Entender la transición ecológica: hacia un modelo de desarrollo en armonía con el planeta
En el camino hacia un planeta más sostenible, las palabras también importan. Hemos recopilado los términos y definiciones que mejor explican qué es la transición ecológica. En esta época de desafíos y emergencia climática, entender es una ventaja frente a la desinformación.
El planeta está hoy 1,1 °C más caliente que a principios del siglo XX. La subida de la temperatura ha traído consigo cambios sustanciales en el clima, con un incremento en la intensidad y frecuencia de eventos extremos. Ejemplo de ello son las olas de calor, sequías, huracanes o lluvias torrenciales. Este cambio climático tiene un componente fundamentalmente humano, ya que está causado por el exceso de gases de efecto invernadero en la atmósfera, gases producidos por la quema de petróleo, gas y carbón y otras actividades industriales. Si no cambia nada, a finales de este siglo la temperatura será unos 3 °C más alta.
Pero esta no es la única forma en que los seres humanos estamos cambiando el planeta. Las poblaciones de mamíferos aves, peces, reptiles y anfibios han descendido un 69 % desde 1970, según datos de WWF. Y en las zonas del mundo más industrializadas, los insectos están desapareciendo a una velocidad alarmante, poniendo en jaque procesos tan importantes como la polinización (clave en la agricultura). La crisis ecológica es real. Y, aunque tiene muchas caras, sus causas tienen todas la misma raíz: un modelo de desarrollo que no es compatible con los nueve límites biológicos y físicos del planeta.
En el análisis de los desafíos y en la búsqueda de soluciones, han surgido multitud de términos que no siempre son todo lo fáciles de entender que nos gustaría. En el camino hacia la sostenibilidad, las palabras también importan.
Abandonar un modelo económico y social construido sobre las bondades de los combustibles fósiles no es fácil. Buena parte del desarrollo alcanzado en los últimos dos siglos tiene mucho que ver con el petróleo y el carbón. El cambio de sistema es de tanto calado que lo hemos denominado transición. El término es usado constantemente con diferentes connotaciones políticas y diferentes grados de precisión. El más amplio de todos ellos, y probablemente el más importante de entender, es el concepto de transición ecológica.
¿Qué es la transición ecológica?
Según Ernest García, de la Estructura de Investigación Interdisciplinar en Estudios de Sostenibilidad de la Universitat de València, “transición ecológica sería un proceso de cambios en los sistemas de producción y consumo, en las instituciones sociales y políticas y en las formas de vida y los valores de la población, que llevase de la situación actual a una ambientalmente sostenible, compatible con la capacidad del planeta para mantener las actividades humanas; y todo sin alterar sustancialmente la organización de las actividades económicas ni las formas del sistema político democrático y manteniendo los niveles de satisfacción de las necesidades materiales de la población”.
Abandonar un modelo económico y social construido sobre las bondades de los combustibles fósiles no es fácil. Buena parte del desarrollo alcanzado en los últimos dos siglos tiene mucho que ver con el petróleo y el carbón. El cambio de sistema es de tanto calado que lo hemos denominado transición. El término es usado constantemente con diferentes connotaciones políticas y diferentes grados de precisión. El más amplio de todos ellos, y probablemente el más importante de entender, es este concepto de transición ecológica.
Transición energética
Si identificamos el cambio climático como el principal desafío de la humanidad para las próximas décadas, hay otra transición (esta sí, más concreta) que aparece en el camino: la transición energética. De acuerdo con el panel de expertos en cambio climático de la ONU (IPCC), para evitar los peores efectos del cambio climático necesitamos reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero antes de 2030 y eliminarlas por completo en 2050. Para ello, hay que transitar de un modelo energético basado en los combustibles fósiles a un sistema de energías limpias.
Eficiencia energética
En esta transición energética entran en juego muchas palancas de acción. Una, quizá la más evidente, es la sustitución de fuentes de energía fósil por fuentes renovables (como la energía eólica o la fotovoltaica) o al menos bajas en carbono (como la nuclear). Otra es la eficiencia energética, es decir, la optimización del consumo energético para alcanzar unos niveles determinados de confort y de servicio, por ejemplo, ajustando el consumo de electricidad a las necesidades reales de los usuarios o implementando mecanismos para ahorrar energía evitando pérdidas durante el proceso. Si se aplicasen todas las medidas de eficiencia energética disponibles en la actualidad, desde la mejora en el aislamiento de edificios hasta el reciclaje industrial o el incremento del transporte colectivo, las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con la energía podrían reducirse un 12 % anual hasta 2040, tal y como reconoce la Agencia Internacional de la Energía.
