El peligro de no reforestar desde la sostenibilidad
La sobreexplotación económica de los bosques puede ocasionar un problema medioambiental de dimensiones catastróficas. Además, su recuperación también puede tener efectos negativos si no se hace teniendo en cuenta la sostenibilidad del ecosistema. En el monográfico ‘Una nueva vida para los bosques: las lecciones de la reforestación sostenible’, BBVA explora los casos de reforestación fallidos y reflexiona sobre sus consecuencias
En los bosques más espesos y antiguos de Japón viven los 'kodamas', criaturas mitológicas que cuidan de los árboles y de sus frutos. Su aspecto puede cambiar, adoptando formas hermosas o terribles, y lo mismo sucede con su carácter. Aunque normalmente son tranquilos y amigables pueden llegar a enfadarse mucho y buscar venganza si una persona daña el medioambiente.
La figura de este espíritu del bosque es muy antigua. Y la palabra para designarlo existe desde mucho antes de que Japón tuviese un lenguaje escrito. Lo cierto es que el respeto por la naturaleza está muy presente en la cultura japonesa: muchas de sus tradiciones están ligadas a los bosques, a los que los japoneses acuden en busca de armonía, paz, equilibrio e inspiración.
Sin embargo, el país asiático ha visto desaparecer muchos de sus árboles más antiguos en su pasado reciente. Durante la Segunda Guerra Mundial, se talaron grandes extensiones de bosque para proporcionar los materiales necesarios para la contienda bélica. Una vez finalizado el conflicto, la madera volvió a ser necesaria, esta vez para reconstruir los pueblos y las ciudades que habían quedado destrozados por los ataques.
La reforestación fallida de Japón
El Gobierno de Japón, en un intento por impulsar el crecimiento económico y superar las heridas de la guerra, plantó millones de árboles para garantizar el suministro de madera en las décadas siguientes. Pero no tuvo en cuenta un punto importante: los objetivos de esta reforestación eran sobre todo económicos y apenas tenían en cuenta la salud de los ecosistemas.
Se optó por plantar principalmente dos especies de árboles: el ‘hinoki’ o falso ciprés japonés (‘Chamaecyparis obtusa’) y el ‘sugi’ (‘Cryptomeria japonica’), ambas del género de las coníferas. En algunas zonas, los bosques nativos fueron talados para dar paso a plantaciones de estas dos especies, más lucrativas que otras autóctonas. Cuando finalizaron las tareas de reforestación, el 40 % de toda la cubierta forestal de Japón estaba dominado por bosques de coníferas.
Hoy, el país sufre las consecuencias de aquella reforestación. Por un lado, la uniformidad de las plantaciones ha influido negativamente en la biodiversidad. Por el otro, las necesidades empresariales han cambiado y algunos de los bosques no se cuidan ni se gestionan correctamente, dando pie a problemas tanto medioambientales como económicos.
Experiencias como estas no son únicas de los bosques de Japón, el hogar de kodamas decididos a protegerlos. Los bosques son fundamentales para garantizar la vida y el equilibrio medioambiental en el planeta, pero la actividad humana los ha sobreexplotado y ha alterado su extensión y biodiversidad en los últimos siglos.
Explotar y reforestar: el ejemplo de Brasil
El tamarino león de cabeza dorada (‘Leontopithecus chrysomelas’) mide apenas unos 30 centímetros, a los que se suman otros 30 o incluso 40 de su larga cola. Para este primate es difícil pasar desapercibido: su cuerpo está cubierto de un largo pelaje negro que se vuelve dorado en los brazos, la cabeza y la parte superior de la cola. Sin embargo, no es fácil de ver. Se trata de una especie endémica de Brasil, que vive únicamente en la selva atlántica del estado de Bahía.
Actualmente, el bosque primario de esta región está muy fragmentado tras décadas de deforestación y sobreexplotación. Esto ha dificultado la supervivencia de los tamarinos leones de cabeza dorada, que se encuentran en peligro de extinción según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Su principal amenaza es la tala de los bosques para conseguir materiales, pero también para convertir el suelo en terrenos agrarios o construir espacios residenciales y comerciales. La mala gestión de la selva atlántica brasileña es un ejemplo más del uso insostenible que se ha hecho de numerosos bosques en los últimos siglos y de un modelo de producción y consumo que no siempre respeta los ritmos de la naturaleza.
La mala gestión económica de los bosques
De acuerdo con la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, solo un tercio de los bosques de todo el mundo se mantiene intacto. “El resto han sido talados, fragmentados o perturbados de otro modo por los humanos”, explica Karen Holl, profesora de Estudios Ambientales en la Universidad de California en Santa Cruz y directora del Holl Restoration Ecology Lab. “El mayor impulsor de esta pérdida es la agricultura. Se talan grandes áreas de bosques para obtener aceite de palma o soja, o para destinarlas al pastoreo de ganado y otros usos agrícolas. En algunos casos se trata de explotaciones para usos locales, pero muchos otros tienen detrás la agricultura comercial a gran escala”.
Desde el año 1990 se han perdido unos 420 millones de hectáreas de bosque debido solamente a los cambios de uso de la tierra (de forma especialmente acusada en África y América del Sur). Sin embargo, la pérdida neta de superficie boscosa a nivel global desde esa fecha es de 178 millones de hectáreas, una superficie similar a la de Libia. Esto se debe a que, al igual que se pierde bosque por deforestación, también se gana superficie forestal debido a la expansión natural de los bosques y a las distintas políticas de forestación.
Proteger los bosques como prioridad
A la hora de preservar nuestros bosques y los seres que viven en ellos –como el tamarino de la selva atlántica de Brasil–, lo ideal no es sobreexplotarlos para después intentar recuperarlos, sino protegerlos para evitar su degradación. “Es mucho más difícil reconstruir un bosque que protegerlo y, en general, los bosques que restauramos no albergan los mismos niveles de biodiversidad que los anteriores”, afirma Holl.
“También entra en juego el tiempo: los bosques existentes protegen la biodiversidad, secuestran carbono y mantienen el ciclo hidrológico ahora, en el momento presente, mientras que la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas tardan décadas o siglos en recuperarse, incluso cuando se tiene éxito en la restauración”, añade.