¿Qué es la lluvia ácida? Del humo de Manchester al salmón escandinavo
La lluvia ácida es un fenómeno en el que las precipitaciones presentan concentraciones elevadas de ácido sulfúrico y nítrico debido a la emisión a la atmósfera de gases contaminantes procedentes de la combustión de carbón, petróleo y gas, así como de otros procesos industriales y agrícolas. Esta afecta a las plantas, el agua, el suelo, los edificios y la salud humana.
Algo estaba cambiando en Noruega. Sus ríos y sus lagos se habían vuelto hostiles. Cada vez había menos peces que pescar, ni siquiera los poderosos salmones aguantaban. El agua era cada vez más ácida y nadie daba con el porqué. Hasta que apareció en escena Brynjulf Ottar. Su trabajo pionero, en los años sesenta y setenta del siglo XX, permitió descubrir que el problema de Noruega estaba en la lluvia y, sobre todo, en el humo de las grandes ciudades industriales de Reino Unido e Irlanda.
Ottar fue uno de los primeros científicos en señalar cómo algunos agentes contaminantes podían viajar largas distancias. Tras sus primeras investigaciones, en 1970 la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) lo puso al frente del programa Long-Range Transboundary Air Pollution Project. Después de seis años de pruebas y estudios, la investigación concluyó que la situación geográfica de Escandinavia la hacía especialmente vulnerable a la lluvia ácida generada, sobre todo, por la contaminación de los países del sur.
Solo en 1974, por ejemplo, las monitorizaciones de Ottar detectaron que Noruega había generado 30.000 toneladas de contaminación por azufre dentro de sus propias fronteras, pero había recibido más de 60.000 toneladas del Reino Unido e Irlanda. El azufre, y eso sí ya se sabía desde hacía tiempo, se oxidaba en la atmósfera y reaccionaba con el agua para formar ácido sulfúrico. Cuando volvía a tocar tierra, todo eran problemas. Pero empecemos por el principio.
¿Cómo se produce la lluvia ácida?
Dicen que cada vez que el cochero le preguntaba a Robert Angus Smith a dónde quería ir, este respondía “¡Hasta el Sol!”. Pero en realidad, solo quería ir a recorrer los campos de Manchester. Angus Smith era químico y un enamorado de la naturaleza, tanto que dedicó su vida a intentar protegerla de algunos de los efectos más dañinos que estaban empezando a causarle al medioambiente las sociedades industriales. Él fue el primero en describir, 1852, qué era la lluvia ácida y cómo se relacionaba con la contaminación de las ciudades. Aún hoy se le conoce como el padre de la lluvia ácida.
“Lluvia ácida es un término utilizado para describir las precipitaciones que presentan concentraciones elevadas de ácido sulfúrico y nítrico. No solo se trata de lluvia líquida, sino que también involucra nieve, niebla, granizo… Esta precipitación ácida se produce como consecuencia de la emisión a la atmosférica de los óxidos de nitrógeno y el dióxido de azufre, que reaccionan con el oxígeno del aire y el vapor de agua y se transforman en ácidos que transporta la lluvia”, explica Diana Rodríguez Rodríguez, profesora de la Facultad de Ciencias Ambientales y Bioquímica de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Causas de la lluvia ácida
Para que se forme la lluvia ácida es necesario, en primer lugar, la presencia de alguno de esos gases contaminantes. Estos llegan a la atmósfera de forma natural, como a través de las erupciones volcánicas, pero hoy en día se generan, sobre todo, de forma artificial. Estas son, además, las fuentes que emiten cantidades mayores y de una forma más continuada. Los procesos que producen óxidos de nitrógeno y azufre son aquellos relacionados con la combustión de carbón, petróleo y gas, así como otros procesos industriales como la fundición de algunos metales o la quema de rastrojos agrícolas.
El azufre y el nitrógeno están presentes de forma natural en los combustibles fósiles (aunque sus proporciones varían) y se liberan en forma de óxidos durante la combustión. En la actualidad, se calcula que las centrales térmicas que queman estos combustibles para producir electricidad generan un 60% del dióxido de azufre (SO2) y un 25% de los óxidos de nitrógeno (NOx) liberados a la atmósfera. Los vehículos a motor producen otro 50% de los óxidos de nitrógeno generados por las actividades humanas.
