Deportes sostenibles: al aire libre, 'de temporada' y con material eco
Toda actividad humana conlleva un impacto ambiental. Correr, hacer senderismo o escalada al aire libre generan menos emisiones de dióxido de carbono (CO2) que esquiar 'indoor' en agosto o nadar en piscina climatizada en invierno. Usar materiales ecológicos, evitar los plásticos y buscar deportes 'de temporada' reducen la huella de carbono.
Es la propia Naciones Unidas la que ensalza el papel del deporte en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la promoción de la paz, la tolerancia, el respeto o la igualdad. La ONU saluda la actividad deportiva como generadora de salud, bienestar y beneficios sociales; y favorecedora de la inclusión social. Para que su práctica sea más sostenible, también desde el punto de vista medioambiental, hay que tener en cuenta dónde se realiza, qué grado de infraestructura necesita o cómo es el material utilizado.
“Deportes sostenibles no hay, a menos que camines desnudo por un bosque, porque toda actividad humana tiene un impacto. Sí podemos hablar de deportes más sostenibles, que son aquellos que tienen lugar al aire libre, con la menor infraestructura posible, y con deportistas concienciados que procuran minimizar su huella y utilizan material ecológico o fabricado según los principios de la economía circular”, puntualiza Enrique Zaragoza, experto en deporte y sostenibilidad y autor del blog ‘Deporte sostenible’.
Adaptar el deporte a la época del año
El primer consejo de Enrique Zaragoza es adaptar la actividad deportiva a la época del año. “No tiene sentido esquiar en agosto en ‘indoor’ o nadar en enero en una piscina climatizada. Igual que elegimos la fruta de temporada, deberíamos optar por los deportes que la naturaleza nos ofrece en cada época del año, como los acuáticos en verano y los de nieve en invierno”, explica.
“El senderismo, el ‘running’ o la escalada no tienen impacto de emisiones de CO2 o de gasto energético”, asegura este experto. Tampoco el fútbol, siempre que se juegue fuera de un estadio; por ejemplo, en un entorno natural. Los recintos cerrados suponen un coste energético de iluminación, calefacción, refrigeración. Si a ello se le suma el césped artificial, que dura una media de 15 años, tras los cuales se desechan toneladas de plástico, tenemos que la huella ecológica es aún mayor.
Los deportistas deben reflexionar sobre lo que compran y consumen. ¿De qué están hechas las zapatillas que calzas?, ¿y el balón?, ¿qué energía se ha empleado para fabricarlos?, ¿en qué condiciones laborales? Todas estas cuestiones planteadas por Zaragoza influyen a la hora de calcular el impacto ambiental del deporte. En el caso del ciclismo, una modalidad a priori respetuosa con el medioambiente, la mayoría de las bicicletas no están diseñadas para ser recicladas.
“Debemos ser conscientes del tipo de empresas que apoyamos con nuestro dinero: ¿se caracterizan por su compromiso medioambiental y social, o simplemente fabrican lo más barato posible?”, insiste Zaragoza, que anima a apostar por la calidad y la durabilidad por encima de la pulsión del usar y tirar, y recuerda que ya hay marcas que están incorporando la recuperación, el reciclaje y la economía circular a sus productos.
El plogging (recoger basura mientras se corre) es una actividad deportiva de moda que encaja muy bien dentro de los deportes sostenibles. Zaragoza la considera una idea interesante, aunque, siendo realistas, poco aplicable a competiciones de altísimo rendimiento, donde lo habitual es que suceda justo lo contrario y que, en vez de recoger desperdicios, los atletas participantes tiren al suelo el vaso del que han bebido o la monda de plátano que se han comido, para no perder tiempo.
Medir el impacto ambiental
En 2019 se hizo viral una fotografía del corredor, esquiador y alpinista español Kílian Jornet abriendo una bolsa de basura del avituallamiento para tirar el vaso que había utilizado en Sierre-Zinal (Suiza), una de las carreras de ‘trail running’ más prestigiosas del mundo; la pequeña parada no le impidió vencer, y batir el récord. Jornet ha pedido públicamente sanciones más duras para los ciclistas que arrojan sus desechos en la carretera.
“Ir en bicicleta es una actividad saludable y un medio de transporte sostenible, pero ¿qué ocurre cuando se convierte en uno de los mayores eventos deportivos del mundo?”. La doctora Andrea Collins encabeza un equipo de investigadores de la Universidad de Cardiff que se dedica a medir el impacto ambiental de los grandes eventos deportivos, en forma de emisiones de CO2 o basura plástica.
Cuando los investigadores de la Universidad de Cardiff quisieron calcular la huella ecológica de las tres etapas en suelo británico del Tour de Francia de 2014, se hicieron una serie de preguntas, y buena parte de ellas estaban referidas a los miles de personas que se concentran en un mismo espacio, al mismo tiempo, para disfrutar de un espectáculo deportivo: desde dónde vienen, qué medio de transporte han usado para llegar, cuáles son sus patrones de consumo una vez en destino.
“Si participas en una maratón, intenta que sea local o regional, que esté cerca de tu casa. La maratón de Boston, en EE. UU., es chulísima, pero acudir a ella desde Europa tiene un coste ambiental muy alto”, precisa Zaragoza, que recuerda que los organizadores pueden ayudar a hacer más sostenible una celebración deportiva evitando el plástico o fomentando el uso de la bicicleta y del transporte público entre los espectadores. El campeonato de Europa de atletismo que se celebró en Zurich en 2014 utilizó vehículos híbridos en su organización, promovió el uso de la bicicleta e incluyó en su entrada el uso gratuito del transporte público desde cualquier lugar de Suiza hasta el estadio, cuya energía, por cierto, procedía de fuentes renovables.