El 'otro' Amazonas: ¿por qué tenemos que prestar más atención a la cuenca del Congo?
En un inmenso bosque africano en la cuenca del río Congo se encuentra un tesoro de la biodiversidad, pero también uno de los grandes depósitos de carbono de la Tierra. Esas turberas que absorben más carbono de la atmósfera del que producen se han visto afectadas por el cambio climático. Si conservamos y restauramos esa zona, reduciríamos las emisiones de dióxido de carbono (CO2).
En el interior del bosque, los minerales escasean. La selva entrega agua y alimento abundante a quien se atreve a habitarla, pero no lo pone todo siempre fácil, obligando a cada especie a exprimir su inteligencia. En lo profundo de la selva del Congo, los elefantes de bosque africanos han aprendido a minar. Usan sus trompas para sacar el máximo partido de algunas zonas pantanosas de gran riqueza mineral, bombeando agua y extrayendo sales que no solo son vitales para su especie, sino para el resto de los seres del bosque. Con su trabajo, los elefantes modelan el ecosistema a su alrededor.
Estos animales, los más pequeños de las tres especies de elefantes que sobreviven en la actualidad, tienen su último gran refugio en la cuenca del río Congo, un inmenso bosque que ocupa más de 300 millones de hectáreas en el centro y el oeste de África. La segunda selva más grande del planeta después del Amazonas se extiende a través de seis países: Camerún, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, el Congo, Guinea Ecuatorial y Gabón. En ella se refugian algunas de las especies más emblemáticas del planeta. Y en ella se esconde también uno de los grandes almacenes de carbono de la Tierra.
El poder de las turberas
Los elefantes de bosque africano no ocupan por igual toda la extensión de la selva del Congo. Tejen una intrincada red de caminos estrechos que conectan los puntos donde prefieren reunirse para socializar, alimentarse o extraer minerales del suelo. Uno de sus entornos favoritos es el de las turberas situadas en la cuenca central del río, formadas por materia orgánica comprimida y parcialmente descompuesta bajo condiciones de anegamiento permanente, lo que impide su descomposición por completo. Estas áreas son también refugio de especies como el gorila de llanura y nuestro primo más cercano, el bonobo.
Pero las turberas de la cuenca central del Congo no son solo un tesoro de biodiversidad. Un informe de 2017 elaborado bajo el paraguas de la ONU estimó que estas tierras almacenan más de 30.000 millones de toneladas de carbono, lo que las convierte no solo en las turberas tropicales más grandes del planeta, sino en el mayor depósito de carbono de los trópicos. Por comparar, la vegetación de la selva del Congo al completo absorbe cada año 1.500 millones de toneladas de CO2. Y la quema de combustibles fósiles generó en 2022 más de 36.500 millones de toneladas.
Las turberas son un sumidero de carbono muy eficaz, porque, al contrario que otros ecosistemas, absorben más carbono de la atmósfera del que producen. Sin embargo, son también muy vulnerables al propio cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y otras actividades humanas. Si se secan, la materia orgánica contenida en las turberas completa su proceso de descomposición y todo el carbono almacenado hasta entonces se libera de vuelta a la atmósfera.
De hecho, ya ha sucedido en el pasado (y podría volver a pasar). Un estudio publicado en 2022 descubrió que, hace unos 5.000 años, un cambio en el clima de la cuenca central del río Congo provocó la liberación de inmensas cantidades de carbono durante al menos tres milenios. Sin embargo, alrededor del inicio de nuestra era, el clima volvió a cambiar a condiciones más húmedas, las turberas se recuperaron y se reconvirtieron en un sumidero de carbono.
Las amenazas de las turberas y la selva del Congo
Las turberas son uno de nuestros grandes aliados para reducir la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera y combatir el cambio climático. La ONU estima que si restaurásemos las turberas que están degradadas, reduciríamos las emisiones totales de CO2 en 800 millones de toneladas anuales. Sin embargo, a pesar de su importancia, el camino que están recorriendo la mayoría de las turberas no es el de la restauración. El 15% de las turberas del planeta se ha drenado para usos agrícolas, mientras entre un 5 y un 10% adicional se está degradando debido a la deforestación.
En el caso de la selva del Congo, además, no solo las turberas están en peligro. Al igual que sucede en el Amazonas, la segunda selva tropical más grande del mundo se enfrenta a la destrucción del bosque para usos madereros y la expansión de la agricultura (alrededor de un 0,2 % de su superficie boscosa se tala cada año) y de la caza y el comercio ilegal de especies, muchas de ellas en peligro de extinción. Además, es una de las grandes reservas petroleras de África que queda por explotar. De los nuevos proyectos de combustibles fósiles en marcha en el continente, el 90 % está en la selva del Congo.
Todo esto lleva, a su vez, a un aumento de los conflictos entre los pueblos que habitan la cuenca del río y la fauna salvaje (por ejemplo, con los animales que abandonan la selva para buscar alimento en los terrenos agrícolas). Y causa, también, que la selva esté perdiendo su capacidad de absorber carbono. Durante la próxima década, se estima que el bosque tropical del Congo absorberá un 14 % menos de CO2 que hace 10 años. Si además las turberas se secan, la selva africana, como otros bosques tropicales del planeta, dejará de ser un almacén de carbono para convertirse en una fuente más de gases de efecto invernadero.