De inundaciones a olas de calor: infraestructuras para evitar los desastres naturales
Eventos climatológicos extremos como la DANA obligan a crear infraestructuras adaptadas y resilientes que ayuden a prevenir, mitigar o preparar la respuesta ante desastres naturales como huracanes, olas de calor o inundaciones. Edificios elevados, cimientos más profundos, suelos porosos o tejados verdes son algunas soluciones.
Aunque sólo existe sobre los planos, el Shelter of Kindness (Refugio de la Bondad) de Dhaka (Bangladés) es un referente para aquellos que buscan adaptar las infraestructuras a los fenómenos meteorológicos extremos. Este edificio, que a primera vista se integra perfectamente en el entorno y está diseñado para destinarse a usos sociales, tiene una cara B: puede cerrarse herméticamente para proporcionar refugio y protección durante un tifón y cuenta con un suelo flotante inspirado en una balsa para utilizar en caso de inundaciones.
Dhaka es una de las ciudades que lideran la lista de urbes que se hunden. Es decir, aquellas en las que la combinación de la subida del nivel de las aguas, el hundimiento del suelo y la rápida urbanización ponen en riesgo la habitabilidad. En esta y otras muchas ciudades nacen propuestas para adaptar las infraestructuras y los planes urbanísticos y reducir el impacto de los desastres naturales.
Eventos meteorológicos extremos como la DANA vivida en el sureste de la península Ibérica en octubre de 2024 ponen de manifiesto la importancia de crear infraestructuras más resilientes en cualquier punto del mundo. La adaptación urbanística se presenta como un elemento clave para hacer frente a las consecuencias del cambio climático.
Infraestructuras que restan destrucción
En 1755, Jacques Rousseau escribió a Voltaire después del desastroso terremoto de Lisboa. “Convenga usted que la naturaleza no construyó las 20.000 casas de seis y siete pisos, y que, si los habitantes de esta gran ciudad hubieran vivido menos hacinados, con mayor igualdad y modestia, los estragos del terremoto hubieran sido menores, o quizá inexistentes”.
Casi tres siglos después, el debate que abre Russeau sigue estando muy vivo. Si se diese un gran terremoto en un lugar en el que no hay asentamientos humanos y no se tuviese que lamentar ninguna pérdida, ni humana ni económica, ¿hablaríamos de un desastre natural o simplemente de un terremoto? ¿Lo veríamos igual que un temblor que hace caer cientos de viviendas?
Con ejemplos como este, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) sostiene que los desastres no deben ser vistos como algo natural, sino como el resultado de las acciones y las decisiones humanas. “El uso de la palabra ‘natural’ para describir los desastres puede dar la impresión de que estos son inevitables y de que las acciones humanas pueden hacer muy poco para prevenir o mitigar sus impactos”, señala Mami Mizutori, representante de la UNDRR. Sin embargo, sí hay mucho que se puede hacer a nivel de prevención, mitigación, preparación y respuesta. Por ejemplo, a través de las infraestructuras.
En las últimas décadas, el cambio climático ha aumentado la frecuencia y la intensidad de fenómenos como las sequías, los huracanes o las olas de calor, del mismo modo que ha acelerado la subida del nivel del mar. Estos fenómenos afectan a las infraestructuras, desde las ligadas al transporte o la vivienda hasta las que hacen realidad las telecomunicaciones, lo que hace necesario hacerlas más resistentes y adaptadas a la nueva realidad.
“Los efectos del cambio climático están ya aquí y van a quedarse a muy largo plazo”, señala Valentín Alfaya, doctor en Ciencias Biológicas y director de Sostenibilidad de Ferrovial. “Generar infraestructuras más resilientes a estos efectos es fundamental para mantener la funcionalidad de las infraestructuras, particularmente aquellas con ciclos de vida largos y que aportan servicios críticos para la ciudadanía, tales como las infraestructuras energéticas, las de transporte o los centros de datos”.
La importancia de una perspectiva integral
Se calcula que el 60% de las infraestructuras que estarán en pie en 2050 aún tienen que construirse. Esto da la posibilidad de diseñarlas teniendo en cuenta los desafíos climáticos, un reto al que se suma la necesidad de adaptar las ya existentes. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, para crear infraestructuras y modelos urbanos más resistentes ante las consecuencias del cambio climático es necesario tener en cuenta todo su ciclo de vida.
