El tiempo que viene: así son los eventos climáticos compuestos
Olas de calor sin precedentes, lluvias torrenciales e incendios en un corto periodo de tiempo y una misma área geográfica. Explicar estos eventos extremos es imposible sin hablar de cambio climático. Los efectos de estos procesos compuestos son devastadores para el medioambiente y la economía.
“Hemos batido tantos récords que es difícil seguirles la pista”. La cita, en referencia a la ola de calor sin precedentes en el oeste canadiense en junio de 2021, no son palabras vacías pronunciadas por cualquiera. Forma parte del comunicado oficial que aquellos días emitió la Organización Meteorológica Mundial. La ola de calor rompió marcas y previsiones en todo Norteamérica. Pero aquello no era más que el preludio de lo que estaba por llegar para los habitantes de la Columbia Británica, en Canadá.
Las temperaturas elevadas (llegaron a rozarse los 50 grados Celsius) y persistentes desataron una ola de incendios que calcinó miles de kilómetros cuadrados de bosque y varias localidades. Después, tras un verano complicado, llegó un otoño con lluvias torrenciales, cuyos efectos se multiplicaron por la falta de vegetación y el exceso de sedimentos. Las inundaciones y los corrimientos de tierra destruyeron muchas de las carreteras y los enlaces ferroviarios de la provincia canadiense.
Es poco probable que ambos eventos extremos, por separado, pudiesen tener lugar sin el cambio climático. Pero que hayan coincidido en el mismo año es imposible de explicar sin meter en la ecuación el calentamiento global del planeta. Juntos sus efectos se multiplican. Forman lo que se conoce como un evento climático compuesto.
¿Qué es un evento climático compuesto?
Casi nada de lo que pasa en el mundo sucede de forma aislada. Desde las acciones cotidianas de cada persona hasta las dinámicas físicas complejas de los océanos, todo está, de una forma u otra, relacionado. Sin embargo, los seres humanos tendemos a simplificar las cosas para entenderlas mejor. Es la forma en la que estamos programados. Entender las interrelaciones y anticipar los efectos en cascada de cada acción, simplemente, no se nos da bien.
Que nos cueste verlo no significa que no sepamos que está ahí. Por eso, cada vez más estudios científicos se centran en el análisis de los riesgos compuestos. Este tipo de análisis busca romper con el enfoque tradicional que estudia cada riesgo de forma aislada y fragmentada para así lograr entender cómo las relaciones entre sucesos aparentemente independientes multiplican los riesgos para las sociedades humanas.
La pandemia causada por el COVID-19 reforzó la necesidad de trabajar con este enfoque. Pero es el cambio climático el que lleva décadas ilustrando la realidad de los eventos compuestos. El huracán atlántico Harvey, en 2017, es uno de los ejemplos más estudiados. Aquel año, las elevadas temperaturas del agua en el golfo de México hacían presagiar la formación de tormentas más intensas de lo habitual.
Sin embargo, nadie contó que la presencia de un anticiclón en el oeste de Estados Unidos iba a complicar las cosas. Las altas presiones impidieron que Harvey siguiese la ruta habitual que recorren todos los huracanes: del golfo (donde se carga de humedad) hacia el continente (donde se debilita). Tras un primer impacto en la costa, el anticiclón mandó a Harvey de vuelta al Caribe, donde volvió a fortalecerse antes de volver a tocar tierra.
Consecuencias de los eventos climáticos compuestos
Los efectos de este evento climático compuesto fueron devastadores. Más de 100 muertes, una quinta parte de la población del área de Houston (Texas) resultó desplazada y los daños se valoraron en unos 125.000 millones de dólares. En un contexto sin cambio climático, algunas estimaciones señalan que algo como Harvey ocurriría menos de una vez cada 100 años. En el contexto actual, podría ser cada vez más habitual.
Volviendo a la Columbia Británica, lo sucedido muestra que los impactos de los eventos extremos pueden multiplicarse también en el tiempo. El sistema de altas presiones que atrapó el calor durante días sobre la provincia canadiense (bautizado como cúpula de calor) hubiese sido imposible sin cambio climático. Las lluvias torrenciales del mes de noviembre, algo muy poco habitual.
Juntos, y a pesar de que los separaban varios meses, paralizaron las exportaciones del puerto de Vancouver (los productos no podían llegar por tren por la destrucción de las vías), una infraestructura que mueve más de 500 millones de dólares en mercancías al día. Y la industria minera y ganadera de Canadá tuvo que desviar sus exportaciones a través de EE. UU. durante varias semanas.
En el oeste de Norteamérica, las temperaturas en la actualidad son 1,2 grados Celsius más altas que en el siglo XIX. Solo un poco por encima de la media global de 1,1. Según Climate Action Tracker, si se cumplen los compromisos climáticos actuales, nos dirigimos a una subida de 2,9 grados a final de este siglo. ¿Qué significa esto para la Columbia Británica? Según el IPCC, más olas de calor extremas durante todo el año y más lluvias torrenciales en otoño invierno. Los efectos compuestos de ambas tendencias todavía estamos empezando a entenderlos (y sufrirlos).