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Cómo se reconstruye una población tras la erupción de un volcán

La lava de un volcán puede llevarse por delante viviendas, edificios públicos y zonas de cultivo. La reconstrucción en el mismo lugar es prácticamente imposible. Conocer algunos ejemplos en el mundo pueden ayudarnos a repensar la creación de nuevos núcleos de población.

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Fue totalmente inesperado. El 22 de enero de 1973 entró en erupción en Islandia el volcán Edfell. No había indicios de que aquello pudiera pasar. Una fisura debajo de la pequeña isla islandesa de Heimaey se abrió a menos de 2 kilómetros de la ciudad de Vestmannaeyjar, que contaba con unos 5.000 habitantes en ese momento. El volcán se mantuvo activo durante seis meses, pero en Vestmannaeyjar se empeñaron en que había que salvar el puerto, su principal fuente de ingresos, como fuera. Los ingenieros de la época idearon una operación a la desesperada para que la lava no se lo tragara: bombear agua de mar e intentar enfriar la lava volcánica con objeto de parar su avance.

El personal de emergencia que no había abandonado la isla comenzó a luchar contra el flujo de lava utilizando más de 30 kilómetros de tuberías y 43 bombas de agua. Bombearon más de seis millones de metros cúbicos de agua de mar hacia el flujo de lava que avanzaba. Este se fue ralentizando y, finalmente, se detuvo.

Cuando terminó la erupción en junio, más de 800 casas fueron destruidas. Pasada la catástrofe, Heimaey experimentó un ‘boom’ turístico que ayudó a recuperar su economía. Los habitantes regresaron poco a poco y se construyeron varias plantas para abastecer de energía a la isla aprovechando el calor de los flujos de lava bajo la superficie solidificada. En la actualidad, Heimaey es una comunidad con una importante actividad pesquera y turística, y el pueblo ha recuperado por completo su población.

¿Es así de fácil recuperarse de una erupción volcánica y renacer tras la catástrofe? Seguro que no pero es muy útil recurrir a las lecciones aprendidas a lo largo de la historia para recomponerse, para volver a la vida tras perderlo todo, para resurgir literalmente de las cenizas de un volcán.

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Una reconstrucción lenta y compleja

La respuesta es que no todas las comunidades de personas que viven alrededor de un volcán son capaces de reconstruirse tan rápido. Hay miles de circunstancias que lo favorecen y otras tantas que lo impiden. Entre las últimas está el tipo de uso que se le daba al terrero antes de ser tragado por la lava. Cuando supone una vía de ingresos para los afectados, la reconstrucción se hace más compleja. También depende del número de personas afectadas y de las posibilidades de reubicación en otras zonas, algo que siempre depende de la orografía del terreno y de la actividad que el volcán pueda seguir teniendo.

La erupción del monte Tambora, en Indonesia, en 1815, fue el evento volcánico más devastador del último milenio. Murieron más de 70.000 personas en las inmediaciones. Las partículas diseminadas por la erupción bloquearon la luz del sol, lo que contribuyó a un descenso de 3o C de las temperaturas mundiales, fenómeno que a su vez fue la causa del ‘año sin verano’ en todo el planeta en 1816.

Si hoy ocurriera una erupción similar en Indonesia, esta se produciría en una superficie 10 veces más densamente poblada. La erupción del Monte Merapi, por ejemplo, también en la misma isla, en 2010, produjo suficiente ceniza como para que los edificios más cercanos al volcán se derrumbaran bajo su peso. El ejemplo del Tambora no hizo que hubiera una mejor planificación. Volvieron a cometerse errores parecidos.

Existen 81 países con volcanes activos

En la actualidad hay 81 países con volcanes activos y unas 800 millones de personas viven a unos 100 kilómetros de un volcán. Este número aumenta en la medida en que crece la población mundial. En Quito, por ejemplo, situada en las faldas del volcán Guagua Pichincha, si su población era de 200.000 personas en 1950, ahora viven casi dos millones. Es decir, las personas que corren el riesgo de perder su hogar ante una fatal erupción son hoy muchas más que entonces.

