Diferencia entre pobreza y vulnerabilidad: cuando amenazan las catástrofes
Una catástrofe natural como un huracán, evidencia cómo los desastres pueden colocar a las personas a las puertas de la pobreza y la vulnerabilidad, subrayando la necesidad de mejorar la protección social para mitigar el impacto de estos eventos.
En octubre de 2023, Otis pasó de tormenta tropical a huracán de nivel cinco en poco más de nueve horas. Su fuerza repentina que sorprendió a la comunidad científica y pronto se atribuyó al cambio climático. Este azotó con fuerza el estado mexicano de Guerrero y devastó la ciudad de Acapulco.
El huracán dejó tras de sí 47 personas fallecidas, más de 20.000 viviendas afectadas y daños que alcanzaron los 15.000 millones de dólares, convirtiéndose en el evento climático que mayores pérdidas económicas provocó en 2023. Meses después de su paso por Acapulco, una gran parte de la población de la ciudad seguía sin poder recuperar sus medios de vida.
Otis hizo que el mundo dirigiese su mirada hacia una ciudad que tiene dos caras: la turística, repleta de hoteles y servicios, y la informal, en la que miles de familias viven en situación de pobreza o de vulnerabilidad. Los primeros carecen de medios para adquirir lo que necesitan para llevar una vida digna. Los segundos, por otro lado, viven con la amenaza de que una catástrofe les haga llegar a esa misma situación.
Vulnerabilidad y pobreza: dos conceptos diferentes
El diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al desarrollo, elaborado por el Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional de la Universidad del País Vasco, define la vulnerabilidad como “el nivel de riesgo que afronta una familia o individuo a perder la vida, sus bienes y propiedades y su sistema de sustento ante una posible catástrofe”.
Además, este nivel de riesgo está relacionado con el grado de dificultad que una persona tiene para recuperarse después de dicha catástrofe. De este modo, la vulnerabilidad tiene dos dimensiones: la externa, representada por los riesgos y las presiones a los que está expuesta una persona, y la interna, derivada de su propia indefensión para hacerles frente.
La mejor forma de entender qué es la vulnerabilidad es prestar atención a su antónimo: la seguridad. Una persona que tiene seguridad alimentaria, por ejemplo, es aquella que puede acceder a alimentos de forma constante y que, además, tiene todos los medios necesarios para costearlos.
La pobreza, por otro lado, es un concepto económico. Otro diccionario, esta vez el del Observatorio de Pobreza, Desigualdad y Exclusión de la ONG European Anti-Poverty Network, indica que “una persona es pobre cuando no dispone de los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades básicas”.
Existen muchas formas de medir y entender la pobreza, pero todas hacen referencia a las mismas consecuencias: la incapacidad de costear lo que se necesita para vivir dignamente, desde una vivienda segura hasta alimentos sanos, pasando por servicios culturales, educativos o sanitarios.
“La pobreza es, así, una situación límite, mientras que la vulnerabilidad es la probabilidad de caer en esa situación límite”, explica María José Álvarez Rivadulla, profesora titular de Sociología en la Universidad de los Andes. “Las personas vulnerables son aquellas que tienen el riesgo de caer en la pobreza ante una eventualidad externa o de su ciclo de vida, como una recesión económica, la pérdida de un empleo, un embarazo, un divorcio o una enfermedad”.
De acuerdo con la profesora, a la hora de entender la diferencia entre pobreza y vulnerabilidad es fundamental prestar atención a que la vulnerabilidad no solo está determinada por la carencia actual de ingresos. “Es un tema de protección social ante las eventualidades de la vida”, explica.
“Una sociedad que no tiene un colchón social, un tejido de protección para eventualidades de la vida y la economía, es una sociedad en la que las personas son más vulnerables a caer en la pobreza. Por ejemplo, el hecho de que en Colombia gran parte de la fuerza de trabajo sea informal, hace que la gran parte de la población sea vulnerable a caer en la pobreza ante eventualidades del ciclo de vida por las que todos pasamos, con una enfermedad o la vejez”, explica Rivadulla.
El impacto de los desastres naturales
Los desastres son tanto causa como consecuencia de la pobreza y de la vulnerabilidad. Pueden destruir las vías de ingresos de las personas y las comunidades, las infraestructuras, los medios de transporte o la capacidad de educar a las nuevas generaciones, entre otras muchas consecuencias.
Estos desastres pueden ser naturales — como el huracán Otis—, tecnológicos o sociales. De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), entre 1960 y 2020 ocurrieron más de 3.500 desastres en América Latina y el Caribe que causaron más de 573 millones de muertes y provocaron pérdidas por valor de 328.000 millones de dólares (antes de que la pandemia de COVID-19, uno de los desastres más significativos de las últimas décadas, llegase al continente).
La región es especialmente vulnerable a los desastres naturales, muchos de los cuales se ven agravados en intensidad y frecuencia por el cambio climático. Estos afectan sobre todo a las personas de países con ingresos más bajos y a las comunidades que viven en situación de pobreza, ya que tienen una menor capacidad de preparación y respuesta ante eventos como las tormentas tropicales o las sequías. “Se estima que las pérdidas económicas para la población que vive en situación de pobreza son de dos a tres veces mayores respecto a los no pobres”, señalan desde CEPAL.
Como explica la directora de Sostenibilidad Equidad e Inclusión de la Fundación Microfinanzas BBVA, Laura Fernández Lord, “el cambio climático impacta y amplía las desigualdades sociales y económicas ya existentes en la población latinoamericana e incide más en aquellas personas en situación de pobreza con menor acceso a recursos financieros”.
A su vez, existen condiciones de vulnerabilidad ante estos desastres que no tienen que ver con la capacidad económica de las personas. Los niños y las niñas, las mujeres, las personas más mayores, los miembros de comunidades indígenas y los pequeños agricultores tienen menos capacidad de hacer frente a las consecuencias de los desastres. Esto se debe, por ejemplo, a que tienen menos medios para conseguir un empleo, una vivienda, una cuenta bancaria o cualquier otro elemento que ofrezca seguridad.
“Las posibilidades de recuperación después de un desastre también tienden a ser desiguales en la población, siendo determinantes el género, la edad y la situación de discapacidad, así como la localización territorial”, explican desde CEPAL.
Soluciones compartidas contra la pobreza y la vulnerabilidad
De acuerdo con CEPAL, el impacto que los desastres tienen tanto en la pobreza como en la desigualdad confirman la necesidad de impulsar estrategias integrales de protección social. Entre las soluciones, Rivadulla destaca el crecimiento con redistribución, la mejora de la calidad de los empleos y la creación de sistemas de protección social que incluyan a todos los trabajadores, abarcando a aquellos en situación de informalidad.
Para que estas soluciones sean verdaderamente efectivas, añade, deben atajar tanto las causas de pobreza como las de la vulnerabilidad.
“En las dos primeras décadas de los 2000, los países de América Latina disminuyeron su pobreza debido al crecimiento económico por el boom de las 'commodities', las transferencias condicionadas y las políticas redistributivas en algunos lugares. Pero no atacamos la vulnerabilidad de la fuerza de trabajo”, explica. “Muchos de los empleos generados durante el boom de las 'commodities' no eran empleos que protegieran contra la vulnerabilidad, no eran empleos de alta productividad, no eran empleos de calidad”.