Generación Z: así es crecer bajo la sombra de la crisis climática
La generación Z es la primera que vivirá de cerca las consecuencias del cambio climático en la recta final del siglo XXI. Una investigación con 10.000 niños y jóvenes de 10 países confirma que más de la mitad siente ecoansiedad. Lo positivo es que esta generación es capaz de actuar y cambiar hábitos.
Cuando tenía ocho años, escuchó hablar por primera vez del cambio climático y al miedo se unió la incomprensión. Si el problema es tan grave, ¿por qué no se hace nada al respecto? Con quince años, decidió saltarse las clases para protestar ante el Parlamento sueco con una pequeña pancarta hecha por ella misma. Por aquel entonces, a Greta Thunberg ya le habían diagnosticado síndrome de Asperger y trastorno obsesivo compulsivo, algo que ella no ve como un impedimento, sino como un superpoder para conseguir sus objetivos. “Algunas personas pueden dejar ir las cosas. Yo no”, declaró en 2019 al periódico ‘The Guardian’.
La vida de la activista parece sacada de una novela: con aquella manifestación solitaria comenzó una trayectoria que le ha permitido enfrentarse cara a cara a líderes como Donald Trump y acusarles de ser responsables de un fracaso. Y, sobre todo, ha llamado a la movilización a miles de jóvenes de todo el mundo.
La generación Z ha respondido con fuerza a la llamada de Thunberg porque sus preocupaciones son las mismas. Los nacidos entre los últimos años de la década de 1990 y el principio de los años 2000 son los primeros que vivirán de cerca las consecuencias del cambio climático en la recta final del siglo XXI. Para ellos, fechas como 2100 no parecen tan lejanas como para las generaciones anteriores, algo que condiciona enormemente sus temores, sus valores y su estilo de vida.
Vivir hasta el 2100
La mayoría de las predicciones climáticas nos hablan de cómo será el mundo en 2100 en función de si se logran, o no, los objetivos de descarbonización. La de Climate Action Tracker, por ejemplo, muestra que si se mantienen las políticas actuales se producirá un calentamiento de unos 2,7 °C por encima de los niveles preindustriales. Si se cumpliesen los objetivos fijados por los países a corto y medio plazo, el calentamiento sería de 2,1 °C. Y solo en la proyección más optimista, que depende de que todos los países del mundo logren alcanzar las emisiones netas cero, este sería de 1,8 °C.
Cualquiera de estas cifras está muy por encima del calentamiento de 1,5 °C que los científicos del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) marcan como límite para no vivir las peores consecuencias del cambio climático. Consecuencias que se materializarían en temperaturas extremas, cambios en los patrones de precipitaciones, tormentas más violentas y la subida del nivel del mar, entre muchas otras.
Este futuro marcado por el cambio climático se presenta como irreal para algunos y aterrador para otros. “Si no actuamos urgentemente, en 2100 la Tierra será, con toda probabilidad, un planeta inhabitable. Esto causa una angustia considerable a los más jóvenes”, explica Caroline Hickman, psicoterapeuta y profesora de Psicología Climática en la Universidad de Bath (Reino Unido).
“Las generaciones anteriores podían consolarse diciendo ‘oh, nos ocuparemos de ello en el futuro’, pero este es el futuro ahora y no estamos haciendo nada al respecto. Así que no es que la generación Z esté necesariamente más preocupada que las anteriores, sino que el estado del mundo se ha vuelto mucho más preocupante y ellos simplemente están respondiendo a esto”, explica Hickman.
La profesora de la Universidad de Bath es la autora principal del estudio más completo que se ha realizado hasta la fecha para entender la ecoansiedad y el miedo al futuro de los jóvenes. La investigación, publicada en ‘The Lancet’ tras encuestar a más de 10.000 niños y jóvenes de 10 países diferentes en 2021, señala que los participantes de todos los países estaban preocupados por el cambio climático. Más del 50 % afirmó sentir todas y cada una de las siguientes emociones: tristeza, ansiedad, enfado, impotencia, desamparo y culpabilidad.
Entre otras conclusiones, el estudio señala que más del 75 % de los encuestados afirma pensar que el futuro es aterrador. “Nos enfrentaríamos al colapso social, el colapso de las fuentes de alimentos y a guerras por el agua y la comida. Partes del planeta se volverían inhabitables, por lo que habrá millones de migrantes climáticos. ¡Me preocuparía por ellos si no estuvieran asustados!”, señala Hickman.
“Ellos se ven más afectados que los adultos, porque aún se están desarrollando física y emocionalmente. Se podría argumentar que el cambio climático es una experiencia adversa en la infancia, similar a una guerra o el abuso infantil, lo cual tiene impactos de salud mental a lo largo de la vida de los niños. El cambio climático es un estresor psicológico”, explica la profesora de la Universidad de Bath.
En todo esto tiene un peso importante el hecho de que los más jóvenes sienten que los adultos les han fallado. En una edad en la que necesitan referentes y confiar en sus mayores, y en la que todavía no tienen el poder económico o político para actuar, no encuentran respuesta a sus temores. El estudio de ‘The Lancet’ pone cifras a esta realidad: el 83% de los encuestados siente que se ha fallado a la hora de cuidar el planeta.
