Del cambio climático a la mala gestión del agua: causas y consecuencias de la sequía
La sequía puede ser meteorológica, hidrológica o agrícola. Y la falta de precipitaciones depende de causas naturales, pero también del cambio climático provocado por la acción humana. Las consecuencias son claras: pérdidas económicas, destrucción de ecosistemas, migraciones forzosas y problemas de salud.
Al fin llueve en la provincia de Santa Fe. Las cosechas ya no se salvarán, pero la próxima campaña será buena. El campo argentino respira aliviado después de la peor sequía que se recuerda en la historia reciente del país. Tres años consecutivos con lluvias muy por debajo de lo normal y agravados por altas temperaturas que han incrementado la pérdida de agua. El resultado, miles de millones en pérdidas en el campo y en la balanza de exportaciones de Argentina. Pero ahora vuelve a llover.
De acuerdo con el Sistema de Información de Sequías para el Sur de Sudamérica (SISSA), no es que en las provincias de la zona núcleo (la zona más productiva de Argentina) como Santa Fe y Entre Ríos no haya llovido. De hecho, la falta de precipitaciones en los últimos tres años ha sido mucho más acusada en el sur del país y mucho peor todavía en otros estados como Chile (donde la situación de sequía se ha mantenido durante más de una década). El gran problema es que en la zona núcleo hay menos agua, pero la demanda del recurso no ha disminuido.
Porque, ¿qué es realmente la sequía? ¿Cuáles son sus causas y hasta qué punto son responsabilidad del ser humano? ¿Y hasta dónde pueden llegar sus consecuencias?
Las causas de la sequía y la escasez hídrica
En el extremo sudoeste de la Pampa argentina apenas caen 150 milímetros de agua al año. En el centro del departamento de Chocó (Colombia), en el norte de Sudamérica, suelen caer unos 12.000. Las lluvias no se reparten por igual en el planeta. Que caiga agua del cielo depende de tres factores (la presión atmosférica, la temperatura y la humedad atmosférica), que a su vez se ven influidos por muchos otros, desde la orografía hasta la evapotranspiración de las plantas, la pérdida de humedad por evaporación directa y de agua por la transpiración de las plantas. Así, de forma natural, existen climas áridos, como el de la Pampa o el de buena parte del Mediterráneo, en el que los ecosistemas y las personas están acostumbrados a vivir con poca agua.
“Es importante diferenciar entre tres conceptos: la aridez, la sequía y la escasez hídrica”, señala Julia Martínez, directora técnica de la Fundación Nueva Cultura del Agua. “La aridez es un componente normal de muchos climas al que el ser humano se ha ido adaptando históricamente. La sequía es una reducción de los recursos hídricos disponibles producida por un descenso de las precipitaciones normales. Es también algo natural en muchos climas, un fenómeno al que las poblaciones humanas también se han adaptado”.
Tal como la define la Organización Meteorológica Mundial, la sequía es un período seco prolongado dentro del ciclo climático natural que puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Es un fenómeno de aparición lenta y su causa principal es la falta de precipitaciones y existen varios tipos. La sequía meteorológica hace referencia a la escasez continuada de precipitaciones; la hidrológica, al nivel de ríos o embalses por debajo de lo normal; y la agrícola, a la falta de agua para satisfacer las necesidades de los cultivos.
Además, existen una serie de factores agravantes de origen humano, como la pobreza o el uso inadecuado de la tierra y los recursos, que aumentan la vulnerabilidad de ciertas poblaciones a la sequía. “El concepto de escasez hídrica hace referencia al desequilibrio entre recursos disponibles y demanda. Las causas de la escasez hídrica pueden ser naturales, como la sequía, pueden ser de origen humano, como una demanda disparada de recursos hídricos, o una mezcla de ambas cosas”, añade Julia Martínez.
La huella del cambio climático
La sequía es un fenómeno natural que ocurre con regularidad en la Tierra desde mucho antes de que el ser humano apareciera sobre ella. Sin embargo, eso no significa que el 'Homo sapiens' no sea indirectamente responsable de algunas sequías en la actualidad. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) concluye que existe una relación directa entre el cambio climático antropogénico y la intensificación de las sequías. Además, el aumento de las temperaturas está incrementando la evaporación del suelo y la evapotranspiración de las plantas en muchas zonas.
“El cambio climático está provocando que haya menos agua y que las sequías sean más intensas y frecuentes, duren más tiempo y abarquen territorios más grandes”, señala Julia Martínez. “La reducción del agua disponible se debe a que llueve menos, pero también al aumento de la evaporación y de la evapotranspiración por la subida de las temperaturas. Se está dando una aridificación general de los climas por el cambio climático. Los años húmedos son menos húmedos y los secos son mucho más secos”.
Por ejemplo, la sequía extrema que padecen los países del Cuerno de África desde finales de 2020 es 100 veces más probable en un contexto climático marcado por el calentamiento global que en uno en el que el cambio climático no existiese. De la misma manera, las altas temperaturas experimentadas en abril de 2023 en todo el Mediterráneo (y en la península Ibérica en particular) habrían sido imposibles de alcanzar sin el papel del cambio climático.
Esto tampoco significa que todas las sequías sean causadas por el cambio climático. Sin ir más lejos, la sequía que ha experimentado la parte sur de Sudamérica durante los últimos tres años es una consecuencia de La Niña, la fase fría de un fenómeno natural que se da en las aguas superficiales del océano Pacífico. La fase cálida, El Niño, entrará en escena en la segunda mitad del año, dejando más lluvias en Argentina y Norteamérica, pero menos en el norte de Sudamérica y Centroamérica.
Las consecuencias de la sequía
La sequía conlleva falta de agua, tanto para los humanos como para los ecosistemas y todas las especies que los forman. Pero sus consecuencias van mucho más allá de lo evidente. De acuerdo con el National Drought Mitigation Center de EE. UU., podemos diferenciar los impactos de la sequía en tres tipos:
- Consecuencias económicas. Son, por ejemplo, las pérdidas de los agricultores que pierden sus cultivos o los ganaderos que tienen que alimentar a sus animales en ausencia de pastos, la subida de los precios de los alimentos, la reducción del empleo en industrias como la maderera o la pérdida de capacidad de generación de energía en las centrales hidroeléctricas.
- Consecuencias ambientales. Destrucción de los hábitats fluviales, falta de alimento y agua para los animales salvajes, mayor estrés para la vegetación, pérdida de humedales, aumento de la erosión o pérdida de calidad del suelo, entre otros impactos.
- Consecuencias sociales y en la salud. Aparición de problemas relacionados con la mala calidad del agua o enfermedades respiratorias por el aumento del polvo en suspensión, migraciones forzosas a lugares con más trabajo o mejores condiciones agrícolas, trastornos de ansiedad provocados por la escasez de agua, nuevas enfermedades provocadas por la aparición de nuevos vectores o por la falta de higiene y saneamiento y, en situaciones extremas, la muerte por falta de agua.
El impacto de esta tres consecuencias tiene que ver con la falta de lluvias, pero, sobre todo, con el manejo que hacemos del agua y lo preparada que esté la sociedad para hacer frente a la escasez hídrica.
“En España, por ejemplo, estamos haciendo un manejo muy irresponsable del agua. Seguimos sin aceptar que ante la realidad del cambio climático y la situación de sequía grave necesitamos no ya dejar de aumentar la superficie de regadío agrícola, sino que ni siquiera lo que hay ahora se puede mantener”, concluye Julia Martínez.