El Día de la Tierra: qué nos enseña el coronavirus sobre la emergencia climática
El día Internacional de la Madre Tierra cumple 50 años desde que un 22 de abril de 1970 naciese este movimiento de concienciación sobre los efectos que tiene la existencia humana sobre el planeta en el que vivimos. Medio siglo después, en medio de una pandemia por la enfermedad COVID-19 y en un año fundamental en la lucha contra el cambio climático, desastres naturales como los incendios masivos en Australia o el registro de temperaturas récord ponen de manifiesto más que nunca cómo nuestra salud y la del planeta en el que vivimos son un tándem inseparable.
2020 pasará a la historia como el año en el que la zoonosis, el contagio de enfermedades de animales a humanos, cambió el mundo a causa del virus SARS-CoV-2, en medio de un esfuerzo especial de Naciones Unidas para la concienciación sobre la pérdida de biodiversidad de nuestro y planeta y los riesgos que esto conlleva para nuestra salud y nuestra propia supervivencia.
Medio siglo desde el origen de la conciencia
La publicación del ‘bestseller’ ‘Primavera Silenciosa’ de Rachel Carson en 1962 fue el punto de inflexión que hizo público lo que hasta entonces era un movimiento silencioso: el de aquellos que, lejos de considerar la contaminación ‘el olor del progreso’, entendieron que las pautas de consumo y desarrollo económico post industriales eran una amenaza directa hacia el ecosistema que ha hecho posible el desarrollo y la existencia de la especie humana.
Desde que en 1970 el senador de Wisconsin (EEUU) Gaylord Nelson, inspirado por los estragos que había causado un vertido masivo de petróleo en Santa Bárbara (California), decidiera organizar una serie de protestas y actividades de concienciación sobre el medioambiente, el movimiento ha evolucionado hasta involucrar medio siglo después a más de 190 países y millones de ciudadanos en todo el mundo. La Asamblea General de Naciones Unidas designó en una resolución en 2009 el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra. ¿Qué hemos aprendido después de medio siglo de conciencia medioambiental?
Imagen: Gaylord Nelson recibe la Medalla de Honor Presidencial en 1995 de manos del presidente Bill Clinton por su dedicación a la conciencia sobre el medioambiente. - Créditos: Sociedad Histórica de Wisconsin, Instituto Nelson Gaylord de Estudios Medioambientales.
La pérdida de biodiversidad: una amenaza para la salud del planeta
En 2020 concluye la Década de la Biodiversidad de la ONU, un esfuerzo de 10 años destinado a frenar la pérdida de especies y la consiguiente riqueza biológica que representan. El informe que la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios a los Ecosistemas (IPBES) de Naciones Unidas publicó en 2019 es muy contundente al señalar el declive global de la biodiversidad debido a un ritmo de extinción de especies sin precedentes, con hasta un millón en peligro de extinción actualmente. En 2020 la ONU tiene por delante el reto de establecer un nuevo plan de 10 años para la conservación de la biodiversidad bajo el Convenio de la ONU sobre Diversidad Biológica (CDB) en la que será su conferencia número 15 (COP-15), aunque está por ver que pueda celebrarse en medio de la pandemia. Dicho informe afirma que estas tendencias negativas en la naturaleza continuarán hasta 2050 en cualquiera de los escenarios políticos que explora, excepto en aquellos en los que haya cambios verdaderamente transformadores. ¿Será la crisis del coronavirus el punto de inflexión definitivo para marcar el rumbo hacia la sostenibilidad con más determinación que nunca?
Imagen: el pangolín es uno de los animales, junto al murciélago, en los que la ciencia tiene puesto el foco para acotar el origen del virus SARS-CoV-2. - Créditos: wikimedia
El bienestar humano en cualquier región del mundo depende de la conservación de nuestro planeta y de las especies que lo habitan. No podemos olvidar que, según datos de IPBES, el 70% de medicamentos contra el cáncer son productos naturales o sintéticos inspirados en la naturaleza y, sin embargo, “estamos perdiendo especies a un ritmo 1.000 veces mayor que en cualquier otro momento en la historia humana registrada”, según la ONU. Las enfermedades propagadas por vectores animales mediante el proceso de zoonosis causan el 17% de todas las enfermedades infecciosas, lo que conlleva más de 700.000 muertes cada año. En 2020, desafortunadamente, las cifras relativas a las defunciones a causa de enfermedades infecciosas están experimentando un aumento sin precedentes debido a la pandemia del virus SARS-CoV-2. La crisis del COVID-19 no deja lugar para los escepticismos ante la urgencia de controlar nuestra relación con el planeta, también a través de la biodiversidad. La seguridad alimentaria, por ejemplo, es una de las fuentes claves de contagio de enfermedades infecciosas animales, y según el IPBES, más de 821 millones de personas se enfrentan a ella en Asia y África.