“La ecoansiedad parece tener dos causas: una es la crisis ecológica y climática real y la otra es la percepción de que nuestros gobiernos no están haciendo lo suficiente para abordarla”, explica Hickman haciendo referencia a las conclusiones de su investigación.
Una generación capaz de actuar
Durante los últimos años, muchos jóvenes de la generación Z (‘centennials’) han sabido canalizar este temor a un futuro desconocido en acciones: se ha movilizado en lo político y también a nivel personal. De hecho, un estudio realizado por la universidad australiana ‘New Curtin’ concluye que el temor por el cambio climático determina no solo la ecoansiedad de los ‘centennials’, sino también su estilo de vida y sus decisiones.
“La generación Z tiene preocupaciones que no solo impactan en su salud mental, sino también en sus elecciones: cómo gastan su dinero, si tendrán o no familia o la carrera que elegirán”, señalan desde la universidad australiana. Decisiones que están determinadas no solo por el temor al cambio climático, sino por una forma de ver el mundo muy diferente a la de generaciones anteriores.
“No debemos generalizar, porque agrupar a toda una generación bajo unas mismas características es complicado, pero sí es verdad que tienen algo en común: son nativos digitales. Han nacido en la era de la hiperconectividad y eso les diferencia mucho de quienes les preceden”, señala Elena Codina Sampera, pediatra experta en salud medioambiental del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.
“Es una generación a la que le importan mucho su calidad de vida y sus principios. Les cuesta menos señalar qué les gusta y poner límites a lo que no”, añade Codina. “Esto, unido a la gran cantidad de información que reciben, hace que muchos muestren mucha sensibilidad. Yo creo que las generaciones pasadas no se veía de forma tan generalizada esta sensibilidad que se está extendiendo”.
Es precisamente esta confianza en sí mismos y esta sensibilidad lo que hace que entre los más jóvenes sean habituales estilos de vida más sostenibles y comprometidos. Codina menciona el vegetarianismo, el veganismo, la apuesta por las bicicletas frente a vehículos contaminantes o la elección de comprar ropa de segunda mano como parte de la personalidad de muchos jóvenes.
En este sentido, un estudio de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.) muestra que el porcentaje de ‘centennials’ que prefiere comprar artículos para los que se haya tenido en cuenta la sostenibilidad en lugar de dar importancia a las marcas es mayor que en generaciones pasadas. Esto condiciona su alimentación, su relación con el reciclaje, cómo visten y el tipo de activismo que los de la generación Z hacen en las redes sociales.
“Luego está el otro extremo. El extremo de las compras compulsivas. De la inmediatez, del quiero esto y lo compro, sin pensar la repercusión que esto tiene a nivel planetario. Existen las dos partes”, añade la pediatra, para agregar que es precisamente la inmediatez a la que están acostumbrados los jóvenes lo que puede dar una oportunidad para cambiar las cosas.
“La inmediatez hace que reciban tanta información tan rápido que puede faltarles perspectiva para entender de dónde venimos y nuestro contexto. Esto es un problema a la hora de abordar retos muy complejos, como el cambio climático, pero puede ser una oportunidad para favorecer un cambio urgente que dé la vuelta a esta situación y nos permita reconectarnos con la naturaleza”, señala Codina.
“Tengo confianza en estos jóvenes, en su capacidad de defender lo que ellos creen. En los últimos meses he ido descubriendo activistas muy jóvenes, algunos incluso niños. Tienen nuevas formas de manifestarse, muchas veces a través de las redes sociales, y no dejan las acciones en manos de otros. Entienden su responsabilidad y se convierten en parte activa para solucionar los problemas que les preocupan”, añade.
Cómo gestionar la ecoansiedad
Para muchos jóvenes, el activismo y la toma de decisiones sostenibles es la mejor forma de hacer frente a su temor al cambio climático y a la ecoansiedad. Tal y como recuerda la psicoterapeuta Caroline Hickman, tener sentimientos de ansiedad, miedo, tristeza, depresión, frustración, ira o desesperación en relación con la crisis climática es totalmente normal.
“Son respuestas mentalmente saludables a lo que está sucediendo en el mundo. Lo importante es encontrar un equilibrio emocional y también sentir felicidad y creatividad, no dividir las emociones solamente en buenas o malas. Todas tienen su lugar en este mundo”, explica.
Los adultos juegan un papel importante para que los jóvenes de la generación Z y los que les suceden puedan alcanzar este equilibrio y hacer frente a su ecoansiedad. De acuerdo con Hickman, los adultos deben tener empatía con las perspectivas de los más jóvenes y entender que estas son diferentes a las de las generaciones mayores.
“Es importante escuchar sus inquietudes y animar a tomar acciones que ayuden a nivel personal, como formar parte de una ONG, manifestarse, organizar limpiezas en grupo o desplazarse en transporte público, por ejemplo”, coincide la pediatra Elena Codina. “Y ante cualquier duda o síntoma, es importante recordar que la naturaleza nos aporta bienestar. Debemos conectar con lo que somos, enraizar. Debemos encontrar un equilibrio entre hacer cosas que nos tranquilicen y otras que nos hagan sentir parte de la solución”, concluye la pediatra Elena Codina.