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Cuando la lava de un volcán lo arrastra todo a su paso la destrucción es apocalíptica: terrenos de cultivo (a orillas de una de estas montañas los suelos son demasiado fértiles como para renunciar a ellos cuando el volcán está en silencio), hogares, escuelas, iglesias… La recuperación de las áreas habitadas afectadas por la actividad volcánica es una tarea difícil, que requiere de años y que tiene resultados inciertos.

No tenemos que viajar muy lejos para ver los resultados de una erupción destructiva. En Lanzarote, la erupción del Timanfaya duró nada menos que seis años, arrasó una tercera parte de la superficie de la isla y acabó con los mejores suelos. El párroco del cercano pueblo de Yaiza, Andrés Lorenzo, fue el improvisado cronista de lo que pasó, pues fue dejando por escrito todo lo que ocurría, día a día, en una época en que no había medios de comunicación. “El 1 de septiembre, entre las nueve y las diez de la noche, la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya, a dos leguas de Yaiza. En la primera noche, una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diecinueve días”, es su primera anotación. La población de la zona tuvo que emigrar ante los continuados procesos volcánicos que se sucedieron.

Lanzarote, el ejemplo más cercano

“No hay ejemplo más claro que Lanzarote para ver lo que ocurre tres siglos después de una erupción como aquella. Con la agricultura sí se puede hacer algo a medio plazo porque las cenizas son el mejor abono del mundo. La geria de Lanzarote, un hoyo cónico excavado en capas naturales de grava volcánica de varios metros de profundidad, en el centro del cual se planta una vid, y en cuyo borde se coloca una media luna de rocas como protección contra el viento es el mejor ejemplo de aprovechamiento de una zona volcánica para la agricultura, es una opción maravillosa, pero hasta llegar ahí han pasado muchos años”, explica el arquitecto José María Ezquiaga, Premio Nacional de Urbanismo y profesor de Urbanismo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid desde 1995.

Para el experto, la solución más lógica a la hora de reconstruir y realojar a los habitantes de una zona azotada por la furia de un volcán es la expropiación. “A pesar de que la lava en el caso de La Palma haya tapado viviendas y plataneras, todas las propiedades siguen teniendo un dueño. De hecho, a muchos les tiene que estar llegando en estos días el recibo del IBI por una propiedad que no existe ya. Habrá que recalificar los suelos y los planes insulares tendrán que evaluar todos los riesgos antes de decidir dónde reubicar a la población afectada”.

La mayor parte de las infraestructuras de la isla de La Palma son anulares, por lo que hasta que esas infraestructuras (carreteras, alcantarillado, red eléctrica) no se recuperen, no se podrá pensar en una nueva ubicación para los afectados. La Palma es solo un ejemplo de lo que ha ocurrido en otros muchos lugares del mundo.

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Plan de recuperación del Kilauea

En el año 2018 el volcán hawaiano Kilauea sepultó más de 700 casas y devastó alrededor de 200 kilómetros cuadrados. El proceso de reconstrucción está ahora en plena ebullición. A través de la página web Recuperación de la erupción del Kilauea, las autoridades van poniendo al corriente a los ciudadanos de todo lo que poco a poco se va reconstruyendo. Eso sí, es un proceso larguísimo al que aún le queda mucho tiempo por delante.

A través del Programa de Compra Voluntaria de Viviendas, el condado utilizará fondos federales para adquirir propiedades en zonas de riesgo. Para poder entrar en este programa, las propiedades deben haber sido dañadas por el desastre, ya sea por inundación o aislamiento, daños por incendios causados por la lava o efectos secundarios de la actividad volcánica, como el calentamiento o los gases. Los solicitantes deben haber sido propietarios del inmueble en el momento de la erupción. Las ofertas de compra se basan en el valor de mercado anterior a la erupción de 2017, con un límite de 230.000 dólares.

Las infraestructuras se van recuperando poco a poco y a través de un mapa interactivo los ciudadanos pueden ir viendo el avance de los trabajos. Los afectados se reúnen trimestralmente organizados en torno a cinco categorías de resiliencia de cara a la recuperación: social, cultural, económica, entorno natural y entorno construido.

Sin embargo, es la correcta planificación del uso del suelo lo que permite evitar catástrofes y reubicación de núcleos urbanos. En Nueva Zelanda, los riesgos volcánicos se incluyen como un peligro natural que debe tenerse en cuenta en la planificación. Aunque los volcanes del país se vigilan para detectar cambios en la actividad, no se debe confiar únicamente en los sistemas de vigilancia.