Descarbonización para la transición ecológica
El gran objetivo de la transición energética es la descarbonización, es decir, lograr construir un sistema y un modelo de desarrollo sostenibles que no generen emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero. Para ello, es necesario hablar de energías renovables y eficiencia energética, pero también de transporte y movilidad, industria sostenible y sistemas agrícolas y ganaderos de bajo impacto ambiental. El reto es mayúsculo. Algunos de los planes de descarbonización más ambiciosos, como el Pacto Verde Europeo, calculan que es posible reducir las emisiones en al menos un 55 % de aquí a 2030.
Acuerdo de París
Más allá de planes y estrategias locales, el gran pacto global para descarbonizar la economía y la sociedad es el Acuerdo de París. Negociado en 2015, en la actualidad ha sido firmado ya por 193 partes (192 estados y la Unión Europea en su conjunto). Se trata del primer tratado internacional sobre cambio climático jurídicamente vinculante. Su objetivo es reducir las emisiones de forma que sea posible limitar el calentamiento del planeta a 2 °C a final de siglo (y preferiblemente a 1,5 °C), en comparación con los niveles previos a la Revolución Industrial. Aun así, desde su firma, la concentración de CO2 en la atmósfera no ha dejado de aumentar. La temperatura global es hoy 1,1 °C más alta que en 1880.
Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (o NDC en sus siglas en inglés)
Aunque los primeros datos parecen señalar el poco éxito del Acuerdo de París, aún queda mucho camino por recorrer. Algunas de las medidas pactadas, como las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés), sí parecen estar funcionando. Cada cinco años, los países firmantes del pacto deben presentar sus NDC. Este documento recoge las medidas que tomarán de forma individual para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero con el fin de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. Las medidas deben ser siempre más ambiciosas que en el ciclo de cinco años anterior.
Hoy en día, 128 países han presentado unas NDC actualizadas para el ciclo 2020-2025, aunque no todas han significado un incremento de la ambición climática. De acuerdo con Climate Action Tracker, si todos los compromisos y objetivos recogidos en esos documentos se cumpliesen, el calentamiento global se limitaría a los 2,1 °C a final de siglo. Para eso, claro, las palabras y los números deben traducirse en políticas y acciones reales.
Índice de Desarrollo Humano (IDH)
Durante los últimos siglos, el progreso se ha medido como algo puramente económico, con el Producto Interior Bruto (PIB) como gran referencia. En 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elaboró una nueva forma de concebir y medir el progreso con el Índice de Desarrollo Humano, que no solo mide el progreso económico, sino también el grado de libertades y oportunidades de la población. Entre otras variables, el IDH tiene en cuenta el acceso a educación y sanidad o la esperanza de vida.
En los últimos años, ante la profundidad y la gravedad de la crisis ecológica, el PNUD ha explorado nuevas formas de medir este desarrollo humano. Aunque todavía son métricas experimentales, el organismo busca tener en cuenta las presiones planetarias relacionadas con el desarrollo y mide, entre otras cosas, las emisiones de gases de efecto invernadero o las cantidades de materiales consumidas que están asociadas al desarrollo.
Huella ecológica, clave en la transición
Para entender el impacto real de nuestras sociedades y de nuestro desarrollo también se han desarrollado varios conceptos. Uno de los más versátiles es el de huella ecológica, definido por primera vez por William Rees y Mathis Wackernagel en 1996. La huella ecológica se calcula en base al consumo de recursos de una persona, una actividad, una ciudad o un país durante un periodo de tiempo determinado y en relación con la capacidad del medioambiente de regenerar dichos recursos.
Es un indicador de sostenibilidad que se expresa en hectáreas y permite visualizar de forma sencilla hasta qué punto estamos excediendo la biocapacidad planetaria. Según estos cálculos, por ejemplo, España tendría una huella ecológica de 3,7 hectáreas negativas por persona. Es decir, cada habitante estaría consumiendo mucho más de lo que el planeta puede producir. Brasil, sin embargo, tendría una huella ecológica positiva de 7.8 hectáreas por persona.