En los últimos años, han surgido herramientas y soluciones que permiten tener en cuenta los riesgos potenciales que pueden presentarse en cualquiera de las fases de este ciclo (que va desde la planificación y el diseño hasta la eventual renovación o desmantelamiento, pasando por la construcción). Un ejemplo es la plataforma Adaptare, desarrollada por Ferrovial en colaboración con el Instituto de Hidráulica Ambiental de la Universidad de Cantabria.
“En la fase de diseño aplicamos nuestra plataforma Adaptare, que modeliza los impactos climáticos a corto, medio y largo plazo en el territorio donde se ubica la infraestructura”, explica Alfaya. “Nos proporciona información sobre la frecuencia e intensidad de los principales impactos climáticos (como riadas e inundaciones, temperaturas extremas o sequías) en esos horizontes temporales, valora económicamente el impacto potencial sobre la infraestructura y propone medidas para mejorar la resiliencia”.
“Por ejemplo, en una autopista se pueden implementar medidas como sobredimensionar las pilas de los viaductos o cambiar el tipo de asfalto. Los ingenieros de la compañía valoran la inversión económica adicional, su amortización y su viabilidad técnica, para implementarlas y tomar decisiones que finalmente hacen la infraestructura más resiliente frente a los impactos derivados del cambio climático”, expone el director de Sostenibilidad en Ferrovial.
Actualmente, la multinacional está utilizando la plataforma Adaptare para la construcción del Anillo Vial Periférico de Lima, una autopista urbana de casi 35 kilómetros de extensión que mejorará las vías de transporte de 4,5 millones de personas. El uso de Adaptare contribuye a que se aumente el nivel de seguridad y resiliencia de esta infraestructura ante eventos climatológicos extremos o desastres relacionados con el medio natural.
Soluciones para viviendas y ciudades ante los desastres naturales
Más de la mitad de las personas que perdieron su vida tras el paso de la DANA por Valencia en octubre de 2024 fueron halladas en sus viviendas y en garajes. Un dato como este pone de manifiesto la importancia de mejorar los modelos urbanísticos y de adaptar las viviendas a las inundaciones.
Es fundamental que los modelos urbanísticos en zonas inundables integren soluciones como estanques de tormentas o mejoren el drenaje de cursos de aguas naturales, como arroyos y ríos. La ‘Guía verde para inundaciones’, de WWF y la Oficina de Asistencia para Desastres en el Extranjero (OFDA) de la ONU, sugiere también soluciones como elevar los edificios teniendo en cuenta los niveles de inundación vividos en el pasado, para garantizar que el primer piso pueda resistir la subida de las aguas.
La Unión Europea, por otro lado, incluye entre sus buenas prácticas hacer cimientos más profundos y resistentes, instalar sistemas de drenaje que mantengan la humedad alejada de estos mismos o mejorar la resistencia de los muros.
Otro manual, ‘A Practical Guide to Climate-resilient Buildings & Communities’, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), resalta la importancia de integrar soluciones basadas en la naturaleza; es decir, aquellas que emplean características o elementos naturales para hacer frente a desafíos medioambientales. Por ejemplo, suelos porosos y tejados verdes, capaces de absorber y almacenar el agua.
“Las soluciones basadas en la naturaleza pueden convertirse en medidas muy eficientes tanto técnica como económicamente. Algunos ejemplos son la recuperación de la cubierta vegetal en montes protectores de cuencas hidrográficas o las que buscan mitigar los efectos de las islas de calor y mejorar la habitabilidad del espacio público en entornos urbanos y periurbanos”, señala Alfaya.
A lo largo del planeta, se suceden numerosos ejemplos de infraestructuras inspiradas en las soluciones que ofrece la naturaleza. Uno de los más paradigmáticos es el ‘Bosco Verticale’ (bosque vertical) del arquitecto Stefano Boeri. Los dos primeros edificios de este proyecto, ubicados en Milán, son dos torres de 80 y 112 metros de altura que cuentan con más de 800 árboles y plantas en sus fachadas.
Además de otros beneficios sociales y medioambientales, estas cubiertas vegetales crean un microclima que protege a las infraestructuras y a los vecinos que viven en ellas de fenómenos meteorológicos que cada vez son más frecuentes e intensos, como las olas de calor.
Los beneficios de mejorar la resiliencia de las infraestructuras son muy numerosos y van más allá de salvar vidas en situaciones extremas. El Global Center on Adaptation destaca evitar la pérdida de activos tan importantes como las carreteras, los puentes o los sistemas de alcantarillado; evitar la interrupción de suministros de servicios básicos, como el agua o la electricidad; mejorar la igualdad en el acceso a servicios públicos de calidad y acelerar el crecimiento económico y el desarrollo social.