Descubre cuáles son los desastres naturales que han cambiado el mundo
Los desastres de la naturaleza a menudo cambian el rumbo de la historia. Sequías y epidemias durante el imperio romano; terremotos durante los siglos XVIII y XIX; y actualmente huracanes y tsunamis. Detrás de ellos resuena el impacto del cambio climático.
Una fría noche de 1816, Mary Shelley aceptó el reto que le proponían sus amigos: que cada uno escribiese una historia de terror, para leerlas después y elegir la más aterradora. De su relato saldría, años más tarde, ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’.
Pero lo cierto es que aquella noche no debería haber sido tan fría. En realidad, Mary Shelley dio vida al monstruo de Frankenstein en pleno mes de junio. Un año antes, el volcán Tambora había entrado en erupción en Sumbawa, en Indonesia. Llegó a expulsar más de un millón y medio de toneladas de ceniza y rocas que se extendieron por la atmósfera de todo el planeta formando una barrera que impedía pasar la luz del sol.
Las temperaturas bajaron varios grados, las cosechas se echaron a perder y gran parte de la población mundial sufrió hambrunas durante meses. 1816 pasó a recordarse como el año sin verano. El mal tiempo hizo además que Mary Shelley y sus amigos (entre ellos, los poetas Lord Byron y Percy B. Shelley) se refugiasen en una villa de Suiza y buscasen ideas para entretenerse sin salir de casa.
Aquella no fue la primera ni la última vez que un desastre natural cambió el rumbo no solo de la literatura, sino también de la historia. Gran cantidad de mitos, eventos, conflictos y corrientes filosóficas han estado determinados por catástrofes ligadas a la naturaleza.
Las sequías que lastraron al Imperio romano
A lo largo de la historia, la expansión de las civilizaciones ha estado ligada a épocas de bonanza climática. La estabilidad, los inviernos suaves y los veranos cálidos favorecen los cultivos, que a su vez fortalecen la economía y el comercio. Por el contrario, las etapas con climas más crudos llevan, a menudo, al declive. Uno de los ejemplos más claros es el del Imperio romano.
“Varios desastres socionaturales y los relacionados con amenazas de origen biológico, como las plagas de peste, generaron una crisis que afectó a la economía y al sistema político del Imperio romano y contribuyó a acelerar su declive”, explica Loris de Nardi, investigador Marie Curie del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra e investigador del Centro de Estudios Históricos de la Universidad Bernardo O'Higgins de Santiago de Chile.
“Durante el siglo III d. C., una serie de sequías acentuaron la mortalidad de las epidemias, como la resultante de la Peste de Cipriano. La enfermedad se encontró con una población afectada por las malas cosechas, la hambruna y la debilidad”, señala Loris de Nardi. Este contexto se vio agravado además por las invasiones de los pueblos del norte, que migraban hacia el sur presionados por un clima cada vez más frío y difícil.
“Las sequías afectaron sobre todo al sur de Europa y a la parte occidental del Imperio. En la parte oriental, por otro lado, a lo largo del siglo III se sucedieron numerosos terremotos”, completa el historiador. Esto influyó en la aceptación del cristianismo: sus seguidores consideraban que estos problemas eran un castigo a los practicantes de otras religiones por no venerar a su dios. Poco a poco, este discurso fue ganando fuerza y contribuyó a convertir el cristianismo en la religión del estado.
Dios o naturaleza: los terremotos de Lisboa y Venezuela
Atribuir los temblores (y otros fenómenos) a la ira divina no fue algo único del Imperio romano. Gran cantidad de civilizaciones han ligado los terremotos a poderes sobrenaturales y a los dioses. En el mundo occidental, esta creencia estuvo fuertemente arraigada hasta el siglo XIX. Uno de los eventos que más contribuyó a separar la religión de los desastres naturales fue el gran terremoto de Lisboa de 1755.
El 1 de noviembre de ese año, un gran seísmo sacudió la capital portuguesa. Los temblores fueron seguidos de un tsunami y un gran incendio, que dejaron entre 60.000 y 100.000 muertos. “Fue algo que impactó muchísimo a la sociedad europea de la época”, señala de Nardi. “La noticia recorrió el continente e influyó en los pensadores de la Ilustración. En una carta, Rousseau escribió a Voltaire una reflexión sobre el origen del desastre. Señalaba que no habían sido ni la naturaleza ni dios quienes habían construido las casas de la ciudad, sino el hombre. Los habitantes de Lisboa habían construido su propia vulnerabilidad”.
