El valor oculto de nuestro entorno: ¿qué es el capital natural?
La tierra, el aire, el agua, los organismos vivos, las formaciones de la biosfera… El capital natural es el ‘stock’ o el conjunto de los bienes y servicios que nos dan los ecosistemas y que son la base de la economía y el bienestar social. El desafío ahora es medir estos activos naturales y darles un valor.
El mangle es una planta curiosa. Formalmente es un arbusto, aunque puede llegar a medir más de 15 metros de altura. No vive ni en la tierra ni en el agua, sino entre ambos mundos, en el espacio que inundan las mareas. Para eso, le hace falta ser muy tolerante a la salinidad. Además, crece de una forma singular: sus ramas más largas van dando vástagos que descienden desde lo alto hasta sumergirse en el agua, tocar el suelo y arraigar. Así forman una barrera impenetrable de tallos y raíces en la que se refugia todo tipo de vida. Son la base de todo un ecosistema único: el manglar.
El valor de los manglares crece y se multiplica como las propias plantas de mangle. Los peces y moluscos que viven entre sus raíces son fuente de alimento para las poblaciones de los alrededores del manglar, y en conjunto forman un atractivo turístico cada vez más importante. En algunos puntos, también son fuente de madera, aunque están cada vez más protegidos. Los manglares son además la mejor defensa de la naturaleza frente a la erosión costera, la subida del nivel del mar y el impacto de las tormentas (sobre todo, en islas muy vulnerables). Y, por último, conforman un gran sumidero y almacén de carbono: una hectárea de mangle puede llegar a absorber 840 toneladas de dióxido de carbono (CO2).
Su valor es, casi, incalculable. ¿O no? La medición del capital natural que ocultan los manglares y muchos otros ecosistemas es una métrica cada vez más importante para los países y las empresas en su camino hacia el desarrollo sostenible, el cuidado y la restauración de la biodiversidad y las medidas de protección y resiliencia frente a los efectos del cambio climático. Pero ¿qué es exactamente y cómo se mide el capital natural?
Muchas definiciones de capital natural
“Hay muchas definiciones de capital natural, pero a mí hay una que me gusta especialmente porque la veo mucho más útil. Capital natural es el ‘stock’ o el conjunto de los bienes y servicios que nos dan los ecosistemas y que son la base de la economía y del bienestar social”, explica Sandra Magro, doctora en Ecología y Restauración de Ecosistemas y socia fundadora de Creando Redes, una empresa que, entre otras cosas, se dedica a la valoración del capital natural. En este capital estarían incluidos la tierra, el aire, el agua, todos los organismos vivos y todas las formaciones de la biosfera terrestre, tal como recoge el International Institute for Sustainable Development.
“Desde el punto de vista de las administraciones, tener en cuenta el capital natural ayuda a planificar mejor las actividades en el territorio. Si tenemos claro dónde están los ‘stocks’ que generan bienes y servicios ambientales, podemos protegerlos y podemos diseñar el resto de las actividades de forma que no los degraden”, añade Magro. “Puede ser un activo para valorar en las cuentas del país, no solo en la forma de ingresos directos, sino también de forma pasiva, por ejemplo, para el control de riesgos o como elemento de disfrute de las personas”.
En el caso de las empresas, el capital natural puede tomar muchas formas. Para la experta, puede ser un producto de uso directo (como la madera de un bosque), un proceso que favorece la adaptación al cambio climático o un vehículo para gestionar los riesgos, entre otras cosas. “Es importante tenerlo en cuenta porque las empresas pueden impactar o degradar el capital natural, pero también porque su actividad depende en muchos casos de estos activos ambientales. Un ejemplo claro es el de las hidroeléctricas. Su recurso natural es el agua. Si no hay agua, no hay energía. Pero a la vez, las infraestructuras hidroeléctricas impactan en los ecosistemas acuáticos y de ribera, y pueden alterar el ciclo del agua. Son relaciones complejas que hay que tener en cuenta”.
Los tipos de capital natural
El concepto de capital natural parte de conectar la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas con los sistemas económicos humanos y con el bienestar de la población. Y es que por mucho que nuestras sociedades hayan crecido recientemente de espaldas a la naturaleza, sus cimientos están enraizados en ella. Como señalan desde la Fundación Biodiversidad, sin capital natural no hay bienes ni servicios. Según la Guía Práctica de Restauración Ecológica de dicha fundación, bajo una perspectiva económica podemos hablar de cuatro grandes tipos de capital natural:
- Renovable. Incluye todas las especies vivas y los ecosistemas.
