La alimentación sostenible, clave para la salud de las personas y del planeta
El desconocimiento es una de las grandes causas del daño que hacemos a nuestro entorno día a día a través de nuestra alimentación. ¿Cómo sabemos lo que comemos? ¿Qué huella de carbono emiten los alimentos que compramos? Estos son algunos de los aspectos que se tratan en el monográfico gratuito de BBVA ‘Gastronomía sostenible’ para impulsar una alimentación donde no debe faltar la sostenibilidad.
Según la base de datos de la Agencia Francesa de Medio Ambiente y Gestión de la Energía, 1 kg de lechuga producida en un invernadero francés con calefacción emite 11 kilos de dióxido de carbono (CO2), mientras que 1 kilo de lechuga producida en temporada genera casi 34 veces menos emisiones (0,3 kg de CO2). La que usted ha comprado es española y de temporada. El tomate que adorna la ensalada con un rojo absolutamente apetitoso se ha cultivado con compost natural y de manera respetuosa con el medioambiente. Incluso el terreno donde el productor lo cultiva utiliza maquinaria e instalaciones que funcionan con energía solar.
Ahora pongamos el foco en ese jugoso filete de pollo. Usted ha tenido en cuenta que 1 kilo de carne roja producido de forma convencional emite 6,4 kg de dióxido de carbono. La carne de vacuno genera 3,5 veces más CO2 que la de cerdo y cinco más que la de pollo. Para que la dieta sea sostenible se debe reducir el consumo de carnes rojas y, en cualquier caso, no excederse de 70 gramos al día. Por eso ha optado por la carne de ave, aunque seguramente algún día se de un capricho con un pequeño entrecot de ternera. No pasa nada.
Las compensaciones entre producción local y estacional de alimentos deben analizarse caso por caso y tenerla muy presente a la hora de llenar la cesta de la compra. Por ejemplo, la importación de lechuga española al Reino Unido durante los meses de invierno genera entre tres y ocho veces menos emisiones que la producción de lechuga localmente. Lo mismo ocurre con otros alimentos: los tomates producidos en invernaderos en Suecia utilizan 10 veces más energía que los tomates importados del sur de Europa cuando están en temporada.
Eso sí, los métodos de conservación de los alimentos añaden variabilidad y complejidad a lo anterior. El procesamiento y el envasado de la comida pueden provocar una importante contaminación del aire, el uso de agua y, si no se tratan adecuadamente, pueden ser una fuente de producción de residuos ambientales.
En resumen, la producción local de alimentos es necesaria pero no suficiente para garantizar la mejor elección desde el punto de vista medioambiental.
¿Quiere este ejemplo decir que no es posible mejorar la salud del planeta a través de los alimentos? En absoluto. Simplemente, tenemos que ser más conscientes y estar mejor informados sobre cuáles son los productos de temporada, de dónde viene lo que consumimos y en qué tipo de envases. Y muy importante: comprar cantidades adecuadas y adaptadas realmente a lo que vamos a consumir para evitar el desperdicio, una de las grandes amenazas de la sostenibilidad del planeta.
Según un cálculo elaborado por Gumersindo Feijoo, catedrático de ingeniería Química de la Universidad de Santiago de Compostela, una familia de cuatro miembros que minimizase el desperdicio de los alimentos más comunes que componen el carrito de la compra y que redujera a la mitad lo que caduca antes de consumirlo puede llegar a ahorrar de media anualmente:
- Dinero: 125 €.
- Agua: 63 m³ (huella hídrica generada por la producción de alimentos desde la tierra o el mar hasta el plato), que equivalen al volumen necesario para llenar una piscina estándar particular.
- Emisiones: 68 kg de CO₂, que equivalen a la huella de carbono generada por la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) de un coche en el trayecto Santiago de Compostela-Madrid.