Medio siglo después, otro terremoto volvió a influir en este cambio de percepción. Esta vez, en plena de Guerra de la Independencia de Venezuela, en 1812. “El 26 de marzo, un Jueves Santo, un terremoto afectó únicamente a aquellas ciudades que ya se habían independizado de mano del bando republicano. Esto hizo que el clero y los monárquicos interpretasen el temblor como una clara manifestación de que dios estaba contra el movimiento independentista”, explica el investigador.
De acuerdo con este historiador, esto provocó que el pueblo volviese a apoyar de forma temporal a los monárquicos. Con el tiempo, sin embargo, este evento sirvió de catalizador para separar a dios de la naturaleza y secularizar los desastres. “Una historia dice que Simón Bolívar estaba en una de estas ciudades afectadas, Caracas, y mientras trabajaba entre los escombros para salvar vidas, dijo algo como ‘esto no es algo divino, es la naturaleza, y si para conseguir nuestra causa tendremos que luchar contra la naturaleza, lo haremos’”.
DANA y otras inundaciones
Las inundaciones han marcado paisajes y sociedades, evidenciando su impacto en el mundo actual. Un ejemplo reciente es la DANA que afectó en 2023 a la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía, dejando a miles de personas sin hogar y causando pérdidas económicas millonarias. Este fenómeno extremo destacó la vulnerabilidad de las infraestructuras y la necesidad de medidas preventivas ante el cambio climático.
Desastres como este reflejan la importancia de planificar estrategias de mitigación y adaptación. Las inundaciones, más frecuentes e intensas, nos recuerdan que es vital anticipar estos eventos para proteger comunidades y garantizar un desarrollo sostenible.
La concienciación del siglo XX
Tifones, huracanes, sequías, seísmos o temporales. El siglo XX estuvo marcado por todo tipo de desastres naturales, al igual que cualquier otra época de la historia. Con la diferencia, sin embargo, de que estos se enmarcaban en un mundo cada vez más conectado en el que las noticias se compartían con rapidez.
La percepción de los desastres llevó a la ONU a declarar el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (DIRDN) entre 1990 y 1999. Comenzaron a contemplarse conceptos como los de amenaza, exposición y riesgo, y también la necesidad de reducir sus riesgos para fomentar un desarrollo sostenible.
“Esto tuvo lugar tras el terremoto de 1985 en Ciudad de México. Se promovieron medidas para prevenir desastres, basándose en la idea de que sus consecuencias tienen mucha relación con las estrategias de las comunidades. Además, este terremoto demostró que los desastres naturales pueden dificultar el pago de la deuda de los países en vías de desarrollo. Impulsar políticas de reducción del riesgo de desastres es una forma de asegurarse que pudieran pagarlo”, explica de Nardi.
Desde entonces, varios desastres naturales y fenómenos meteorológicos extremos han ocupado titulares de todo el mundo y cambiado el rumbo de la historia. El tsunami del sudeste asiático en 2004; el huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans (Estados Unidos) en 2005; el terremoto de Haití en 2010, las repetidas sequías en el Cuerno de África; las olas de calor de Europa, el ciclón Idai en Mozambique, Zimbabue y Malawi en 2019, o la DANA que recientemente ha afectado a España. En concreto a la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía.
Detrás de estos desastres resuena siempre el impacto del cambio climático, que aumenta la frecuencia y la intensidad de algunos fenómenos como las sequías, las tormentas o las olas de calor. Entender mejor la influencia que los fenómenos naturales tienen en nuestro día a día (y cómo han influido en la historia y en el mundo que conocemos hoy) es fundamental para crear estrategias adaptativas y de mitigación.
“El ser humano vive en un medio que lo condiciona, lo sabemos muy bien por todos los desafíos que presenta actualmente el cambio climático”, reflexiona de Nardi. “A lo largo de la Edad Media y Moderna de la civilización occidental, el hombre intentó separar el medio de la sociedad, identificando el progreso con el dominio de la naturaleza”.
El problema, añade, es que esto no funciona y lo estamos viendo ahora. “Somos nosotros los que tenemos que adaptarnos al medio y no al revés. La historia y las humanidades juegan un papel muy importante para recordarnos cómo nos influyen los desastres y por qué debemos ponernos en equilibrio con la naturaleza y el planeta”.