"¿De verdad hemos avanzado con la COP28 de Dubái?"
Antoni Ballabriga, director global de Negocio Responsable de BBVA, analiza la COP28 en una tribuna publicada en 'elEconomista.es'.
“Somos lo que hacemos, no lo que decimos”. Estas eran las palabras del Sultán Al Jaber, presidente de la COP28 en su intervención tras la firma del acuerdo. Y proseguía así: “Se trata de un paquete histórico mejorado y equilibrado, pero no nos equivoquemos; para acelerar la acción climática debemos tomar las medidas necesarias para convertir este acuerdo en acciones tangibles”.
Han pasado unos días del acuerdo final de la COP28 en Dubai y hemos podido ver ya muchas valoraciones desde diversas perspectivas. El secretario ejecutivo de cambio climático de Naciones Unidas, Simon Stiell, afirmaba que “no pasamos página de la era de los combustibles fósiles, pero este resultado es el principio del fin”. En esta misma línea, señalaba la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que “el acuerdo de hoy marca el comienzo de la era post fósil”.
Desde otro ángulo, el director ejecutivo de Greenpeace Africa concluía que “el acuerdo de hoy representa un paso esperanzador en nuestro camino colectivo para limitar el calentamiento a 1,5 grados. Sin embargo, su verdadero valor se medirá por las acciones tangibles que impulse, particularmente en las comunidades que durante mucho tiempo han soportado la peor parte del cambio climático”. Y desde la academia, el profesor Nick Robins, del prestigioso Grantham Research Institute, lo resumía muy elocuentemente: “Histórico, pero inadecuado para no sobrepasar el límite de 1,5ºC y para proteger las comunidades más afectadas por el clima”.
¿Hemos de verdad avanzado con la COP28?
Sin duda, hemos avanzado en un acuerdo final con compromisos hasta ahora nunca vistos en materia de mitigación. En especial, destacan la mención expresa al ‘transition away’ a los combustibles fósiles en línea con la ciencia; el objetivo de triplicar la capacidad en energías renovables y doblar la mejora de la eficiencia energética a 2030; o la aceleración de la reducción de emisiones de metano también para 2030. Muy probablemente era un acuerdo inimaginable, más teniendo en cuenta el liderazgo del proceso por parte de un país cuya riqueza se sustenta en la explotación de los combustibles fósiles. Pero seguramente este liderazgo ha sido clave para el éxito.
Si no hubiera habido una presidencia de los Emiratos Árabes Unidos, difícilmente habríamos alcanzado una expresión nítida del inicio del fin de los combustibles fósiles.
En cuanto a financiación climática también podemos calificar de histórica la concreción del fondo de pérdidas y daños acordado hace un año en la anterior COP celebrada en Sharm el Sheikh, aunque con una simbólica dotación inicial de 792 millones de dólares, un grano de arena ante las decenas de miles de millones que serán necesarios para paliar los efectos que el cambio climático está ya teniendo en los países más afectados. Por contra, no se ha avanzado en la cuantificación del objetivo en el apoyo financiero de los países desarrollados a los países en desarrollo en materia de mitigación y adaptación. El objetivo actual de 100 mil millones de dólares al año se acordó en la cumbre de Copenhague y este año, por fin, todo apunta a que se va a poder alcanzar, pero es fundamental fijar un nuevo objetivo más ambicioso en la próxima COP29. Una movilización que, junto con la reforma del Banco Mundial e instituciones multilaterales, debe permitir atraer capital privado a gran escala para cerrar la inmensa brecha de inversión existente actualmente en estos países. Según la Agencia Internacional de la Energía, solo en energía limpia es necesario triplicar los 770 mil millones actuales hasta los 2,8 billones de dólares al año en 2030, y alcanzar un mayor despliegue en todos los países. Actualmente, China representa dos tercios de la inversión y, junto a India y Brasil, representa más de las tres cuartas partes.
En adaptación y mercados de carbono, los avances han sido poco relevantes y será necesario también un trabajo intenso el próximo año para que sean protagonistas en la próxima cumbre.
Pero más allá del acuerdo por unanimidad de los 198 integrantes del Acuerdo de París, la COP28 ha servido también para impulsar compromisos y planes, tanto por parte de los gobiernos, como de las empresas. Destaca el chárter de descarbonización del petróleo y el gas firmado por 50 empresas que representan el 40 % de la producción mundial, con el fin de reducir sus emisiones de alcance 1 y 2 en 2030; el acelerador de transición industrial (ITA, por sus siglas en inglés); o el Global Cooling Pledge, cuyo objetivo es reducir sustancialmente las emisiones globales de refrigeración en un 68 % para 2050.
También sobresale en materia de financiación climática el impulso de los bancos multilaterales de desarrollo, comprometiendo más de 180 mil millones de dólares adicionales para los próximos años, o la movilización de más de 85 mil millones de dólares en fondos público-privados, destacando especialmente Altérra, el fondo de 30 mil millones de dólares promovido por los Emiratos Árabes Unidos, junto con Blackrock, TPG y Brookfield, centrado en desbloquear la financiación privada en los países emergentes. También habría que subrayar la nueva alianza de cero emisiones netas de las agencias de crédito exportador sumándose al resto de alianzas del sector financiero.
Todo ello junto a nuevas declaraciones firmadas por más de un centenar de países sobre clima y salud, agricultura y alimentación, o ciudades y urbanización.
La cumbre climática en Dubai ha significado, por tanto, un salto relevante en la agenda climática, aunque insuficiente para acelerar la profunda transformación que necesitamos. Una vez más, surge la cuestión de si estamos avanzando de verdad con estas cumbres anuales y este tipo de gobernanza mundial que hoy tenemos. Sin duda, el modelo es imperfecto y requeriría una revisión fundamental, pero tal y como se recoge en el texto final de la COP28, desde el Acuerdo de París en 2015 se ha logrado pasar de un aumento esperado de la temperatura global de 4 °C según algunas proyecciones anteriores a la adopción de dicho Acuerdo hasta un aumento en el rango de 2,1 a 2,8 °C con la plena implementación de las últimas contribuciones determinadas a nivel nacional.
Nos queda todavía acelerar mucho más. Por ello, los avances de esta cumbre deberán valorarse como siempre en la medida que se trasladen a planes y políticas concretas y se asegure su implementación. Volviendo a las palabras de Al Jaber: “Somos lo que hacemos, no lo que decimos”.