Jane Goodall y una aventura entre chimpancés que comenzó con un peluche
Gracias a Jane Goodall, londinense con corazón y alma africanos, comprendemos mejor el comportamiento animal y, por ende, la evolución del ser humano. Divulgadora, conservacionista y activista, ella y sus amigos los chimpancés nos han puesto frente al espejo. Esta es la historia de un sueño cumplido y donde una parte de la biodiversidad es la protagonista.
Foto cabecera: Agencia EFE
Cuando Jane Goodall descubrió que al chimpancé David Greybeard le gustaban los plátanos, empezó a dejar algunos a su alrededor. Poco a poco, el primate fue acercándose cada vez más a la joven, hasta que se atrevió a coger una fruta de su mano tranquilamente, con delicadeza. A partir de ese momento, cada vez que se encontraban, él iba corriendo a su lado.
David Greybeard fue el primer chimpancé que confió en la investigadora británica, y también el primero al que esta dedicó un estudio sobre las conductas sociales y el comportamiento de estos animales, hace ya 50 años. Fue, también, el primer chimpancé al que Goodall vio hacer algo que revolucionaría a la comunidad científica: usar herramientas para conseguir alimentos.
Hoy, Jane Goodall es considerada una de las voces más influyentes en el campo de la etología y el estudio de los chimpancés salvajes. Sus hallazgos, fruto de 60 años de investigaciones en las selvas de África, cambiaron para siempre nuestra concepción sobre el comportamiento animal y el conocimiento que tenemos sobre el propio ser humano.
Del peluche Jubilee a David Greybeard
Jane Goodall nació en Londres el 3 de abril de 1934, hace casi 90 años. Cuando todavía era muy pequeña, su padre le regaló un chimpancé de peluche al que llamaron Jubilee y que terminó convirtiéndose en su juguete favorito. Todavía no lo sabía, pero su amor por estos animales marcaría el resto de su vida.
Goodall creció soñando con viajar algún día a África para estudiar los animales en la naturaleza. Y no tuvo que esperar mucho: con tan solo 22 años, visitó Kenia por primera vez. Allí aprovechó para pedir trabajo al paleontólogo Louis Leakey, quien le propuso viajar hasta las selvas de Gombe, una región al noroeste de la actual Tanzania, para estudiar el comportamiento de los chimpancés salvajes.
En 1960 y acompañada por su madre –las autoridades no permitieron que lo hiciese sola– un cocinero africano y su esposa, Jane Goodall levantó finalmente un pequeño campamento en Gombe. Comenzó a explorar la zona, a habituarse a los ritmos y las exigencias de la selva y a observar a las comunidades de chimpancés que vivían allí. Estos fueron acostumbrándose a la presencia de esta humana rubia que los acompañaba pacientemente y que se acercaba cada día un poquito más.
“Día tras día, con sol, con viento o con lluvia, subo a las colinas. Aquí es donde estaba destinada a estar”, registró Jane Goodall en un vídeo grabado en aquella época. Agazapada entre la vegetación, descubrió que cada chimpancé tenía su propia personalidad. Les puso nombres, como Mike, Conde Drácula, Jo, Mrs. Maggs o Mr. McGregor. Todo lo que veía era nuevo para ella y para el resto del mundo: en la década de 1960, no se sabía prácticamente nada sobre el comportamiento de los chimpancés en sus propios hábitats.
Los descubrimientos de Jane Goodall
Cuando Jane Goodall empezó a regalar fruta a David Greybeard, este le abrió las puertas a su mundo. “Se acercaba a cogerlos (los plátanos) y se sentaba a mi lado, para pasmo de sus compañeros, que observaban con los ojos como platos el comportamiento de su congénere. Incluso si no llevaba plátanos, David venía a sentarse un rato conmigo, saludándome con un ‘¡uh!’ bajito”, escribió Jane Goodall en 1963.
David empezó a visitar el campamento y a llevar consigo a algunos de sus amigos. Al principio se mostraban tímidos, pero pronto se atrevieron a curiosear y a llevarse los objetos que más les gustaban, como prendas de ropa y paños de cocina. Observándolos, Goodall comprobó cuánto se parecían a nosotros.
La investigadora descubrió que eran capaces de organizarse, de resolver problemas y de cazar. Documentó el modo en que organizan sus sociedades y la forma en la que crían a sus pequeños. También comunicó al mundo que estos animales utilizan herramientas para conseguir sus objetivos, algo que por aquel entonces se consideraba una habilidad única del ser humano.
Foto: Agencia EFE
“Con toda probabilidad, el método adoptado por los chimpancés para comer hormigas y termitas constituye el hallazgo más importante en mis dos años de investigación”, escribió la investigadora tras observar cómo introducían pequeñas ramas alargadas en los hormigueros y los nidos de las termitas para cazar estos insectos y comérselos. “Las termitas, cual ‘bulldogs’ en miniatura, muerden la paja y se aferran a ella con todas sus fuerzas mientras el simio la retira suavemente”.
La primatóloga documentó también el lado más violento de los chimpancés. Décadas después de sus primeras investigaciones, llegó a presenciar guerras entre grupos, secuestros, matanzas y hasta canibalismo. Sus descubrimientos sirvieron para constatar que era necesario dedicar más recursos a la etología, la ciencia que estudia el comportamiento animal, si se quería entender de verdad a los primates y la evolución del ser humano.
Una mirada de optimismo
El trabajo de la aventurera que vivió entre los chimpancés no se quedó en África. Además de investigadora, ha sido activista, conservacionista y divulgadora. En 1977, creó el Instituto Jane Goodall, una organización sin ánimo de lucro que busca incentivar la conservación de la naturaleza, proteger a los chimpancés y concienciar sobre el bienestar animal.
Goodall ha escrito decenas de trabajos científicos y libros, ha participado en películas y programas de televisión y ha impulsado programas de reforestación, agricultura sostenible y becas escolares, entre otras muchas iniciativas. Además, a lo largo de su carrera ha dado cientos de charlas y entrevistas, a veces acompañada de su peluche Jubilee, un recuerdo de cuando era una niña y vivir en África era todavía un sueño.
Sin su optimismo, su trabajo y su mirada empática e inteligente sobre nuestros parientes más cercanos, nuestra visión del mundo natural sería hoy muy diferente – y, sin duda, mucho menos esperanzadora.