“Las fuentes que emiten los gases precursores NOx y SO2 que dan lugar a la lluvia ácida se emiten en la capa donde nos encontramos, la troposfera, y reaccionan en ella para dar lugar a la lluvia ácida”, añade Diana Rodríguez. Allí, en este reactor químico atmosférico, el SO2 y los NOx se oxidan, produciendo ácido sulfúrico y ácido nítrico, respectivamente, tal como explica la experta. Estos compuestos pueden depositarse directamente o volver a reaccionar con el agua, generando lluvia, nieve o nieblas con un pH más ácido de lo normal (de ahí el nombre de lluvia ácida).
Los efectos de la lluvia ácida
Aunque la desaparición de los salmones noruegos sirviese para hacer saltar las alarmas, lo cierto es que los efectos de la lluvia ácida son complejos y, a menudo, se multiplican en cascada a través de todo un ecosistema. Por ejemplo, puede que la lluvia no afecte mucho a las ranas, pero, si mata a los insectos de los que estas se alimentan, la población de anfibios también se verá resentida. Estos son, de forma resumida, los efectos de la lluvia ácida:
- En las plantas. Sus partes verdes y, sobre todo, las hojas sufren abrasión. Las plantas quedan debilitadas y son más vulnerables ante plagas o sequías, lo que puede llegar a causar la muerte de grandes masas forestales.
- En el agua. El agua ácida puede interrumpir el ciclo reproductivo de las especies acuáticas. Además, también libera compuestos de aluminio del suelo que contaminan el agua y tienen efectos tóxicos en muchas especies. Cada especie acuática tiene un nivel de tolerancia a la acidez diferente, pero casi todas acaban sufriendo los efectos.
- En el suelo. La tierra que pisamos está llena de vida diminuta. Las precipitaciones ácidas dañan a muchos de los microorganismos que forman el suelo, con lo que este se va empobreciendo y su capacidad de sustentar más vida se va viendo limitada.
- En la salud humana. Al precipitarse, la lluvia ácida puede volver a liberar compuestos de nitrógeno y azufre en el aire. Estos pueden causar enfermedades respiratorias serias en humanos.
- En los edificios. Los metales, las pinturas y determinadas piedras y materiales de construcción (como calizas y mármoles) se ven muy afectados por la lluvia ácida. Esta aumenta la erosión de los edificios, un efecto corrosivo que es especialmente visible en monumentos históricos como la Acrópolis de Atenas.
¿Qué hacer para acabar con la lluvia ácida?
La solución para acabar con la lluvia ácida es tan sencilla que parece imposible. Como sucede con el cambio climático o con otros problemas de contaminación química, todo lo que hay que hacer es dejar de emitir a la atmósfera la sustancias que la provocan. “Evidentemente, hay que disminuir las emisiones antropogénicas de los gases que provocan este efecto, por ejemplo, implementando nuevas tecnologías de control colocadas a la salida de los gases de combustión, y, por supuesto, apostar por el uso de energías limpias y renovables”, concluye Diana Rodríguez Rodríguez.
El trabajo de Brynjulf Ottar hace más de 50 años no solo sirvió para conocer bien los efectos de la lluvia ácida, sino para entender que los problemas de la contaminación atmosférica, como los del clima, eran globales. En el aire, no rigen las fronteras y hay territorios que pueden sufrir los efectos de la contaminación generada a miles de kilómetros de distancia. De hecho, las investigaciones del noruego terminaron con la creación del Convenio sobre la contaminación atmosférica transfronteriza a gran distancia, en vigor desde 1983.
El convenio es un acuerdo no vinculante por el cual los países firmantes se comprometen a reducir gradualmente y acabar eliminando la contaminación del aire y, en particular, aquella que pueda tener efectos más allá de las propias fronteras. Hasta el momento han firmado el convenio 52 países más la Unión Europea. Los efectos son, además, evidentes: desde 1990 la presencia de óxidos de nitrógeno y de azufre se ha reducido en al menos un 40 % en Europa. La incidencia de la lluvia ácida ha caído, lo que ha tenido un impacto positivo en todo el entorno, pero, en especial, en los suelos y en los bosques.