El capital natural: todos los conceptos clave para entenderlo
Más de la mitad del Producto Interior Bruto (PIB) mundial depende de alguna forma de la naturaleza. El capital natural –las reservas, ganancias e intereses generados a partir de bienes naturales– es vital para personas, empresas y comunidades. Y para la sostenibilidad del planeta. Estas son las nociones básicas para entender su valor.
Respiran por la piel y siempre necesitan humedad. No tienen ojos, pero aun así son capaces de sentir la luz. Su cuerpo es un inmenso aparato digestivo que se alarga y se contrae, adaptando todo tipo de formas. Son las lombrices de tierra, uno de esos muchos seres de aspecto extraño que pasan desapercibidos bajo nuestros pies. Y, sin embargo, sin ellas no podríamos vivir.
Las lombrices son animales hambrientos. Cada día ingieren la mitad de su peso en comida. Puede parecer poco, ya que son seres muy pequeños, pero al cabo de un año, en una hectárea en la que viva una población saludable de lombrices, estas habrán digerido entre 25 y 37 toneladas de suelo. Gracias a este apetito insaciable, las lombrices incrementan la cantidad de nutrientes presente en el suelo, aumentan su porosidad y su capacidad de drenaje y, como consecuencia, mejoran su productividad.
Bajo tierra, no están solas. Ciempiés, termitas, hormigas y larvas de todo tipo de escarabajos, solo por nombrar algunos animales, forman un auténtico ejército de arquitectos invertebrados. Unidos a los microorganismos y los hongos, se encargan de construir aquello sobre lo que crece todo lo demás. Sin ese mundo casi invisible bajo nuestros pies, no habría agricultura, ni pastos para ganadería, ni bosques, ni acuíferos saludables.
Más de la mitad del producto interior bruto (PIB) mundial depende de alguna forma de la naturaleza. Según el informe ‘The New Nature Economy Report’, del Foro Económico Mundial, las industrias de construcción, agricultura y alimentación y bebidas son las más dependientes, pero muchas otras, como el turismo, la aviación o la petroquímica, dependen de la naturaleza mucho más de lo que se pensaba. Y es que el capital natural es vital para las personas, las empresas y las sociedades en su conjunto.
Capital natural
El concepto de capital natural no es algo nuevo. Lleva entre nosotros desde que el economista E.F. Schumacher lo planteó en 1973 en su libro ‘Small Is Beautiful’. La idea, desarrollada a lo largo de la década siguiente, es que toda forma de vida genera bienes y servicios que son esenciales para la vida en su totalidad (incluida la humana). A eso se le suma el valor de los recursos geológicos, minerales, el agua y el aire y ya tenemos las claves para entender el valor que la naturaleza tiene para las personas.
En términos económicos, el capital natural representa las reservas, las ganancias y los intereses generados a partir de los bienes naturales, tal como recoge la Fundación Biodiversidad en su Guía Práctica de Restauración Ecológica. Es decir, el concepto nace de extender la noción de capital a los flujos de bienes y servicios que genera la naturaleza y de los cuales dependen todas las sociedades y economías del planeta.
El capital natural va más allá de la noción clásica de los recursos naturales. Por ejemplo, un bosque no solo es madera. Si está totalmente saludable, este ecosistema almacena grandes cantidades de carbono, genera oxígeno, limpia el agua y hasta regula el clima. Solo los bosques boreales del planeta prestan servicios por valor de 250.000 millones de dólares al año, de acuerdo con un estudio del economista canadiense Mark Anielski. Según sus cálculos, es casi tres veces más valor que el de toda la madera que contienen.
En los últimos años, el concepto de capital natural ha ido ganando relevancia hasta hacer tambalear algunos de los pilares básicos de la visión económica tradicional, enfocada en el desarrollo a base de extraer recursos de la naturaleza. El trabajo del economista Partha Dasgupta, recogido en el informe ‘The Economics of Biodiversity: The Dasgupta Review’ publicado en 2021, detalla cómo el enfoque económico tradicional ha traído progreso y bienestar a la humanidad a cambio de destruir el activo más valioso del planeta: la naturaleza.
