¿En qué consiste el trastorno por déficit de naturaleza (TDN) y cómo te afecta?
No aparece en los manuales de psicología pero la comunidad científica ha aceptado ya el trastorno por déficit de naturaleza (TDN) como un síndrome que afecta a las personas que pasan mucho tiempo en espacios cerrados y urbanos sin acceso a espacios verdes y sin contacto con los animales. El TDN afecta, principalmente, a las capacidades de los menores de edad.
Crecer cerca del mar afecta (positivamente) a tu salud. En la ecuación también podemos meter ríos y lagos o bosques, pero el resultado no varía. La exposición a la naturaleza de los niños y las niñas mejora su salud física y mental. Además, sus efectos se siguen notando en la edad adulta. Esa es la conclusión principal de un estudio de la Universidad de Exeter (Reino Unido) basado en encuestas a 15.000 personas de 18 países. Los investigadores señalaron que los menores que crecen en contacto con la naturaleza se convierten en adultos que disfrutan de ella y tienen niveles más altos de bienestar emocional y físico.
Las evidencias científicas de los beneficios del contacto con la naturaleza son cada vez más numerosas. Eso no evita que hoy la mayoría de los jóvenes pase sus días en espacios cerrados y urbanos sin acceso a entornos verdes y sin contacto con animales. De hecho, los pediatras y los psicólogos dan cada vez más importancia al síndrome o trastorno por déficit de naturaleza (TDN) para explicar las consecuencias que tiene en la infancia, y la población en general, vivir alejados del planeta que conocieron decenas de miles de generaciones de humanos antes que ellos.
El TDN: un síndrome no tipificado en los manuales de medicina
A pesar de su nombre, el trastorno por déficit de naturaleza no es un síndrome tipificado en los manuales de medicina. En realidad, fue ideado por el periodista Richard Luov en su ensayo ‘Los últimos niños en el bosque’, publicado en 2005. Sin embargo, el concepto sí ha dado el salto a la literatura científica y sirve para agrupar todas las evidencias que demuestran que en las últimas décadas se está produciendo un cambio en la sociedad que afecta al desarrollo de las capacidades de los niños y que tiene que ver con la falta de contacto con la naturaleza.
“No es algo que pueda ser diagnosticado. No aparece en el manual de psicología clínica. El trastorno por déficit de naturaleza realmente hace referencia a un conjunto de síntomas derivados de pasar poco tiempo en entornos naturales”, explica Silvia Collado, profesora e investigadora en el Departamento de Psicología y Sociología de la Universidad de Zaragoza y autora del artículo ‘La naturaleza cercana como moderadora del estrés infantil’. “Pero las consecuencias de perder contacto con la naturaleza, los síntomas, están claras: menor capacidad de atención, menor uso de nuestros sentidos y mayores problemas de conducta”.
¿Qué consecuencias tiene el estar en contacto con la naturaleza?
En 2022, la Asociación Española de Pediatría (AEP) promovió, junto a muchas otras organizaciones científicas y médicas, la creación de la Alianza Global para Renaturalizar la Salud de la Infancia y la Adolescencia. La iniciativa busca ligar la salud de los jóvenes con la biodiversidad y el medioambiente y crear y fortalecer los vínculos de las sociedades humanas con la naturaleza. No lo hace porque sí, sino porque considera que las evidencias de los beneficios que genera el contacto con el entorno natural son abrumadoras.
De acuerdo con la alianza, estar más en la naturaleza aumenta la felicidad y la sensación de bienestar, aumenta la sociabilidad, reduce las conductas agresivas, la hiperactividad y mejora la atención, reduce la ansiedad y la depresión, reduce el estrés y los marcadores de inflamación, mejora el sueño, mejora el neurodesarrollo motor, mejora el rendimiento escolar y de lectura o refuerza el sistema inmune, entre muchos otros beneficios. “Los efectos positivos de pasar tiempo al aire libre y en contacto con la naturaleza se estudian desde hace tiempo y en psicología se han desarrollado varias teorías al respecto”, señala Silvia Collado.
La teoría de restauración de la atención de Rachel y Stephen Kaplan propone que los seres humanos tenemos una capacidad de atención limitada que va disminuyendo a lo largo del día. Y esta capacidad se recupera con mayor velocidad cuando pasamos más tiempo en entornos naturales. “La capacidad atencional la utilizamos para todo, para trabajar, para conducir, para estudiar. Si no la recuperamos con rapidez, pueden generarse muchos otros problemas”, explica la investigadora.
“Otra teoría destacada es la de recuperación del estrés de Roger Ulrich. Nos dice que los entornos naturales nos ayudan a recuperarnos del estrés mejor que otro tipo de entornos y que pasar tiempo en entornos naturales nos ayuda a recuperar nuestro equilibrio psicológico y emocional, sobre todo en relación con las emociones positivas”, añade. “Partiendo de estas dos teorías, hay muchos trabajos dentro de psicología ambiental que han demostrado empíricamente que el contacto con la naturaleza aporta muchos beneficios psicológicos en comparación con el contacto con entornos urbanos”.
¿Se puede 'curar' el trastorno por déficit de naturaleza?
El trastorno por déficit de naturaleza afecta también a personas adultas, pero las investigaciones se centran, sobre todo, en la población menor de edad, ya que el contacto con plantas y animales influye en su desarrollo y promueve actitudes y comportamientos positivos hacia el medioambiente. “En adultos sí se han probado terapias centradas en el contacto con la naturaleza y se ha visto que la mejora de la salud es sustancial”, explica Collado. Así pues, para minimizar los síntomas derivados del síndrome por déficit de naturaleza la solución está bastante clara: superávit de naturaleza.
En este sentido, se han puesto en marcha diferentes iniciativas para aumentar el tiempo que los niños y las niñas pasan al aire libre en entornos naturales. En EE. UU., por ejemplo, el movimiento ‘No Child Left Inside’ surgió hace más de 15 años con el propósito de concienciar sobre la necesidad de que los niños salgan a jugar a entornos naturales. Esto también se puede promover desde los colegios, tal como hacen por ejemplo desde ‘Teachers for future’, no solo renaturalizando los centros educativos, sino también aumentando la presencia de la naturaleza en los patios y fomentando que los niños puedan jugar libremente en el exterior.
“Por último, lo que también se está haciendo en algunos países es que los médicos, y en especial los pediatras, empiecen a proponer a las familias que sus hijos pasen tiempo en contacto con la naturaleza”, concluye Collado. “En este sentido, se están empezando a hacer jornadas de salud medioambiental pediátrica para promover que estos facultativos, desde sus consultas, empiecen a animar a las familias a que sus hijos pasen al menos un ratito al día en contacto con la naturaleza, también dentro de la propia ciudad”.
Para ello necesitamos ciudades y barrios más verdes y restaurar las zonas naturales de los entornos urbanos. En una ciudad como Barcelona, por ejemplo, solo el 4,7% de la población cumple la regla 3-30-300: tiene tres árboles cerca, un 30% de cubierta vegetal en su vecindario y un parque o espacio verde a menos de 300 metros.