Ganadería intensiva y extensiva: ¿Cuáles son sus diferencias?
La producción ganadera en el mundo se organiza principalmente mediante dos sistemas. Mientras que la ganadería intensiva opta por la productividad y el rendimiento económico, que implica un mayor impacto ambiental; la ganadería extensiva, aprovecha los recursos naturales y permite una gestión más sostenible, aunque es, junto con la agricultura comercial, la mayor causa de deforestación en América Latina.
Desde el Neolítico, la ganadería ha acompañado al ser humano en su avance. Pero el aumento del consumo de proteína animal en una población humana cada vez más numerosa (la cita es de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, en su informe ‘Agricultura Mundial: hacia 2015/2030’) ha provocado que la cría de animales para aprovechar su carne, leche, el cuero y otros productos también se adapte a las circunstancias económicas y sociales, cristalizando en una doble tendencia: por un lado, una producción extensiva que podríamos calificar de más cercana a la tradicional, que recurre a pastos y prados naturales, y, por otro, un proceso creciente de industrialización, intensivo, adaptado al consumo masivo.
Diferencias entre ganadería intensiva y extensiva
El tipo de alimentación de los animales es una de las principales diferencias entre la ganadería extensiva y la intensiva. La primera aprovecha los propios recursos del territorio mediante el pastoreo. La segunda depende de alimentos adquiridos fuera de la explotación y generalmente de producción industrial, como granos y piensos "y materias primas como la soja, muy relacionadas con la deforestación de regiones tan importantes para el clima planetario como el Amazonas”, advierte Pablo Urivelarrea, experto en sistemas agrarios sostenibles de la organización ambiental WWF (World Wildlife Fund).
“La ganadería intensiva se alimenta de productos agrícolas que compiten con los humanos por los recursos. En lugar de aprovechar directamente el pasto disponible, este tipo de producción industrial, para ser más eficiente, consume grandes cantidades de alimentos externos, como el maíz, que podrían alimentar directamente a las personas”, explica Urivelarrea. Esta mayor cantidad de insumos externos requeridos pueden implicar, según agrega, un mayor impacto ambiental por su procesamiento y transporte, además de otros efectos contaminantes como la acumulación de purines.
Urivelarrea recuerda que la ganadería extensiva “depende del ecosistema natural y la climatología, y recurre a tierras de pastos y prados que generalmente no se pueden utilizar como superficie agrícola; además las abona y ayuda a reducir su vulnerabilidad frente a los incendios” al limpiar el terreno. Mientras que la ganadería intensiva puede ubicarse en cualquier espacio donde sea posible un recinto con instalaciones industriales para decenas, cientos o incluso miles de animales. Por ello es más frecuente que el primer modelo críe razas de ganado adaptadas al territorio, en lugar de las de alto rendimiento cárnico o lácteo del segundo.
El experto pone un par de ejemplos de España para diferenciar ambos modelos: el contraste entre la cría de cerdos en una dehesa, donde se alimentan de bellotas y se mueven con libertad en un amplio espacio natural, frente a la cría en una nave en la que están confinados y se alimentan con cebo. O un rebaño de vacas que pastan en un monte, se mueven entre zonas de prados en función de la estación, frente a las reses estabuladas para su ordeño.
Según estos ejemplos, parece evidente que la ganadería extensiva cumple con los tres pilares para considerarse sostenible: ambiental, social y económico. “El pastoreo propio del sistema extensivo favorece el cuidado de los hábitats, las especies y los ecosistemas vinculados con la ganadería desde hace miles de años”, asegura Urivelarrea. También requiere de más mano de obra en comparación con las explotaciones más mecanizadas, lo que le permite “fijar población en el medio rural”. Además, “juega un papel clave en la adaptación al cambio climático”, de acuerdo con la Fundación Entretantos en el informe ‘Situación de la ganadería extensiva en España’.
Pero en América Latina, donde el 80% de los ganaderos desarrollan una tradición extensiva y rural, con un 75% de la producción concentrada en cinco países –Brasil, Uruguay, Paraguay, México y Argentina–, ganadería extensiva se asocia a deforestación. “Casi todas las tierras deforestadas durante el decenio de 1990 se convirtieron en pastizales para criar ganado en sistemas extensivos de pastoreo", remacha la FAO en un monográfico sobre ‘Ganadería y deforestación’.
"Se requiere poca inversión para comenzar a criar ganado en tierras baratas o abandonadas, donde ya crece la hierba. Y las ganancias pueden ser elevadas, al menos por un tiempo. Pasados apenas entre 5 y 10 años, el exceso de pastoreo y la pérdida de nutrientes convierten las tierras del bosque lluvioso, que antes eran un depósito de biodiversidad, en terrenos estériles", concluye el análisis.
"Hemos de impulsar la transición de la ganadería extensiva convencional a una sustentable”, defendía, en mayo de 2021, Adrián Vega, experto de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de México, en el encuentro 'La ganadería, una oportunidad para potenciar la acción climática en América Latina y el Caribe', organizado por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y FAO en México. El modelo extensivo es, según destacó, responsable de cerca del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de su país, y del 68% de las emisiones del sector agropecuario.
Los sistemas intermedios: ganaderías semiintensiva y semiextensiva
A medio camino entre un modelo y otro, las ganaderías semiintensiva y semiextensiva mezclan características de ambos.
Las explotaciones semiextensivas varían entre un 15% y un 50% de alimentación mediante pastoreo y no superan una carga específica de animales por hectárea. Un ejemplo sería una cabaña de cabras que ramonea en el monte, pero su alimentación se complementa con maíz u otros piensos y se ordeñan en instalaciones mecanizadas.
También existe un tipo de explotación por encima de la ganadería extensiva: la explotación extensiva plus, que trabaja con sistemas trashumantes, razas rústicas y producción ecológica, y donde más de un 75% de la alimentación se realiza mediante pastoreo, según el documento ‘Propuesta de caracterización de la ganadería extensiva’, de las organizaciones WWF, Trashumancia y Naturaleza o la Plataforma por la Ganadería Extensiva y el Pastoralismo, entre otras.
Urivelarrea explica que la ganadería extensiva cumple con los tres pilares para considerarse sostenible: ambiental, social y económico. “El pastoreo propio del sistema extensivo favorece el cuidado de los hábitats, las especies y los ecosistemas vinculados con la ganadería desde hace miles de años”, asegura. También requiere de más mano de obra en comparación con las explotaciones más mecanizadas, lo que le permite “fijar población en el medio rural”. Algo especialmente valioso en zonas castigadas por el despoblamiento y sin apenas relevo generacional en los oficios.
Además, “la ganadería extensiva juega un papel clave en la adaptación al cambio climático”, de acuerdo con la Fundación Entretantos en el informe ‘Situación de la ganadería extensiva en España’.
Por el contrario, la ganadería intensiva requiere de menos mano de obra en comparación, pero de mayor cantidad de insumos externos, sobre todo de alimentos, que pueden implicar un mayor impacto ambiental por su procesamiento y transporte, además de otros efectos contaminantes como la acumulación de purines. “La intensiva puede alimentarse de materias primas como la soja, muy relacionadas con la deforestación de regiones tan importantes para el clima planetario como el Amazonas”, concluye el experto.