- No renovable. Entran los combustibles fósiles y los recursos minerales.
- Recuperable. Lo conforman el agua potable y los suelos fértiles.
- Cultivado. Cubre todas las áreas y sistemas de producción agropecuaria y silvícola.
Cuantificar para valorar: así se mide el capital natural
¿Cuánto vale la madera de un bosque? Fácil. La pesamos, valoramos su calidad y le ponemos el precio que marca el mercado. Pero, realmente, ¿cuánto vale la madera de un bosque? Más allá de las tablas o la pasta de papel que podemos obtener, está el carbono capturado y almacenado por el árbol, su contribución a un aire limpio y a la retención de humedad, sus servicios como barrera ante la erosión, su sombra y el disfrute que provoca pasear bajo sus ramas, entre otras muchas cosas. Ahora sí, ¿cómo le ponemos valor a todo eso?
“Antes de otorgarle un valor económico al capital natural, lo primero es poder cuantificarlo. Es decir: saber qué cantidad de bienes y servicios proporciona cada ecosistema y en qué calidad los proporciona”, explica Sandra Magro. “Suelen ser medidas claras de tipo biofísico. La producción de biomasa la medimos en toneladas métricas de madera, la capacidad de absorber carbono, en CO2 equivalente, y el agua, en litros. Son magnitudes que nos permite cuantificar la cantidad de servicios que nos proporciona cada ecosistema”.
El siguiente paso es transformar esas métricas en un valor económico. Tal como explica la experta, hay casos en los que este puede obtenerse de forma sencilla a través del valor mercado, como en el ejemplo de la madera. “En otros casos más complejos, como el control de la erosión u otros procesos ecológicos, la valoración se hace a través de métodos indirectos como, por ejemplo, saber cuánto tendríamos que gastar para conseguir el mismo resultado si no estuviesen en marcha esos servicios ecosistémicos”, añade la cofundadora de Creando Redes.
Los dos grandes retos a la hora de integrar el capital en la actividad y los procesos de empresas y administraciones llegan, precisamente, en el frente de la valoración. Por un lado, faltan datos, sobre todo, económicos. “Si los servicios ecosistémicos tienen un precio de mercado claro, este puede variar y hay que normalizar los valores para que sean comparables”, detalla Magro. “Si no tienen ese valor asignado, hay que asignarlo de forma indirecta y eso es complicado”. Para la experta, el otro gran reto es la ausencia de metodologías y herramientas estandarizadas para llevar a cabo las mediciones.
¿Cuáles son los retornos para las empresas?
La relación del ser humano con la naturaleza es una relación de retornos. Todas las especies y su entorno forman una red compleja de conexiones beneficiosas que mantienen la vida en la Tierra. Sin embargo, más allá de lo biológico, lo químico y lo geológico, desde una perspectiva económica y financiera puede ser difícil entender los retornos que tiene para las empresas empezar a valorar el capital natural e integrarlo en su toma de decisiones y sus estrategias.
De la experiencia obtenida con los clientes de Creando Redes, Sandra Magro considera que el primer gran retorno es el conocimiento, aprender a ser conscientes del impacto que puede tener una empresa en el entorno y poder cuantificarlo con precisión. Otro, cada vez más importante, es el reporte corporativo: para muchas empresas es fundamental ser transparentes con la información de su impacto ambiental, algo que les ayuda a acceder a inversiones sostenible.
El caso más claro es el de la nueva taxonomía europea, un reglamento para la financiación verde en la Unión Europea y que solicita gran cantidad de información a las empresas sobre su desempeño ambiental. Por último, claro, está la comunicación. Valorar el capital natural puede servir también para generar una imagen de empresa que se preocupa por el medioambiente.
“Valorar el capital natural sirve de toma de conciencia”, concluye Magro. “Pero luego habrá que activar mecanismos que vayan en favor de la conservación y de la restauración de los ecosistemas. Tenemos que considerar 2020 como el máximo de pérdida de biodiversidad que podemos asumir y tenemos hasta 2030 para revertir la situación. Esta década es clave para integrar el capital natural en la toma de decisiones. Después, tenemos que empezar a construir de forma positiva para la naturaleza, empezar a generar beneficios para los ecosistemas con nuestra actividad”.