La publicación de este informe ha llegado para sumarse a un número creciente de investigaciones en el terreno de la economía y las finanzas que señalan la necesidad de empezar a dejar atrás el concepto clásico de producto interior bruto (PIB) para medir el nivel de desarrollo de un país y tratar de definir otro indicador que refleje también los valores de la sostenibilidad ambiental y el bienestar social. Para ello, entre otras cosas, es necesario trabajar en una forma de estandarizar la cuantificación del capital natural.
Capital natural renovable
El de capital natural es un concepto todavía en desarrollo, ya que no siempre es fácil de cuantificar. Aun así, se han definido dos grandes tipos de capital natural: el renovable y el no renovable. El capital natural renovable agrupa a todos los bienes y servicios que prestan los ecosistemas y las especies vivas que los habitan. Son renovables en la medida en que son capaces de mantenerse por sí mismos si se hace un uso sostenible de ellos. En el capital natural renovable entra desde la madera hasta la regulación del clima por parte de los ecosistemas, pasando, por supuesto, por las lombrices y sus compañeros subterráneos.
Capital natural no renovable
En contraposición al renovable, está el capital natural no renovable. Son todos aquellos recursos que, en una escala de tiempo humana, no se regeneran, por lo que sus reservas son finitas. Bajo esta etiqueta se agrupan todos los recursos minerales y fósiles, del petróleo y el carbón al hierro, el litio o el oro, aunque algunas definiciones también incluyen la tierra y el agua (ya que en muchos aspectos no se puede generar más de lo que ya hay).
Otros estudios también hacen diferencias entre el capital natural recuperable, en el que se incluirían aquellos recursos no renovables, pero que pueden regenerarse en ciertos sentidos (como los acuíferos, los suelos fértiles o la capa de ozono), y el capital natural cultivado, una etiqueta bajo la que se incluirían las superficies destinadas a la producción agrícola, ganadera y silvícola.
Protocolo del Capital Natural
Aunque fue ideado en los años setenta del siglo XX, el concepto de capital natural ha recibido un impulso importante en las últimas dos décadas. La cumbre Rio+20, la Conferencia de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas celebrada en 2012 en Rio de Janeiro (Brasil), concluyó con la firma de la declaración de capital natural. Los firmantes, 37 CEO del sector financiero, se comprometieron para tener en cuenta el capital natural en operaciones financieras como préstamos y productos de seguros, así como en los marcos de trabajo de contabilidad, divulgación financiera e informes.
Cuatro años más tarde, en julio de 2016, la Natural Capital Coalition dio el paso más importante hasta la fecha en la consolidación del concepto de capital natural: lanzó el Protocolo del Capital Natural. Desarrollado en colaboración con 160 empresas y organizaciones globales, este protocolo se ha convertido en un marco estandarizado para identificar, medir y valorar los impactos directos e indirectos de las organizaciones en el capital natural, así como su dependencia de este.
Contabilizar los ecosistemas
En 2021, la Comisión de Estadística de la ONU fijó también un estándar de contabilidad de ecosistemas (denominado SCAE EA), un enfoque estadístico para la medición de los ecosistemas y sus servicios. Y, poco después, en colaboración con el Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), la ONU presentó ARIES, una herramienta basada en inteligencia artificial para agilizar y avanzar en la estandarización de la contabilidad del capital natural.
En la actualidad, ARIES está disponible en la plataforma global de la ONU. La herramienta en la nube genera informes transparentes, rápidos y económicos sobre el capital natural de los países, reduce la brecha técnica y tecnológica entre estados, ayuda a implementar la contabilidad del capital natural en países con poca experiencia y capacitación técnicas y permite que los datos de todos los países sean fáciles de encontrar, accesibles y comparables. Su progresiva implementación y mejora podría contribuir a integrar el capital natural en las decisiones que la humanidad toma sobre su futuro, el del planeta y el de todos los seres que viven en él.