El margen de actuación frente a la emergencia climática
En septiembre de 2020 se cumplirá el quinto aniversario del establecimiento de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, y según Jillian Campbell, estadista que lidera el monitoreo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), “no tenemos datos para rastrear el progreso global del 68% de los indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con el medioambiente. Nunca podremos monitorear la dimensión ambiental de los Objetivos utilizando solo las fuentes de datos tradicionales”.
De lo que sí tiene confirmación la ONU es de que estamos a punto de perder la oportunidad de limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados (que tiene como objetivo la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible), tal y como concluye en el Informe sobre Brecha de Emisiones 2019. El mismo documento explica que si nos limitamos a seguir los compromisos del Acuerdo de París, la temperatura puede ascender 3,2 grados en este siglo, una cifra que traería consecuencias catastróficas para el medio natural. En consecuencia, el momento para la descarbonización es ahora, concluye firmemente el informe, y todavía hay esperanzas para alcanzar el objetivo de los 1,5 grados. Sin embargo, el desafío es mayúsculo en este sentido, pues “las emisiones están en camino de alcanzar 56 Gt (Gigatoneladas) de CO2e (dióxido de carbono equivalente, la unidad común para designar los diferentes gases de efecto invernadero) para 2030: más del doble de lo que deberían ser”.
A pesar de que el Día Internacional de la Madre Tierra cumple 50 años, la concienciación no ha llevado el ritmo necesario a lo largo de estas décadas pues, tal y como concluye Naciones Unidas, si hace 10 años “los países hubiesen actuado en base a las advertencias científicas, los gobiernos habrían tenido que reducir las emisiones 3,3% cada año”, y no un 7,6%, que es el desafío al que nos enfrentamos en la actualidad. No es de extrañar que frente al escenario que dibujan estos datos, científicos como Peter Kalmus, especializado en el clima del Jet Propulsion Laboratory de la NASA, defienda que en este momento la expresión cambio climático deba sustituirse por la de emergencia climática.
Una mirada al futuro de la sostenibilidad desde el COVID-19
Después de la crisis del coronavirus, todos los países afectados retomarán las rutinas productivas con un aprendizaje extra, el que hemos adquirido todas las sociedades a través del experimento masivo que ha supuesto el confinamiento y la paralización de industrias y economías en todo el mundo. Aunque los patrones de consumo han variado y las emisiones se están reduciendo en este periodo tan excepcional, frenar la pandemia del coronavirus no será suficiente para frenar el calentamiento global, pero sí una confirmación de la emergencia de priorizar la sostenibilidad para garantizar la supervivencia de nuestra especie.
El grave problema de salud mundial desencadenado por el virus SARS-CoV-2 podría volver a repetirse si seguimos destruyendo ecosistemas y no frenamos el cambio climático pues, según afirma drásticamente la ONU, es, sin duda, un factor de riesgo fundamental para nuestra salud. En el caso de los virus, en el punto de mira de la actualidad mundial, la trata de especies exóticas, la deforestación o el desplazamiento de especies para adaptarse a los nuevos patrones del clima son también factores determinantes para la aparición de nuevos virus y el aumento de su virulencia.
En su apuesta por la sostenibilidad, BBVA reafirma, en esta efeméride, su compromiso medioambiental a través de una reducción y progresiva eliminación en sus impactos directos e indirectos y apostando por las finanzas sostenibles.
BBVA, a través de su Compromiso 2025, movilizará 100.000 millones de euros en financiación sostenible. Entre los compromisos de BBVA en materia medioambiental están los fijados en el Plan Global de Ecoeficiencia para el período comprendido entre 2016 y 2020 entre los que se encuentran, tanto la reducción en un 8% en emisiones de CO2 y en consumos (siendo el 9% en agua y el 5% en electricidad); además un 35% de los empleados trabaja tanto en oficinas con certificación ambiental como en edificios con recogida selectiva.
BBVA también ha puesto en marcha varias iniciativas a favor del reciclaje, como la reciente `BBVA sin plásticos´, que desarrolla en los países donde está presente.