con los 1.300 millones de toneladas de comida que se tiran a la basura cada año podrían alimentarse a más de 2.000 millones de personas, según el Programa Mundial de Alimentos. Facilitar el acceso al mercado de todos los productores, mejorar las técnicas de cosechado y procesado en los países en desarrollo y acabar con el desperdicio final de los países ricos es fundamental para alcanzar la sostenibilidad del sistema.
5. Reducir el consumo de carne
La mayor parte de las decisiones necesarias pasan por acciones políticas globales y coordinadas. Pero hay algo que sí puede plantearse a nivel individual en los países más desarrollados: comer menos carne. “En algunos países consumimos demasiada carne. Necesitamos pensar de forma honesta sobre cómo obtenemos nuestras proteínas. Y también sabemos que la mala alimentación es una de las principales causas de muerte en todo el mundo”, concluyó Inger Andersen.