La baquelita: el primer plástico sintético que transformó el mundo
La baquelita fue el primer plástico sintético y su invención revolucionó industrias enteras. Aunque hoy nos enfrentamos a una crisis de contaminación plástica, es importante reconocer cómo materiales como este plástico han sido fundamentales para el desarrollo moderno. Ahora, es crucial reducir su uso y buscar materiales más sostenibles.
La producción de plásticos por parte del ser humano ha alcanzado un impresionante total de 8.300 millones de toneladas. Esta cantidad equivale al peso de casi 160.000 barcos como el Titanic. Sin embargo, solo el 9% de este volumen se recicla, el 12% se incinera y el 79% se acumula en vertederos. La contaminación por plásticos se ha convertido en uno de los problemas ambientales más críticos de nuestra era, lo que exige intensificar los esfuerzos de reciclaje, reducción del uso y sustitución por materiales más sostenibles.
No obstante, es importante no olvidar el impacto positivo que los plásticos han tenido en nuestra sociedad. Muchas de las comodidades modernas que disfrutamos hoy en día son resultado directo de una innovación que comenzó en 1907 con la invención de la baquelita, el primer plástico sintético. Esta sustancia, que asociamos con los antiguos teléfonos negros, se volvió tan omnipresente que incluso su inventor la describió como "el material de mil usos".
En el siglo XIX, la expansión de la industrialización pedía nuevos materiales moldeables que permitieran la fabricación de todo tipo de artículos. Los químicos ya conocían los polímeros, compuestos formados por cadenas de unidades repetidas que se prestaban a este tipo de manipulación, pero los presentes en la naturaleza no eran satisfactorios. En 1870 el estadounidense John Wesley Hyatt modificó químicamente la celulosa, un polímero presente en las plantas, para producir el celuloide, el primer plástico. Hyatt creó el material para optar a un premio de 10.000 dólares que ofrecía un fabricante de bolas de billar de Nueva York a quien ofreciera un sustituto al entonces ya escaso marfil, pero el celuloide acabó empleándose para diversos objetos, incluyendo los rollos de película por los que hoy lo conocemos.
Sin embargo, una aplicación especialmente crítica requería materiales más novedosos. En el siglo XIX los cables eléctricos se aislaban utilizando goma laca (shellac), una resina natural segregada por la cochinilla laca (Kerria lacca), un pequeño insecto rojo que habita en el sudeste de Asia. La goma laca se empleaba para la fabricación de otros objetos como los discos de gramófono de 78 revoluciones por minuto. Pero era previsible que un material obtenido de una fuente tan limitada e inaccesible terminara escaseando, y a comienzos del siglo XX surgió la necesidad de buscar una alternativa.
Un plástico para todo
Por entonces, varios científicos habían observado que la mezcla de las sustancias orgánicas fenol y formaldehído producía un material duro y aparentemente inservible que arruinaba los recipientes de laboratorio. Pero algunos de ellos vieron un futuro prometedor para aquellas resinas fenólicas, los primeros plásticos sintéticos. El primero que dio con la fórmula idónea fue el belga radicado en Nueva York Leo Baekeland (14 de noviembre de 1863 – 23 de febrero de 1944), que ya había hecho fortuna vendiendo a Kodak su invención del primer papel fotográfico comercial, Velox. En 1907 solicitó la patente para su nuevo compuesto, un polioxibencilmetilenglicolanhidrido al que denominó Bakelite.
La baquelita fue el primer plástico comercial completamente sintético, moldeable en caliente y que una vez enfriado producía un material duro y resistente al calor, a la electricidad y a los solventes. Su aplicación como aislante eléctrico fue inmediata, pero pronto sus usos comenzaron a proliferar. “Su impacto se sintió en una variedad de industrias, desde la producción de mangos de paraguas y pipas para fumar hasta el sector del automóvil, el eléctrico y el de radios”, cuenta el historiador de la ciencia y la tecnología de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) Joris Mercelis, autor del libro de próxima publicación Beyond Bakelite: Leo Baekeland and the Business of Science and Invention (MIT Press, 2020).
Especialmente relevante fue el uso de la baquelita para componentes concretos cuyos requerimientos cuadraban a la perfección con las propiedades del nuevo material, como la tapa del distribuidor de los automóviles, la base de los tubos de las radios o las placas aislantes donde se montaban las piezas, según explica el historiador de la cultura y el diseño de la Universidad de Texas (EEUU) Jeffrey Meikle, autor de American Plastic: A Cultural History (Rutgers University Press, 1995). “Incluso hoy, las resinas fenólicas son esenciales en los llamados aviones invisibles”, apunta.
El plástico que impulsó el desarrollo industrial
Claro que los usos de la baquelita no se limitaron a componentes tecnológicos: botones, fichas y piezas de juegos y juguetes, armas de fuego, utensilios de cocina, guitarras eléctricas o incluso joyería; el nuevo plástico pasó de rellenar el hueco de una demanda concreta a impulsar de forma general el desarrollo industrial. “Contribuyó a la expansión o la transformación de otras industrias, varias de las cuales estuvieron en el núcleo de la llamada segunda revolución industrial”, dice Mercelis. Espoleado por el brillante éxito de su producto, Baekeland eligió un ambicioso emblema para su compañía: el símbolo matemático de infinito.
Pero además, el invento de Baekeland abrió el camino a una nueva industria de plásticos sintéticos con innumerables aplicaciones. “La baquelita fue un paso importante para el desarrollo de la industria de los plásticos y para la penetración de estos en la vida cotidiana de la gente”, señala la escritora de ciencia Susan Freinkel, autora de Plastic: A Toxic Love Story (Houghton Mifflin, 2011). Y estos nuevos plásticos siguieron también la pista marcada por Baekeland: “La baquelita señaló el camino hacia el uso de los combustibles fósiles como materia prima para los plásticos”, dice Freinkel. “Y nos acostumbró a tener cosas hechas de un material no natural”. Mercelis subraya que este fue otro de los logros de la baquelita, romper una barrera cultural: “Los promotores de la baquelita consiguieron desafiar la percepción de que los plásticos sintéticos eran inferiores a los materiales naturales como el ámbar o la madera, facilitando así también la comercialización de otros nuevos plásticos”.
Las limitaciones de la baquelita
Sin embargo, la baquelita tenía sus evidentes limitaciones: era resistente, pero frágil. La dureza y la falta de flexibilidad que la hacían idónea para ciertos usos eran un inconveniente para otros. “No se podían fabricar embalajes o tejidos, ni nada transparente u objetos ligeros”, resume Freinkel. “Aún más, algunas de las variedades más exitosas de baquelita solo podían producirse en una gama muy limitada de colores, y el color se convirtió en una herramienta de marketing de importancia cada vez mayor a partir de los años 20”, añade Mercelis.
Fue por ello que las compañías petroquímicas se lanzaron a la investigación de nuevos plásticos derivados a partir de los subproductos del procesamiento de los combustibles fósiles. Así comenzaron a surgir compuestos más versátiles como el polietileno o el policloruro de vinilo (PVC), que reemplazaron a la baquelita en muchas de sus aplicaciones, incluyendo algunas de aquellas para las cuales fue originalmente inventada.
Pero incluso hoy, el legado de Baekeland no ha desaparecido por completo: como mínimo, a él debemos agradecerle el poder agarrar una sartén caliente sin quemarnos la mano.