Hongos: ¿'The last of us' puede convertirse en realidad?
A rebufo de la pandemia del covid-19, cada vez son más las voces autorizadas que advierten sobre el peligro potencial de que alguna especie de hongo se convierta en la próxima plaga que ponga en jaque a la humanidad. Una alarma fundamentada en un cúmulo de factores encabezados por el calentamiento global.
Antes de entrar en materia, merece la pena reconsiderar la pregunta de partida: la última pandemia que ha azotado la humanidad y ha encendido las alarmas sobre futuras amenazas similares está aún muy reciente. Según las estimaciones de la OMS, en 2020 el covid causó entre 1,8 y 3 millones de muertes. Y en ese mismo periodo de tiempo, la GAFFI cifra en 2 millones los fallecidos a consecuencia de infecciones fúngicas. Así pues, cabe preguntarse si los hongos no son ya, a día de hoy, una pandemia. Sin embargo, y a pesar de estas cifras, hasta ahora los expertos no han comenzado a alertar sobre el potencial peligro epidémico que representan los hongos. ¿Por qué precisamente ahora?
¿Son los hongos peligrosos para los humanos?
Desde su aparición —e incluso desde antes, cuando aún no éramos homínidos— el ser humano ha convivido con los hongos sin que hayan constituido un peligro para nuestra supervivencia. La clave está en que por encima de 30°C, la mayoría de especies de hongos no son capaces de crecer y reproducirse con éxito; y por tanto, de sobrevivir. Y el cuerpo humano, como organismo de sangre caliente, tiene una temperatura interna de 37°C. Los hongos prefieren entornos más fríos y, dado que estos abundan en el planeta, no han sentido la necesidad de evolucionar y adaptarse a otras condiciones… Hasta ahora, porque en el momento actual se está cocinando la tormenta perfecta de factores para que esto cambie.
El calentamiento global y la proliferación de los hongos
El principal factor es el progresivo y vertiginoso calentamiento global del planeta, la consiguiente pérdida de ambientes frescos, y la creciente presión que eso representa para los hongos. Un principio que rige en la naturaleza es que, cuanto mayor es la amenaza para la supervivencia de un organismo, el estrés al que está sometido, en mayor número y más rápidamente se producen mutaciones genéticas para conseguir adaptarse y sobrevivir.
Según un estudio efectuado por investigadores de la Universidad de Duke, la clave de este proceso de selección natural radica en los transposones, fragmentos de ADN “saltarines”, capaces de cambiar de posición dentro de la secuencia genética. Unas inserciones que provocan cambios en los genes y en su expresión y regulación. Pues bien, según el citado estudio, en el caso de los hongos, el elevado estrés térmico multiplica estos saltos y, con ello, acelera el proceso evolutivo con el objetivo de que surjan mutantes capaces de desarrollarse con éxito a temperaturas más elevadas. Y ese es justamente el escenario actual. Tal y como explican los expertos: cada día de calor excesivo supone un evento de selección natural para los hongos. Muchos perecen, pero aquellos que presentan alguna mutación que los hace más tolerantes a las nuevas condiciones sobreviven, dando lugar a una nueva generación de hongos mejor adaptados. Y cada vez son más los episodios y días de mucho calor que propulsan esta evolución acelerada.
Y no solo eso, sino que este proceso está propiciando mutantes capaces de vulnerar con más facilidad nuestras defensas y, también, más resistentes a los fármacos antifúngicos disponibles. Con el agravante de que el arsenal de estos es escaso y no excesivamente eficaz. Por diversos motivos: en primer lugar, los hongos son organismos eucariotas por lo que sus células son menos vulnerables; además, se necesitan compuestos más selectivos que no actúen sobre nuestras propias células (también eucariotas). Pero también, y sobre todo, porque hasta ahora no hemos sentido la necesidad de desarrollarlos “en serio”.
Los hongos y la salud de las personas
Otro factor que contribuye a esta tormenta perfecta es que cada vez somos más longevos: disponemos de tratamientos y métodos para prolongar nuestra vida. Pero, paradójicamente, eso está abriendo la puerta a más infecciones fúngicas. Hasta ahora se han ido concentrando en personas con sistemas inmunodeprimidos o debilitados; siendo el nicho principal pacientes ingresados en hospitales, centros de salud y residencias para la tercera edad. De este modo, los avances médicos y nuestra cada vez mayor longevidad “artificial” están disparando el número de posibles objetivos o blancos para los hongos.
Y aún se pueden contar más actores secundarios: las dificultades para identificar a tiempo estas infecciones; la creciente globalización de la sociedad que hace que tanto personas como animales y plantas exóticas circulen por todo el planeta, facilitando el contacto con especies desconocidas para nuestro organismo frente a las cuales no disponemos de mecanismos defensivos adecuados; e incluso el postulado descenso de nuestra temperatura corporal como respuesta al calentamiento global.
En definitiva, parece que los expertos tienen razón y hay motivos para, cuando menos, comenzar a preocuparse. Y todo ello con el apocalíptico argumento de la serie de ficción The Last of Us como telón de fondo…
El caso de la Cándida Auris
El hongo patógeno y potencialmente mortal Candida auris fue identificado por primera vez en Japón en 2009 como causante de una infección de oído. En 2013 se detectaron las primeras infecciones en EEUU. Desde entonces, cada año, el número de personas infectadas en ese país se ha ido multiplicando, de los 53 casos diagnosticados en 2016 a los 756 de 2020 y los 1471 de 2021. Y no solo en EEUU, entre 2012 y 2015 diferentes mutaciones del hongo capaces de infectar al organismo humano han surgido, de forma independiente, en África, Asia y América como respuesta al estrés térmico. Y peor aún, las nuevas variantes, exhiben una creciente resistencia a los tratamientos existentes.