La planificación del uso del terreno puede contribuir a la reducción del riesgo volcánico al proporcionar un proceso de responsabilidad pública que permite a las comunidades reducir el riesgo volcánico evitando o limitando la exposición de las personas, las infraestructuras críticas y los bienes valiosos a los peligros volcánicos. El proceso de planificación facilita la consideración y la acción para conciliar los intereses públicos y privados en el desarrollo de las zonas de riesgo en relación con la seguridad y la sostenibilidad de la comunidad.

El volcán activo del monte Usu, en Hokkaido (Japón), plantea problemas particulares a los asentamientos cercanos debido a la amenaza de erupciones volcánicas explosivas. Tras una erupción piroclástica en el año 2000, se llevó a cabo una zonificación en torno al monte para garantizar que los nuevos desarrollos e instalaciones clave se situarán fuera del camino de los peligros volcánicos más destructivos (por ejemplo, flujos piroclásticos y caída de balas).

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Museos y parques recreativos en las zonas afectadas

En su caso, se reubicaron los edificios existentes, como el centro de salud del lago Toya y las viviendas. Estas medidas de planificación del uso del suelo se han combinado con soluciones de ingeniería (por ejemplo, presas) y también se ha puesto en marcha una planificación de la preparación y respuesta para la gestión de emergencias (por ejemplo, sistemas de alerta y evacuación). Además, se han creado un museo y varios parques recreativos en las zonas afectadas por la erupción de 2000 que se utilizan para educar a la población sobre los efectos de los riesgos volcánicos.

El Monte Usu ya había entrado en erupción en 1977 y se hicieron recomendaciones para la reconstrucción y la recalificación de las zonas residenciales y los comercios. Las recomendaciones no se aplicaron.

“Una vez superado todo lo que está pasando en La Palma podremos pensar en nuevos asentamientos, pero de momento hay que esperar a que todo termine y a que la lava se enfríe para ver las consecuencias de los daños. Lo peor de todo es la reubicación de las actividades, no las viviendas en sí. El verdadero problema son esos terrenos con los que la gente se ganaba la vida. Se deben encontrar actividades parecidas a las que los afectados tenían antes. Sin embargo, yo no recomendaría hacer desarrollos masivos para reubicar a las personas”, señala Ángel Menéndez Rexach, catedrático de Derecho Administrativo especializado en ordenación del territorio, urbanismo y medioambiente.

La comunidad ejemplar del Piracutín

El 21 de febrero de 1943 comenzó a surgir el volcán Paricutín en Michoacán, en el oeste de México, el más joven del continente americano. Acabó con dos pueblos, Paricutín y San Juan Parangaricutiro. De Paricutín, cuyo nombre tomó el volcán, no quedó nada. De San Juan Parangaricutiro, sólo la iglesia, medio sepultada en la lava. No hubo muertos, pero los habitantes de los dos pueblos tuvieron que huir y se asentaron en un pueblo vecino. San Juan Nuevo es la localidad que resultó del éxodo.

En 1949 las autoridades tradicionales y sus abogados solicitaron al Gobierno mexicano el reconocimiento y titulación de los bienes comunales, un procedimiento que culminó en 1991. Durante esas cuatro décadas se fundó el nuevo poblado y empezaron a producirse algunas transformaciones que lo convirtieron en una comunidad forestal modélica en el país.

La comunidad indígena de Nuevo San Juan Parangaricutiro ha logrado convertirse en un referente nacional e internacional por el excelente manejo de su bosque, que le ha permitido alcanzar un buen nivel de bienestar a sus pobladores. Sus bosques y la solidez en su organización comunitaria interna han sido la clave para que cuenten con certificación internacional de manejo forestal y tengan más de 10 empresas comunitarias que generan más de mil empleos.

¿Cómo será la reconstrucción de La Palma cuando termine la actividad volcánica? El arquitecto José María Ezquiaga apuesta por la creación de un pueblo nuevo como ha ocurrido en el caso de algunas poblaciones ahogadas por los pantanos en España. “Lo que está claro es que encima de la lava no se puede edificar, ni cimentar ni hacer calles de acceso”, señala. Habrá que esperar primero a que el volcán por fin deje de rugir para buscar un asentamiento para la población desplazada.